Viernes

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Me dirigía hacia Starbucks como hacía cada mañana para pedir una taza de café con mi nombre. Normalmente, no tenía tiempo para quedarme a tomarlo allí mismo, por lo que solía encargarlo para llevar. 

Sin embargo, la chica que me atendía, casualmente solía ser la misma de siempre la mayor parte de las veces; Alta, pelo teñido de un fucsia claro tirando a rosa, maquillada, presumida pero bonita. Ambas nos dedicábamos cada mañana una sonrisa. A veces, me preguntaba qué estaría haciendo alguien como ella trabajando en una cafetería como esta. Quiero decir, Starbucks tenía su encanto y era bastante prestigiosa y valorada, pero ella no parecía el tipo de personas que terminaría trabajando en un lugar como este. 

Así que un día, me llené los pulmones de aire y me animé a preguntarle por pura curiosidad:

-¿Hace mucho que trabajas aquí?-. La peli-rosa que estaba de espaldas preparando mi café, se quedó tiesa por unos segundos antes de voltear a responderme con otra pregunta:

-¿Disculpa?-. Era obvio por su expresión que mi pregunta le había parecido un poco atrevida y extraña teniendo en cuenta que por más que nos viéramos casi todos los días, seguíamos siendo unas completas desconocidas la una para la otra.

-Oh-me excusé disimulando mi leve sonrojo-Tan solo quería...-.

-¡Mierda!-la peli-rosa me interrumpió cuando se le desbordó el café que me estaba preparando al suelo-. Abrí la boca para intentar decir algo un poco asombrada y sintiéndome una carga por haberla distraído, pero un tipo barrigón y con un delantal sucio puesto se me adelantó:

-¡Ve a limpiar eso ahora mismo! Y ten más cuidado la próxima vez-. Supuse que sería su jefe al notar su humor de perros.

-Sí, señor-respondió por lo bajo la muchacha pelirosada agachándose y buscando una fregona y productos de limpieza obedeciendo a las palabras de su superior-.

-Qué carácter-me atreví a comentar con una media sonrisa mientras ella seguía allí en cuanto me aseguré de que su jefe se había marchado-. Ella no respondió, tan solo me lanzó una mirada de mal de ojo que provocó que borrara mi media sonrisa tan rápido como se había dibujado en mi rostro y luego se dispuso a limpiar con lo que había encontrado. 

Unos cinco minutos más tarde, cuando al fin acabó intentando no incomodar a sus compañeros que seguían atendiendo los pedidos del resto, se dispuso a volver a prepararme el café. Permanecí callada esta vez mientras lo hacía hasta que se giró a verme una vez más:

-Aquí tienes tu capuchino-pero no me dirigió la mirada esta vez, sino a la persona que estaba esperando detrás de mí, preguntando-¿Quién sigue?-. No quería seguir molestándola por lo que había sucedido, así que prefería no añadir ningún otro comentario al respecto. 

Acto seguido, abandoné el local como solía hacer cualquier otra mañana de aquel día. Mi siguiente paso era dirigirme hacia mi trabajo. Con el café aún entre mis manos para intentar mantener su calor, tomé rumbo hacia el subterráneo. Cinco estaciones después, mientras bebía de mi capuchino, me bajé del automóvil y volví a caminar un par de calles más en dirección hacia la empresa en donde trabajaba. En cuanto llegué, lo primero que hice fue apoyar el capuchino a medio terminar en mi escritorio de mesa. 

Volví a respirar profundo al sentarme en mi silla toda despatarrada. Por suerte era el último día de la semana. 

(...)

Desde que aquella chica de pelo largo y negro a la que casualmente veía cada día cuando me tocaba atender sus pedidos (siempre el mismo, por cierto) irrumpió una vez más en mi cafetería y accidentalmente ocasionó que derramara su capuchino al suelo y enfadara a mi jefe, el día se volvió eterno. 

Pedidos tras pedidos, así eran mis mañanas. Lo peor era que mi turno no finalizaba sino hasta las cinco de la tarde. Y por si fuera poco, al final del día mi cabeza siempre terminaba dando vueltas y vueltas, como si todo el barullo y ruido del local donde trabajaba permaneciera y me siguiera a todas partes allá a donde quisiera que fuera. Quizá me estuviera volviendo un poco paranoica. O quizá las palabras de aquella chica se hubieran vuelto más pegadizas dentro de mí de lo que creía. 

-¿Todo bien en el trabajo?-me preguntó mi habitual chófer al percatarse de la angustiada expresión facial que no pude ocultar-. Seguí echando ojo por los cristales del coche perdiendo la mirada en las escasas vistas que me ofrecía antes de responder en un resoplido no muy agradable:

-Lo mismo de siempre-. Mentita, así se llamaba el chófer, permaneció tan callado como yo ante mi respuesta. Tan solo se limitó a mirar por el retrovisor y yo me dispuse a devolverle la mirada cuando me di cuenta. Lo que restaba de viaje permanecimos callados el uno con el otro.

-Llámame si necesitas algo-fueron sus últimas palabras del día en cuanto me bajé del coche al llegar a nuestro destino-.

-Lo haré, gracias Mentita-. Acto seguido, me saludó con otra sonrisa acompañado de otra de sus alegres miradas y luego volvió a arrancar los motores del coche para marcharse del lugar.

Por mi parte, me dispuse a caminar hasta mi apartamento. Resoplé una vez más antes de entrar en él. Qué día. 

 

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Starbucks Coffe © #BubblineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora