cuatro

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No me gustaban las visitas fortuitas. Mi agenda exigía tener todo organizado y la única autorizada a realizar este crimen era Allison. No fue ella quien se presentó, por esa misma razón, mi buen humor se esfumó.

Liam Dunbar, el chico que vivía en el piso de abajo, venía a pedirme azúcar por tercera vez en el mes y la situación me irritaba bastante.

—Niño, si quieres mi número solo dilo.

—¿Qué? No, quiero azúcar.

—¿Acaso no puedes ir a comprar?

—Bien, te contaré. Mi padre no quiere comprar más porque solía meter otras... sustancias en el pote de azúcar. Era el único escondite que se me ocurrió, él jamás consume azúcar, es diabético. Hasta que un día le hizo un té con seis cucharadas de "azúcar" a mi abuela y ella se trepó a la terraza del edificio desnuda. Casi se suicida, salió en las noticias, ¿acaso no lo viste? Mi abue es viral.

—Dios mío, no. Con más razón no te daré azúcar, niño asesino.

—No me digas niño, tengo dieciocho y una identificación —asintió como todo un ganador—. ¿Me prestas azúcar?

Pobre joven.

Suspiré y fui a buscar mi azucarero, para cuando volvía, el rubio ya estaba dentro de la sala.

—Lindo techo.

—Es el mismo en todas los malditas habitaciones de este edificio, vete -le di el azúcar y lo empujé fuera.

Finalmente sola, me eché en la cama y traté de dormir un poco.

···

La noche siguiente, obligada por mi mejor amiga, iba rumbo a la reunión que Scott organizó en el lujoso restaurante de un pariente suyo, que por cierto, vivía fuera de Beacon Hills. La mejor parte era la condición de ir con ropa elegante, amaba manejar el coche con zapatos taco aguja y ver a los peatones contemplar mi escote. Espero que no necesite aclarar que es sarcasmo. Ya lo hice.

Aparcar el auto en el estacionamiento del Ástrenov no fue tarea difícil. Lo que sí lo fue era mantener contacto visual con Stiles y Malia. Las últimas semanas me atormentaron la culpa y el arrepentimiento, verlos después de tantos días me puso un poco nerviosa. Pero no pasaron más de diez minutos cuando volví a ser yo misma.

—Debo admitirlo, los extrañé —confesó Lahey, haciendo un tonto puchero.

—Yo no —bromeé, a lo que varios rieron.

Y, como dice el dicho: "Detrás de cada broma, siempre hay una verdad". Que mala amiga soy, me amo.

—Voy a darles una noticia —dijo Scott, llamando la atención de los presentes en la mesa. Mis ojos corrieron instantáneamente al rostro de Allison, serio y aterrorizado—. Estoy muy feliz y quiero que brindemos por una de las personas más importantes de mi vida —alzó su copa. Mi amiga me pateó la pierna del nerviosismo—. Por Stiles, que entró en el maldito FBI.

Ambas soltamos todo el aire que acumulamos en nuestros pulmones y nos unimos al brindis, con una sonrisa aliviada.

—Y por Lydia, que en unos días rendirá uno de sus exámenes finales —añadió Allison.

—Y por Malia, que comenzó a estudiar psicología a pesar de que le advertí que no le gustaría —dijo Stiles.

—¡Y por Isaac, que es feliz sin estudiar! —gritó Isaac.

Por fin nos sentamos, después de llamar la atención de medio restaurante, quienes nos miraban como si fuéramos esos típicos adolescentes gritones que adoran llamar la atención de la gente. De hecho, sí un poco. Aunque ya no tan adolescentes.

Pedimos nuestra comida, algunas bebidas y dialogamos sobre cualquier cosa. Traté con todas mis fuerzas de evadir cualquier conversación que Malia o Stiles comenzaran conmigo fingiendo que me llegaba un mensaje.

Todo lo que pedimos llegó en manos de los camareros, dejaron mi plato de fettuccine justo frente a mí. Olían tan bien que por poco me largaba a comer en ese mismo instante. Lo hice, igualmente. ¿Qué? No comía nada desde el mediodía.

—He oído que a alguien lo ascendieron —dijo Malia, alzando y bajando las cejas.

—Ah, sí —sonrió Scott, tímidamente—. Esa era otra noticia que quería dar, ¿recuerdan que siempre fui asistente del Dr. Deaton en la clínica de animales? —esperó a que asintiéramos—. Bueno, él decidió retirarse por un tiempo, y me dejó la veterinaria a cargo mío. Solo serán unos cuantos años, sé que volverá. Además, le tengo demasiado aprecio a ese hombre.

Cada uno lo felicitó, yo estaba realmente feliz de oír aquello. Desde la adolescencia anheló ser veterinario; ser encargado de ese lugar mientras estudiaba para especializarse de la carrera le ayudaría mucho.

El estómago me rugió con fuerza, así que volví a comer los fettuccine que faltaban y bebí un largo sorbo de la copa de vino. Isaac bromeó con la forma de las lámparas, mientras Malia leía en la carta el menú especial de postres. Allison terminó su ensalada y se quedó con hambre, pero no lo diría porque sabía que la molestarían por ser vegetariana. Stiles comía sin parar. Scott sonreía a la nada misma, tal vez estaba feliz por lo de la veterinaria. Yo me reía de las bromas de Isaac y saboreaba el sabroso pan que siempre dejaban en pequeñas canastas justo en medio de la mesa.

—Y ahora juro que será la última —Scott se puso de pie, corrió la silla hacia atrás y se arrodilló delante de Allison.

Oh no.

La castaña se quedó estática al ver como su novio sacaba del bolsillo una cajita de terciopelo negro. Comenzó a negar levemente.

La situación me provocó un nudo en el estómago de los nervios. No quería que mi amiga se viera obligada a aceptar algo que no deseaba, pero tampoco me apetecía contemplar a Scott humillado frente a todo el Ástrenov.

—Allison... —abrió la tapa de la cajita, dejando a la vista una llave plateada—, ¿quieres mudarte conmigo?

Fiú.

Mi amiga pudo respirar con tranquilidad y una sonrisa animada se plasmó en sus labios.

—Claro que sí —aceptó, lanzándose sobre él.

Hubo una ola de aplausos por parte de casi todo el restaurante y aquello fue de película. Hasta que me levanté violentamente como instinto y tapándome la boca, corrí al baño.

Por lo visto... esos fettuccine eran del 2008.

malia va a matarme | stydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora