...Con Arreglos y Separaciones

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(Editado: 03.09.2024)

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Ámbar no lo admitiría, pero lo había mirado esa vez.

Esa mañana en el depósito, después de su noche juntos y antes de que todo lo demás pasara, ella había despertado antes que Simón. Estaba acostumbrada a despertar temprano después de todo, así que en algún punto de la mañana, sus ojos se abrieron y se dio cuenta de que estaba acurrucada en su pecho, con sus brazos envolviéndola alrededor de la cintura, sujetándola contra él. No era como si hubiera habido mucho espacio en primer lugar— el sillón apenas era lo suficientemente grande para los dos— pero la forma en que Simón la estaba abrazando casi como si fuera una almohada y respirando suave junto a ella, derritió algo en Ámbar muy profundo. 

Se tomó un momento para observarlo en ese entonces: el largo de sus pestañas, la curva de su nariz, la forma en que su boca estaba medio abierta, haciendo que se viera algo gracioso, pero igual adorable. Observó el hoyuelo en su barbilla, el grueso de su cuello, su mandíbula...

Era hermoso, y Ámbar no se atrevió a moverse por miedo a despertarlo. Sabía que el momento en que él despertara tendrían que afrontar lo que acababa de pasar, y no estaba segura de qué mirada le esperaba cuando sus ojos finalmente cayeran sobre ella otra vez. Así que solo se acurrucó más cerca, acomodando la cabeza en la curva de su cuello, y dejó que su olor y los latidos serenos de su corazón la arrullaran de vuelta al sueño. 

Ámbar no sabía por qué recordó eso ahora cuando despertó. Después de todo, el depósito, abarrotado y lleno de polvo, no tenía nada que ver con su propia habitación, pero aún así, el recuerdo de ese lugar fue la primera imagen que se le vino a la cabeza cuando se estiró bajo las sábanas. Quizás era porque se había quedado dormida pensando en Simón que ahora lo estaba haciendo de nuevo. Quizás incluso había soñado con él y ahora simplemente no lo recordaba.

La alarma de su celular sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Ámbar movió su mano hacia el velador para apagarla, preguntándose, no por primera vez, por qué siquiera ponía una alarma si normalmente se despertaba antes de ella. Se sentó en su cama y pasó su mano por su cabello despeinado, sintiéndose descansada, pero sin mucha energía a pesar de ello. 

De igual forma, el día no se iba a detener solo porque no se sentía motivada para enfrentarlo, así que deslizó sus piernas para el lado de la cama y se levantó, caminando hacia su baño privado para su ducha diaria. 

Una vez afuera, se secó el cabello y fue hacia su closet. Mientras que el día anterior se había tomado su tiempo eligiendo su ropa, esta mañana solo agarró las primeras prendas negras que encontró y se las puso: una remera con cuello de tiras en V y un par de shorts. El negro siempre era asentador de todas formas— Daba igual. 

Se puso botinetas negras y se miró en el espejo de su closet. Se veía bien, sí. Pero por dentro se sentía tan... perdida. 

Agarró una colita para el pelo y se hizo una cola de caballo, algo que no hacía hace un tiempo, probando como le asentaba el peinado. Estaba probando muchas cosas últimamente: ser honesta, amable, toda esta cosa de 'cambiar su camino' que aun no interiorizaba del todo.  ¿La verdad? No tenía idea de lo que estaba haciendo. Sabía que estaba bien, que le hacía bien y era lo correcto, pero no podía sacarse la sensación de que, detrás de sus defensas y sus murallas, no tenía idea de quién era realmente. 

Con una sacudida, Ámbar se sacó esos pensamientos de la cabeza y se puso en movimiento— solo estaba perdiendo tiempo nada más. Agarró su celular de encima del velador, lo metió en su bolso y abandonó su cuarto, cerrando la puerta al salir.  

Caminos Que Se Cruzan...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora