dieciséis

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Resultaba que quien me chocó era el sobrino del doctor, y resultaba que el sobrino del doctor era el tipo misterioso del balcón, muy loca la vida: un día te embarazas del novio de tu amiga y al otro te arrolla el sobrino de tu doctor.

El problema de todo esto no era haber sido levantada por un auto a toda velocidad, sino que ello no había sido suficiente para perder el maldito feto. Era resistente el hijo de perra.

Y sin embargo, tenía un problema muchísimo mayor, me daba miedo abortarlo. No por encariñarme (me caía mal y era el peor error de mi vida entera), sino por el proceso en general. No era lindo, y debería de estar agradecida por tener acceso a la opción de echar a volar a mi futuro hijo, pero era una perra cobarde y no me atrevía.

Tampoco quería tener una cría siendo que apenas podía mantenerme a mí misma. Y tampoco quería verme obligada a casarme con el padre de la cría para luego divorciarme cinco veces. Entonces, me preguntaba en esos momentos, ¿qué mierda haría?

¿Parir a un ser humano y darlo en adopción? ¿Tener una barriga de embarazada durante meses? Qué asco, no, gracias.

Era muy fácil: ir a la puta clínica, quitarte el feto y seguir con tu vida. También podría recurrir a las píldoras; pero Lydia siempre tenía que complicar las cosas, que ya eran bastante difíciles con una maldita bota ortopédica.

Debía hacerlo antes de que fuese muy tarde, porque ya estaba ocurriendo y las hormonas comenzaban a descontrolarse. Mis pechos estaban hinchados y me dolían, tenía hambre todo el día, me ponía muy horny a la noche y lloraba con Crepúsculo.

Solo rezaba que cualquier hombre se apareciese en mi departamento con una caja de pizza, una película romántica de final trágico y que luego me quitase el feto de una manera que prefería no mencionar.

Justamente, durante esos días, logré seducir a uno de mis compañeros de la universidad y como mis pensamientos inapropiadamente tentadores no me abandonaron en ningún momento, terminé invitándolo a mi departamento a comer. Si saben a lo que me refiero.

El problema fue cuando en medio del acto, al tipo se le ocurrió ponerse en modo pornográfico y me tomó del cuello, exigiéndome que diga su nombre. Entonces, yo, en mi propio mundo, sin querer, juro que sin querer y por razones inexplicables de la vida, solté el nombre de Stiles.

El moreno se detuvo e indignado cortó con toda la diversión, maldito aguafiestas.

—¿Y ahora qué hice? —pregunté mientras lo veía vestirse.

—¿Es una broma? ¡Gritaste el nombre de otro tipo!

—¿Y qué? ¿Acaso esperabas que me sepa el tuyo?

Bueno, eso no había sido muy amable de mi parte, pero a este punto de la historia nada debería sorprenderles. Comparado con lo demás, herir el ego de un calentón universitario era bastante light.

¡Me llamo Aiden! Púdrete, zorra.

Y casi llorando del enojo, se fue dando un portazo. Adivinen quién tendría que darle explicaciones a su novia esta noche cuando la zorra le cuente por redes sociales que su novio es infiel.

Aún insatisfecha por culpa del berrinche de mi querido compañero, tuve que recurrir a mi vieja amiga, Manuela. Y le pedía perdón a mis seres queridos que me observaban desde arriba.

malia va a matarme | stydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora