22: BLOQUEADOS

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VEINTIDÓS 

BLOQUEADOS


Apenas termino de hablar, el puño de Miguel se estrella contra mi mandíbula, y por la lengua mordida se me filtra el gusto de la sangre. Pestañeo aturdido, pues me ha cogido fuera de base y un segundo más tarde recibo otro golpe a nivel de la sien izquierda que por poco me tumba al suelo. Volteo hacia a mi compañero de investigación, su rostro arde en tonos rojos y los dientes le rechinan; el cuerpo, más menudo que el mío, parece el motor de un auto, vibrando debido a un temblor... o al impacto mismo, y al verle alzar el brazo de nuevo en mi contra, puedo protegerme de un choque que nunca llega: Jack se ha adelantado y le tiene de las axilas, sujetándolo con ambos brazos, casi como una llave.

—¡Dijiste que eras negativo, A!, ¡me mentiste!

—¡¿Y qué querías que dijera?! —respondo con la voz quebrada que son sus palabras—. ¡No podía apartar a Bianca!

—¿A Bianca? —poco después, aprovecha la momentánea calma para revolverse bajo el agarre de Jack en vano—. ¡De verdad que eres un idiota al arriesgarte así!

Respiro hondo. La zona golpeada ha empezado a doler, acompañada de una molesta sensación de presión en la carne. Ahora, nuevas gotitas carmesí decoran el suelo del edificio.

Observo a Jack. En una mano tiene la misma pistola de siempre sobre su cabeza y todavía sacudido por la situación, me pregunto si él realmente podría dispararle para descubrir, asustado, que Miguel no es nadie para Jack, salvo el hijo que quien considera el culpable de todo lo que sucede, incluida la muerte de sus padres. Pero no lo sabe, ¿verdad?

—¡Suéltame, bestia! —vuelve a gritar, revolcándose hasta que necesita tomar aliento.

—Ángel —me dice Jack, a mi sorpresa. Al parecer, me ha permitido tener el control de la decisión.

Vuelvo a ver a Miguel, que ha dejado de luchar y, sin embargo, pequeños y cortos espasmos le agitan el pecho cada pocos segundos. A pesar de que el sentido común me pida alejarme, acorto la distancia con él y me pongo a su altura, aún a una diferencia prudente por si arremete, repentino.

—Miguel, yo... no puedo creer que te alíes con Videncia. Ambos vimos el vídeo; vimos qué les hacían a las personas.

—Ya te dije que...

No le permito terminar.

—¡Eso es lo peor!, ¡¿qué no entiendes?! Antes tenía la esperanza de que Videncia se ocuparía, que esta terrible condena iba a pasar... —suspiro, con la decepción hincando sus garras en mi garganta—. Pero todas esas muertes ni siquiera han tratado de evitarse, ¿para que los que tienen mejores oportunidades vivan? ¿Es eso Bermoind? ¿Para eso voy a morirme?, ¿o papá? ¿Bianca? ¿Para que tú y tu padre tengan unos meses más de comida?

Tomo aire. Para este punto ha dejado de contraerse y simplemente yace en el agarre, cabizbajo, como si dejara su peso caer sobre los brazos de Jack.

»¿Quién ha decidido eso, además? ¿Por qué tú puedes vivir? ¿Por qué ha muerto papá? Es estúpido, Miguel. No hay derecho.

El silencio, al callar, se siente interminable, tanto así que puedo escuchar mi propia respiración alrededor de un minuto. A espaldas de Miguel, observo la puerta por la que apareció: si su padre estuvo con él en aquel sitio, en cualquier momento va a emerger.

—No es justo —su voz me sobresalta, a pesar de ser calmada, casi el susurro de un niño.

—E incluso con toda esa mierda..., estás de su lado. —Luego, me dirijo a Jack. Ha escuchado atento; debo decir que aquello me ha sorprendido—. Deberíamos irnos, esto se ha echado a perder.

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