Capítulo treinta y siete

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—Volveré a Japón, Hiro—sollocé.

— ¿Por qué? ¿Por qué tan pronto? —inquirió, más confundido que antes.

La voz se me atoró y el nudo de la garganta me impedía hablar. Me sentía fatal de confesar mi pecado.

—Hice algo muy malo—admití y jalé la puerta para abrirla, luego me subí al auto. Todo lo hice tan rápido que no le di oportunidad para hablar. Corrió hacía el otro lado del auto y subió de la misma manera que yo.

— ¿Qué tan malo pudo haber sido como para que te obligué a irte? —quiso saber.

—Muy, muy malo —las lágrimas eran el vivo recuerdo de la noche anterior e incluso de esta misma mañana.

—Por favor, Nagisa, no me asustes. ¿Qué hiciste?

Lo miré, con los ojos empañados aun y mis labios temblaban con las palabras a punto de salir.

—Anoche me embriagué...

—Oh, vamos Nagisa, eso no es tan malo... —el alivio huyó de su rostro cuando continué hablando.

—...y besé a Karma–confesé, tratando de ahogar el nudo en mi garganta, y entonces se le desplomaron las cejas de sorpresa y desconcierto.

— ¿Qué? —preguntó, incrédulo. Me llevé las manos a la cara, intentando al menos ocultar mi rostro avergonzado y las lágrimas que lo bañaban, ya que no podía pararlas—. ¿Besaste a Karma? ¿Pero cómo? ¿Por qué? —sus preguntas sólo sirvieron para que el dolor me sucumbiera más, sin contar que la cabeza estaba por explotarme.

— ¡Por estúpido! —solté, retirando las manos de mi rostro para elevarlas en modo de desesperación—. Akari se dio cuenta de que Karma no era el mismo y el domingo pasado al muy idiota que tienes a tu lado, se le ocurrió bailar con él en plenas narices de su novia. Debí imaginarlo, ¿sabes? Hasta la persona más estúpida lo hubiera reflexionado, pero se trata de mí, ¡claro! el idiota de mí—farfullé, atropellando las palabras.

—Nagisa, tranquilo—me tomó del brazo y sentí su tacto cálido sobre mi piel—. Cuéntame con más calma y sin insultarte—pidió.

Suspiré, yo no sabía cómo es que esperaba que no me insultara a mí mismo. Me merecía toda clase de insultos habidos y por haber. Pero traté de tranquilizarme.

—Gakushū me lo dijo—continué—, y me pidió que fuera... sensato y lo primero que hago es ir a embriagarme para olvidar el dolor por romperle el corazón a mi mejor amiga, dime ¿qué tan sensato es eso? —me quejé aún más—. Karma fue a buscarme al lugar cuando estaba borracho, me sacó de allí y me hizo subir a su Mustang... Casi le confieso que lo amo—la voz volvió a quebrárseme—, y luego de una ridícula discusión me quedé dormido. Cuando desperté me di cuenta de que no estaba en el departamento sino en la casa de Karma, acostado en su cama—el recuerdo apareció nítido en mi mente, como si fuese una película que se estuviese proyectando con bastante claridad—, dije su nombre y él se acercó a besarme en la frente para desearme buenas noches...—ya no estaba tan seguro de que mi voz tuviera sonido, pero seguía mirándome atento—. Sujeté su rostro entre mis manos y lo besé, simplemente lo besé—me perdí por un momento en el recuerdo.

— ¿Y Karma qué hizo? –inquirió.

—No se apartó... ¡No se apartó! Yo tuve que detener aquello porque si no... —entonces mi voz se perdió entre las lágrimas que me ahogaban la garganta.

—Tengo varias cosas qué decir, pero primero... —abrió sus brazos y me abrigó en ellos y yo, derramé allí todo mi dolor.

Lloré inconteniblemente sobre su hombro, porque me sentía solo; sentía que tarde o temprano así me quedaría completamente solo.

Manual de lo prohibido 「Finalizada」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora