...Con La Decisión de Ramiro

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Por primera vez en un largo tiempo, Ámbar despertó con su alarma. 

El fuerte sonido irrumpió en sus oídos y la sacó bruscamente de las profundidades de lo que había sido un dulce sueño. A regañadientes, abrió levemente sus ojos, pestañeando varias veces para ajustarse a la luz y terminar de despertar. ¿Siempre había sido tan molesta su alarma? Por dios, recién comenzaba su mañana y ya estaba irritada. 

O lo estuvo, hasta que escuchó un gemido bajo detrás de ella y un brazo se envolvió alrededor de su cintura, sujetándola cerca. 

"Apaga eso..."

Así de fácil, su mal humor se esfumó, reemplazado por pura ternura. 

Ámbar soltó una risita y estiró su brazo para agarrar su celular, pero no pudo alcanzarlo porque su brazo la tenía pegada contra él. 

"No la puedo apagar si no me soltás un poco", le señaló con humor. 

Simón soltó otro gemido y apartó su brazo reaciamente. Ámbar se movió hacia su velador y apagó la alarma.

Apenas dejó de sonar, los brazos de Simón la agarraron de nuevo y la trajeron de vuelta hacia él. Ámbar rió y se giró para mirarlo. 

Tal como aquella vez en el depósito, Simón yacía junto a ella con sus ojos cerrados, respirando suavemente. Sus finos rasgos eran los mismos, pero esta vez se hallaban iluminados por los rayos de luz que se escabullían entre medio de las cortinas, dándole un aire casi angelical. La mayor diferencia era que, esta vez, ella no tenía miedo de lo que pasaría cuando él abriera sus ojos.  

Ámbar se encontró con que cualquier aprensión que ella pudiera haber tenido sobre que las cosas estaban destinadas a salirle mal, había desaparecido después de la noche anterior. Simón la había besado y tratado con una calidez tan especial que había derretido todo miedo hasta sus huesos. Aun podía sentir esa calidez ahora, acostada entre sus brazos. Ámbar nunca se había sentido tan calmada, segura y protegida en toda su vida. ¿Cómo podía algo no estar bien si él estaba a su lado?  

Sacó una mano de entre medio de ellos y la llevó al rostro de Simón, rozándolo con sus nudillos de arriba a abajo, suavemente. Nunca había amado tanto a alguien. Nadie nunca la había amado tampoco, o al menos eso creía. Era un sentimiento muy lindo, uno al cual podría acostumbrarse. 

Ámbar bajó su mano de vuelta a su pecho, donde su corazón latía tranquilo y constante, y se permitió disfrutar de ese sentimiento por un rato más. También estaba cansada después de la noche anterior, así que unos minutos más de descanso no sonaban nada mal. 

Luego de un rato, sin embargo, comenzó a apartarse. O, al menos, lo intentó. 

"Simón", lo llamó, empujando suavemente su pecho. 

Él apretó más los ojos y murmuró. 

"Estoy durmiendo..."

Ámbar no pudo evitar sonreír. Simón adormilado era probablemente la cosa más adorable que había visto en su vida. 

"Podés descansar un poco más si querés, pero yo me tengo que levantar para ir al Roller", susurró. 

"No, no tienes. Sólo quédate conmigo."

Ella rió por lo bajo. "¿Y quién va a abrir el Roller?"

"Pedro, Eric, no me importa..." Masculló, acurrucándose aun más cerca de ella, hundiendo su rostro en su cuello. Aparentemente, estaba determinado a no dejarla ir. 

Ámbar rodó los ojos sonriendo. Era como un nene pequeño tirando un berrinche. Oh, bueno. Iba a tener que convencerlo.

Deslizó una mano a su espalda, la otra a su hombro, y se acercó más a él, como abrazándolo, asegurándose de presionar sus pechos contra el suyo. Estaban desnudos ya que sólo se había puesto un par de pantaletas antes de dormir, y él tampoco vestía nada además de unos boxers, dejándolos piel contra piel. 

Caminos Que Se Cruzan...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora