La mañana siguiente a la tortura de soportar a Liam durante cinco horas en mi propio departamento mientras abortaba, me metí en la ducha para renovar mis energías. Mientras dejaba que las gotas me golpearan el rostro dramáticamente, oí ruidos que me obligaron a ponerme alerta.
Lo único que me faltaba este año era que me roben la maldita tele siendo que aún no terminaba de ver Pasión de Gavilanes. No, hijos de perra, se metieron en el departamento equivocado. Iba a salir de la ducha sigilosamente cuando oí que entraban en el baño. Esto era una maldita película de Hitchcock.
—Lydia, ¿dónde dejaste el cepillo de Fettucine?
Era la voz de Stiles, el desgraciado me estaba revolviendo el baño.
—¿Cómo demonios entraste? -pregunté asustada, asomándome a verlo.
—Por la puerta, como todos los días —respondió obvio, entrecerrando los ojos—. ¿Estás bien?
—¿Qué haces aquí?
—Busco el cepillo de Fettucine, ya tengo que llevarla al campamento.
—¿De qué carajos estás hablando, Stiles? ¿Quién es Fettucine, pedazo de psicópata invasor de propiedades?
Y para contestar a mi pregunta, Fettucine apareció con su uniforme escolar. Era Fettucine, literalmente.
—¡Llegaré tarde, papá, apúrate! —chilló histérica, dándole empujoncitos.
—Espera, mujer, no soy Flash —se quejó el castaño, que ahora me daba cuenta, se había dejado crecer un poco la barba. Oh no, era sensual.
—Aquí está —lo encontró ella en uno de los cajones—. ¡Vamos! Adiós, mami, te quiero.
Y se fue junto a Stiles cargando su mochilita de My Little Pony. Desperté horrorizada, cualquiera que me viese en el estado que estaba, creería que había perdido la cabeza. Y era muy posible, porque en lo único que podía pensar era en lo hermosa e inteligente que era la niña del sueño y lo bueno que estaba Stiles en modo padre.
Ahora, de vuelta a la vida real, tuve que volver a darme una ducha, esta vez de verdad, tratando de borrarme de la memoria toda la historia que produjo mi cerebro. Era tan realista que daba miedo, con su cabello dorado, sus mejillas gorditas, su nariz pequeña como la mía, las pestañas largas y ojos café como los de Stiles. No, ya cierra el hocico, puta.
Borrar. Borrar. BORRAR. No te dejes vencer por un feto abortado, eres mejor que eso, Lydia.
Y sin la capacidad psicológica para soportar aquella situación, fui al doctor para tener una prueba certera de que el feto se había ido para siempre. A la mierda el test.
Estar atrapada en la sala de espera justo en frente de una mujer que tenía turno para el pediatra con sus dos niñitas era lo último que necesitaba ver para acabar con mi poca estabilidad mental y emocional.
Las pequeñas hablaban con su madre, preguntándole si la doctora las pincharía, porque le tenían miedo a las agujas y que si luego irían a la heladería o a la cafetería a tomar algo. En esos momentos, me estaba considerando seriamente en convertirme en mamá luchona. No ahora, claro está, porque el bebé ya estaba en mi inodoro.
Lydia, eso fue muy oscuro. Sí, lo sé, pido perdón al público.
Cuando por fin me llamaron y me hicieron todo el procedimiento del ultrasonido y blá, blá, blá, la enfermera me miró sonriente.
—Listo, señorita, ya no tendrás que gastar en pañales —bromeó.
—¿Qué? —pregunté exaltada, mirando al monitor para comprobarlo.
—Que ya no estás embarazada. Puede que sigas teniendo pérdidas de sangre en las próximas semanas. Será como si tuvieses la regla. Cualquier cosa, si notas algo extraño, comunícate con el número de la clínica.
Se puso de pie para anotar unas cosas en unos papeles.
—Bien, genial —murmuré sin levantarme.
—¿Te sientes bien, cariño? —se acercó con el ceño fruncido.
—Sí, lo siento —me puse de pie. No tenía sentido ponerme en modo depresiva ahora cuando volvía a estar disponible para que me dieran la revolcada de mi vida sin culpa. Y no, no hablaba de que me choque un auto.
—Recuerda que si necesitas algo, puedes llamar. Tenemos profesionales que ayudan a sobrellevar esta clase de cosas.
Dilo. Dí que necesito terapia, desgraciada.
Agradecí y salí de allí, cruzándome en la salida a las niñas con su madre, que las llevaría a tomar algo como recompensa por no haber llorado. Merecía que me llevaran a mí también, porque tampoco lloré. Llévenme, por favor. Que me lleven, carajo.
Y no, no me llevaron.
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malia va a matarme | stydia
FanfictionAcostarte con el novio de tu amiga no está bien, mucho menos cuando éste usa la peor marca de condones.