4: MACABRA MULTIMEDIA

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CUATRO


MACABRA MULTIMEDIA


Hace un poco de frío, pero es agradable. El clima me hace recordar al dicho que mi madre solía repetir durante el mes: «en abril, lluvias mil». A mitad de la tarde, el parque se llena bastante, lo que evita miradas entrometidas o las invitaciones atrevidas de mujeres —o de hombres, llegado el caso— que subsisten con lo que sus clientes les dan pues el salario, si es que tienen, no les alcanza para aguantar el día con tantas alzas repentinas en el mercado. Ese es uno de los pocos rasgos que la tecnología no ha logrado erradicar, sino fortalecerlo.

Quizá meses atrás pude haberme tentado por ese negocio, pero con la bofeteada que NageF me dio, toda idea ha quedado descartada por completo.

Prefiero estar ahí, absorto con la inocencia de los niños que se balancean y resbalan en el único tobogán del parque. Se corretean unos a otros y juegan a escapar de quien parece ser algún tipo de monstruo o algo así, pues gritan cada vez que se les abalanza a cogerlos, con los brazos al frente y los dedos danzando con torpeza.

Repaso el paisaje: a la vista hay pocos árboles y verde, invadidos en su mayoría por la arena que se traga todo. En cambio, abundan las estilizadas baldosas que le dan elegancia al parquecito y un aspecto de modernidad, pero a la vez de falsedad.

Enfoco la mirada en la pantalla oscura del móvil, y mi reflejo me devuelve el gesto. Me he cubierto con un buzo amplio que me cubre prácticamente todo el cuerpo; además, me he puesto la capucha sobre la cabeza. No me sorprendería si la persona con quien he hablado durante este tiempo resulta ser un ochentón-roba-niños. Aunque claro, no soy niño.

—Tienes casi veinte estúpidos años, por favor —me gruño en voz baja. De la valentía de hace alrededor de una hora quedan las migajas; esas que se desvanecen con cada minuto que pasa sin que Miguel arribe.

Impaciente, observo por quincuagésima vez la pantalla del teléfono y descubro que se ha retrasado por casi un cuarto de hora.

Alzo la cabeza y estudio el panorama, a la búsqueda de alguien vestido como él mismo me lo describió: polo y zapatos blancos y jeans. Quizá está perdido buscándome, porque he venido distinto a como dije que lo haría; si lo nota, será incómodo.

Resuelvo que es mejor ponerme en pie y caminar alrededor del parque acordado para verlo mejor; y sirve, pues noto a un muchacho sentado en una banca cercana a la que antes estuve, quien revisa su celular al menos cinco veces en menos de diez segundos. Lo detallo un instante antes de dirigirme a él, y sí, es parecido a como se describió por NageF antes de despedirnos. A diferencia mía, él no tenía una imagen propia como foto de perfil.

Ahora, al verlo ahí descubro que estoy que me cago de miedo; mas no hay escapatoria: ha reparado en mí y lo siguiente que hace es ponerse en pie, con el gesto de alguien confundido, pero decidido.

Me percato de cómo escudriña mi rostro, un segundo antes de pasar la mirada por el resto de mi cuerpo, con gesto reprobatorio. Al igual que él, me acerco, y cuando nos tenemos en frente soy el primero en hablar.

—¿Miguelo? —pregunto, llamándolo por su nombre de usuario. Ladea la cabeza al escuchar su nickname, pero asiente al instante, con una sonrisa que me deja ver sus dientes; a diferencia de la mía, la de él es perfecta.

—Sí. Supongo que serás «A» —rio, y subo los hombros en señal afirmativa—. Es un eh..., placer —continúa con timidez al ofrecerme una mano que estrecho con educación. Es más bajo que yo y me atrevo a afirmar que le llevo uno o dos años de diferencia.

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