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ONCE

GRUPO DE 3:30


15:45

VIERNES, 3 DE MAYO, 2024

Sí. De vuelta a las filas, pero esta vez sin ningún doctor importante que intervenga por nosotros y nos permita obtener un trato especial. «Hoy, somos todos iguales», debe de estar pensando Miguel, hastiado de que aún no comience el evento. Tiene los dedos de la mano izquierda sobre el mentón y una mirada impaciente similar al de la multitud que nos acompaña a descubrir qué es lo que ocurre con Videncia, y por qué tenemos ahora estas cosas en nuestras espaldas.

Doy una nueva mirada a Miguel y sonrío en un intento de reprimir una risa. Él, claro, advierte mis ojos encima suyo y se observa de arriba a abajo.

—¿Qué? —Frunce el ceño, y recorre el panorama con gesto nervioso. Vuelve a posar los ojos sobre las mangas largas de su ropa antes de hurgarme con la mirada—. ¿Qué?, ¿qué tengo?

Sin duda, es como un muchacho con actitud anciana, atrapado en un uniforme escolar.

—Tienes corbata, Miguel.

Aprieta los labios en una sonrisa tensa. Cuando lo hace, quedando frente a mí, se hace más notable la leve sombra de un moratón que me grita «¡culpable!»

—¿Y?

Rio para mis adentros, con nervios, tratando de ocultar el mal sabor; pienso en que, si digo algo, de seguro me clavará uno de sus lápices en la cabeza. «¿Lo haría a modo de venganza?» No tengo forma de saberlo; en todo lo que llevamos no ha comentado nada al respecto, ni ha mencionado los golpes que siguen sanando en mi piel.

«No, no tengo forma de saberlo».

En cambio, pongo ambas manos con las palmas hacia arriba y suelto el aire sonoramente.

—No es nada. —Me mira de soslayo. Me estudia, callado, como ha estado desde que nos vimos al llegar; tan solo nos saludamos, intercambiamos los «avances» y tan pronto tomamos asiento, calló tan pronto que no tuve tiempo de percatarme de ello.

La idea de que me estudie me da gracia y miedo, y debo simular que recojo algo del suelo para evitar la mueca recriminadora del chico.

Pero oh, santo cielo, alguien que me tenga. Al erguirme de nuevo, son otros ojos con los que me cruzo. Un par de orbes preciosos, inmersos en un lienzo moreno que interceptan los míos y al reconocerme, voltean irritados. Bianca, la hermosísima cajera, se hunde en su asiento.

—Miguel, Miguel —lo llamo con cuidado. Bianca apenas está a un par de asientos en diagonal, y la sala de juntas del hospital no es tan grande.

Se voltea, cansado.

—¿Ahora qué? —Se ha puesto la maleta en el regazo, de tal modo que cubre la mayor parte del uniforme—. Para que lo sepas, ya este año me graduaré, y pienso entrar a alguna uni...

—Mírala. —Le corto. Señalo con la cabeza la dirección en que Bianca se encuentra y él solo atiende a buscar entre las cabezas—. La del cabello rizado.

Cuando da con ella —o su espalda— gira hacia mí con gesto confundido.

—¿Qué?

—¿Acaso no saber decir más que «qué»? —Bromeo; Miguel resopla. Parece que alguien la pasó solo en la escuela—. Su nombre es Bianca. Trabaja en un micromercado a pocos minutos de mi casa. La verdad no he hablado mucho con ella..., pero ¿no te parece preciosa? —la espío otro poco un par de segundos. Creo que viene sola, pues está con la cabeza gacha, quizá en su teléfono o leyendo algo.

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