14: CACERÍA

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CATORCE

CACERÍA


—No debimos dejarlo ir. ¿Siquiera sabes a qué se refería con cacería? —Bianca está sentada sobre una de las bancas del parque en que conocí a Miguel. Tiene el semblante oculto tras el cabello, húmedo por la lluvia. La comida que compramos de su propia tienda nos ha servido para sobrellevar el día.

Nos hemos mojado sin remedio al no tener nada con qué cubrirnos, y cuando le propuse ir a mi casa aprovechando que papá aún no estaba, me miró como si de mi boca hubiera salido la mayor de las blasfemias, así que resolvimos en quedarnos en aquel trocito de paisaje verde oscurecido por las gotas de agua.

—No teníamos oportunidad... Y no —respondo. En realidad, lo que dijo allá en el local me ha dejado pensativo, y estoy seguro de que a Bianca también. Está más callada que de costumbre, lo cual es decir mucho, y casi no levanta la mirada del suelo—. Quiero decir, ¿deberíamos escucharlo? Ya viste que era un maldito maníaco. ¡Sacó un arma, Bianca, y nos apuntó con ella!

—¡Baja la voz, pueden oírte! —chista, alarmada. Sus ojos saltan entre la multitud que avanza a varios metros de distancia, resguardados de la lluvia.

Como espero, nadie voltea salvo para dirigirnos un inquisidor vistazo.

—Les dará igual, no te preocupes —Bianca bufa por mi respuesta.

—Entonces tampoco debería importarnos a nosotros, ¿no crees? —apoya entre ambas manos el mentón, y clava sus codos en los muslos descubiertos. Sacude el cabello crespo y muerde el interior de su boca—. Quizá es un idiota que perdió la cabeza al saber de qué iba a morir.

Ríe con nerviosismo y la interrumpo poco después, tras inhalar con fuerza.

—Incluso así, ¿no piensas en lo de esta mañana? —Ella me mira, extrañada. Por un momento me reflejo en sus pupilas y noto cómo me estremezco. Cien por ciento, me susurra el silencio—. No tiene ningún riesgo importante con las enfermedades, ni siquiera a Bermoind, pero parece que estuviera preocupado por algo.

—¿Y de qué? —espeta asqueada, cortando mis palabras. La camisa que se le resbala sobre hombros me deja presenciar la marca que Videncia dejó en ella—, ¿de qué, si está fuera de peligro?

Caigo en cuenta de que, en cambio, Bianca sí lo está, tal como yo. Suspiro.

Rebusco mi celular entre la bolsa que carga. Miguel no ha contestado en varios días desde la última, pequeña conversación que mantuve con él por NageF.

«@Miguelo: Hey, A, no me busques en casa. No podré estar por si necesitas ayuda, así que procura no hacer ninguna estupidez. Yo sé que es difícil, en especial para ti, pero trata de no exhibirte demasiado —dice aquel texto—. Asusta a las nenas». De eso hace ya un tiempo, tanto que el chat lo marca como semana pasada.

Tampoco hay ninguna señal de vida en forma de publicación, de respuesta a alguien en duda..., nada.

«Última vez, el sábado 4 de mayo, a la 1:03 a.m.»

Ya van más cinco días desde entonces.

Lo siguiente que percibo es la mano de Bianca, más fría que de costumbre debido al clima, sobre mi hombro. Volteo hacia ella. En sus ojos no está esa tosca impresión que me dedicaba la primera de las veces, sino una suave, como la de un gato cauteloso.

También se preocupa por Miguel; me reprendo en silencio al entender que una parte de mí se molesta y otra quiere saber si ella haría lo mismo conmigo.

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