DIEZ
TENDENCIA
—Ángel... —Una mano me mece el hombro, y escucho mi nombre. Arrugo el entrecejo; no quiero despertar. En parte, porque al hacerlo sé que volverá a dolerme lo de la noche anterior, y porque tendré que afrontar lo que he ganado por mis acciones.
Pero no cesa. En vez de detenerse y hacer cualquier otra cosa, vuelve a llamar.
—Ángel... ¿Estás despierto? —pregunta papá, tras moverme otro poco. La voz se le escucha magullada y cautelosa, como la de un gato.
Entiendo que no me queda de otra si pretendo que se aleje un poco. Por lo menos, ha vuelto a ser el de siempre, y el monstruo que se vestía con su rostro y cuerpo ya no estaba en su lugar.
—Sí, papá —musito.
—Hijo —continúa—, yo... Preparé el almuerzo. Está guardado en la olla, por si tienes hambre.
Y antes de que pueda contestarle, añade:
—¿Hijo?, ¿está todo bien? —pregunta. ¿En realidad debería contestar algo?—. Ese amigo tuyo..., ¿quién era?, ¿andas en cosas raras, Ángel?
Suspiro hastiado y mis dedos se cruzan a escondidas, esperando que no comience de nuevo con sus cosas. Abro los ojos unos segundos para indicarle que sí, le he entendido, y que cuando esté más activo iré a comer. A lo demás, ni una sola palabra.
—Gracias, papá. La olla, lo capto.
Se me queda mirando, en silencio. Sé que sus ojos se fijan en la zona donde se encuentra la herida cubierta, y de nuevo, no dice nada más.
—Está bien, está bien. Debo salir a trabajar, hijo... —advierte—, por si no me encuentras. He quedado con un colega después para adelantar unas cosas que tenemos pendientes. Para que no eh... haya confusiones, ¿está bien?, ¿sí? —insiste—. Si sales...
Lo miro, fijo. Trato de mostrarme lo más calmado posible; ya fue suficiente con el conflicto de anoche, para que volvamos a uno nuevo.
—No te preocupes. Trataré de mantenerme comunicado si pasa algo.
—Gracias.
Le sonrío. Su rostro parece relajarse.
—No es nada. Ten cuidado.
Me devuelve el gesto, y se marcha antes de que me levante de la cama.
Cuando decido en que ya ha sido suficiente lo que he durado en cama me pongo en pie y somnoliento, avanzo a pasos pequeños hasta el baño de la segunda planta, llevándome el celular conmigo. Mientras me acerco, miro si Miguel ha dejado algún mensaje, pero ninguna de las notificaciones le pertenece.
Abatido, abro una de las aplicaciones de música y permito que el azar selecciones las canciones por mí, a medida que me despojo de las prendas. Ya ha pasado un rato desde que mi cuerpo toca el agua, y no huelo precisamente a flores.
Es extraño ver mi reflejo lleno de cardenales, y la imagen de la piel manchada de tonos morados con las líneas rojas, más cerradas ya, surcándola, me atrapa brevemente antes de entrar a la ducha.
—Ouch.
El agua, fría, me estremece al inicio. Una corriente sacude mis brazos al sentir el ardor de la carne abierta al recibirla, y dejo caer la cabeza hacia atrás para que las gordas gotas heladas me limpien por completo con la música acompañándome.
Al término de la quinta canción, cierro la llave y salgo, envuelto por una toalla. Bostezo, sacudo el cabello con ambas manos y estiro los brazos. De nuevo, estoy frente al espejo. Pero ahora que estoy más lúcido que minutos atrás, reparo en que hay algo en mi cuerpo.
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VIDENCIA
Fiksi Ilmiah«Hola, ciudadano», dijo la voz de la máquina, poco tiempo antes de que el caos se apoderara de las ciudades. Durante años, plagas destruyeron ciudades, el sufrimiento y largas sequías tentaron al peor rostro del hombre. La gente padecía, y parecía...