13: HIPOTÉTICO

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TRECE

HIPOTÉTICO


Bianca me saluda, una sonrisa le adorna el rostro. A medida que me acerco le devuelvo el gesto, sin saber qué hacer; llevamos días hablándonos, contándonos nuestro pasado noche tras noche. Nos volvemos más íntimos en silencio, pero siento que cada que despierto, la distancia que hemos acortado se alarga de nuevo.

Diez por ciento, cien por ciento.

Suspiro. Sin duda es una sentencia de muerte.

Cuando entro al local, ella se acerca. Es la primera vez que la veo desde que nos vimos hace días, cuando nos dieron los resultados, y al estar a tan solo poco menos de un metro, me percato de que ya no me fijo en la belleza de su cuerpo o rostro. Sus ojos se clavan en los míos, antes de romper el silencio.

—Hola, Ángel —saluda, haciendo a un lado la gorra que le apresa los salvajes rizos—. Te ves bien.

Asiento, enmudecido, al dar un vistazo a todo el interior del negocio. Ha cambiado demasiado desde la última vez que vine, un par de semanas como mucho. ¿Dos, quizá tres?

—Gracias, Bianca —respondo al posar de nuevo la mirada en ella. Sus ojos se ven hinchados, como si le pesara mantenerlos abiertos; pienso en preguntarle al respecto, pero al final callo—. ¿Has hablado con Miguel? Hace días que no sé nada de él.

Su gesto se frunce al pasar la lengua sobre los labios carnosos. Parece preocupada de repente.

—No, creí que estaría contigo. Lo último que supe de él fue lo que me contó: que iría a un evento con su padre, y luego a algo en lo que él estaba trabajando. —Se cruza de brazos, como si tratara de recordar algo más, pero ningún recuerdo le llega a la mente; al cabo de un rato, termina por decir—: Pero eso es de hace tiempo, ya.

—Entiendo... —Enciendo el celular en el momento en que un cliente atraviesa la puerta, delatado por el sonidito de la campana. Bianca pasa por un lado hasta él, y le saluda enérgica.

—Muy buenas tardes, disculpe, caballero, debo realizarle unas preguntas por el nuevo protocolo del establecimiento, ¿le molestaría?

El chico, que resulta ser un tipo al que nunca he visto en la vida, entierra los dedos en el cabello dorado que le cae sobre la frente. Los ojos de Bianca se topan con los de hielo del recién llegado, y una gélida sensación me punza en el costado.

—En absoluto. —Tiene un acento que no reconozco lo suficiente, salvo para asegurar que no es de este país. De seguro es un turista; viste una mochila pequeña a la espalda—. ¿Es la encargada del local?

Bianca duda un segundo.

—Sí. Por favor, quédese donde está, ¿podría darse la vuelta?

El cliente arruga la nariz; se sacude el cabello con aire incómodo y luego, obedece.

—¿Qué tipo de protocolo es este, disculpe?

—Lo siento, nos está prohibido... —carraspea. Diez por ciento, debe de gritarle la voz de su cabeza— atender a personas con probabilidades altas de ciertas enfermedades...; en especial si es primera vez que vienen aquí. Por favor, descúbrase el hombro derecho.

Obedece, luego de soltar un pesado resoplo.

—¿Y si alguien llegara a tener algo peligroso, qué? ¿Lo echan?

—Sí.

, vaya servicio —resopla de nuevo; el tono revela que está algo molesto, aún en su lugar, con Bianca sacando una listita de su bolsillo en donde tiene la lista de los «males prohibidos», como me contó por NageF que le decía a esa enorme retahíla de sentencias.

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