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Karine

Hoy.

Hoy es el gran día de mi hermana. Sinceramente nunca me había imaginado ver a mi hermana vestida de blanco, toda hermosa y yendo al altar, pues hablando serio serio, de Karen me me podía imaginar mil cosas menos verla casandose; es una cabra loca, Por Dios.

- ¿Estás lista Moicha?- asiento en dirección a mi hermana. Retoco un poco mi maquillaje, cosa que nos hace reír a las dos - vamos.

Ayudo a mi hermana a desabrochar el cinturón y le sonrío sinceramente. Lo dije y lo repito: nunca me esperé esto, pero me siento feliz por ella y también por el frijol pero más por mi hermana.

Verla tan feliz me llena, a pesar de nuestras peleas actuales es mi hermana mayor y así como yo estoy por ella, ella está para mí. Siempre ha sido así y siempre será así.

Salimos del coche y nos encaminamos hasta llegar a la puerta principal de la iglesia. Ya paradas frente a esa enorme e imponente puerta de madera y con los nervios encarnados esperamos a que mamá abra las puertas.

Se abrieron en un abrir y cerrar de ojos, más rápido que cuando uno se tira un dope.

Vi por el rabillo del ojo cómo mi hermana respiraba hondo, apretaba el ramillete de flores y sonreía a todos los invitados mientras caminábamos al altar.

Después del incómodo momento pasado al llevar a la china al altar la misa pasó súper rápido, agradecí no conocer a nadie y poder esconderme en el carro sin ningún problema. Desde luego lo antisocial no me lo quita nadie.

- Moicha ¿Dónde estás? - pregunta mi madre cuando contesto el teléfono.

- En el carro pues ¿dónde más sino?

- Muévete, tu hermana nos quiere presentar a la familia de Mathèo - dice y cuelga.

Ya fuera del carro, le pongo seguro y guardo las llaves en mi short. Porque en estos tiempos una mujer no estoy tan loca como para solo llevar un vestido sin nada que cubra sus menores wey. Ni que fuese pendeja.

Vuelvo a recolocarme bien el vestido y vuelvo a entrar a la iglesia con la mirada en alto para encontrar a mis rubias. Nada. Salgo de la iglesia, no sin antes hacer la venia y las busco por fuera, entre la multitud pero nada tampoco. Me alejo un poco de toda esa gente y me manoseo por encima para encontrar mi celular y llamar a mamá, pero nada. ¡Nada!

Ya casi me muero al no tener a mi baby conmigo y me regaño mentalmente por descuidarlo. Salgo de mi "escondite" y me devuelvo al carro, no sin antes -obviamente - sacar las llaves. Llego al carro, lo desbloqueo y entro. Ni si quiero entro en el auto, solo me agacho un poco para alcanzar a mi bebé y un gran golpe en mi trasero hace que mi cara quede como pegatina en el volante y suene el claxon llamando la atención de algunos - bastantes - invitados.

Mi cara se torna de un rojo tomate y mis palabras se atascan en mi garganta.

- Tu... - la voz masculina no acaba su frase - ¿Eres idiota? - vuelve a preguntar.

¡Me has estampado la cara contra el pinche volante y ahora tengo una hemorragia nasal y solo se te ocurre preguntar si soy idiota! – quería decirle, pero no me salió nada. Muerta de la vergüenza y con la rabia volando por todo mi sistema salgo del carro. Tapando mi nariz para enfrentar al pendejo ese.

- ¡Deberías saber que una señorita debe comportarse como tal no como un chimpancé ya que luego pasa lo que pasa! - Exclama al verme. Más odio.

Esto ya es pasarse de la raya. ¿Qué puto problema tiene este man?

- ¡Moicha! - grita mi hermana y al ratito llegan mi madre y Mathèo detrás. - ¿Pero qué te ha pasado? - vuelve a preguntar y yo le envío una mirada asesina a él. Mathèo nos mira como si se tratase de una bomba de relojería a punto de estallar. Sin motivo y sin contención. Lo mira a él y taladra sus ojos ¿Negros? ¡No! Verdes, un verde demasiado oscuro a comparación del mío. Marrón contra verde.

- Teztkat... - susurra Mathèo entre dientes.

Wey, yo me estoy desangrando y ni una ambulancia para mí.

Después de contarle a mi madre lo que pasó, nos fuimos al hospital - cuando se acordaron de mí - una vez ahí me sentía tan cohibida, tan expuesta que no podía hablar.

Mi niñez y los hospitales no fueron las mejores experiencias del mundo. Tanto así que ya no soporto estar en uno por más de dos segundos y sin exagerar.

No sé cuánto tiempo estuve metida ahí dentro, en el hospital. Tampoco sé en qué momento llegué a salir para devolvernos a la fiesta pero me alegro de haber vuelto a la fiesta.

Toda mi furia vuelve a mí en un abrir y cerrar de ojos, ver a ese perro tan odioso hace que la bilis se me suba y recuerde ese maldito chequeo y las palabras de la enfermera que fueron tan "delicadas" y mi madre se da cuenta.

- Moicha Karine Anaïs cálmate. Mantente en tus cabales hija. - dice mi madre pasando sus uñas con suma delicadeza por mis hombros y mis brazos, calmandome.

- ¡Oye¡ ¡Chimpancé de nombre raro! - empieza a llamar la atención el mismo chico que desvío mi tabique. Él mismo chico que me golpeó con el balón. El mismísimo hermano menor de Mathèo Bangüar.

Teztkat Bangüar.

- ¿Que no te das cuenta de que te estoy llamando? - gruñe molesto cuando me siento en la mesa de honor y puede acercarse a mi. ¡Molesta estoy yo imbécil! Mi madre - más le vale que no me venga con tonterías luego - ni siquiera lo mira mal, cómo hubiese hecho en otra ocasión, si no que al contrario, con una sonrisa; le regala una puñetera sonrisa.

- ¿Sabes qué es pasar de alguien indeseado? - respondo con mi mejor cara de poker. Mi madre me mira mal y me ejerce fuerza en el hombro. Pongo los ojos en blanco - sí gente, indignada. Muy indignada - y hago lo imposible por no poner una mueca de dolor.

Parece que he hablado demasiado alto y todos los invitados se han dado cuenta de mi enojo.

Nos miran. Me miran. Me miran sin parpadear, me miran sin creer lo que acaba de pasar. Me miran matándome, acribillándome con la mirada.

No entiendo nada pero me enorgullezco de ser una chica difícil de intimidar y sonrío para mis adentros. Mis piernas que en su momento estaban cruzadas una encima de la otra, las separo, las hago pisar el suelo y me pongo de pie. Me enderezó para él. Para enfrentarme a él.

Se acerca a mí, dejando en evidencia la diferencia de tamaños entre su cuerpo y el mio. Inclina su cabeza - Ten cuidado niña. No provoques al rey. - me susurra al oído.

En su momento me pareció muy penoso que se calatologase a sí mismo como rey.

Sonrío y lo separo de mí sin ser brusca, siendo más bien, sensual - o por lo menos ese fue el intento. Lo miro a los ojos e intento no demostrar nada, ser completamente neutral -- porque de lo contrario me hubiese reído de él en su cara. Sus ojos sin duda dan miedo. No es el típico color verde que moja bragas, o ese típico color verde que te hipnotiza dejándote tonta pérdida, no. Ese verde es puro misterio, es un verde vacío. Sin vida, sin nada. Encerrado y bajo mil llaves.

Me da la sensación de que así como no demuestra nada, lo grita todo. Pero elimino ese pensamiento tan rápido como había llegado. Me acerco a él y me pongo de puntitas, sujetando sus brazos para no caerme de bruces por los tacones.

- y tú- paso mi brazo por su cuello acercándome a él - y para mantener el equilibrio - No me subestimes a mí. - susurro.

El juego de miradas que tuvimos fue épico. 

Pozo Sin FondoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora