—Eres un homosexual, Stiles.
—Por quinta vez, Lydia, homosexual no es un insulto —repitió exasperado, corriendo las mantas de la cama para que me acueste—. Si fuese homosexual tendría menos problemas ahora mismo. Acuéstate.
—No me acuesto con homosexuales —declaré de brazos cruzados.
—No me acostaré contigo. Tú te acostarás sola, te dormirás y mañana te irás agradeciéndole al homosexual por salvarte de un depredador sexual.
—Me acostaré, pero me ofende muchísimo que llames a Parrish depredador sexual siendo que la tiene considerablemente grande y tuve sexo con él en su patrulla hace tres meses —confesé, acostándome de paso.
Stiles ignoró aquello, tal vez pensando que me lo inventé, y me tapó.
—Duérmete.
—Se me hace difícil dormir en una cama donde Allison y Scott tienen sexo regularmente.
—Cuenta ovejas.
—Si me haces compañía tal vez pueda —agregué, con un tono de propuesta. Que rápido se daban vuelta las cosas en el mundo de Lydia.
Al principio parecía que iba a negarse, pero quién demonios se resistía a mí. Tal vez no era por el hecho de estar tallada por los mismos ángeles, sino porque realmente deseaba que me durmiera y se preocupaba por mí, como todo un hombre digno de conquistar mis bragas, pero estaba demasiado ebria para saberlo y tampoco me interesaba.
Debatiéndose por unos segundos, terminó por sentarse en la cama, esperando a que me durmiera. Cuando volví a abrirlos, ya era de día y junto a mí había otra ebria desmayada, mi querida amiga Allison, que roncaba como si dentro suyo llevase el alma de un camionero.
Recogí mis cosas, le deposité un beso en la frente y me arrepentí porque estaba un poco sudada de tanta parranda. Luego, noté que en el suelo dormía Scott al lado de su perro. Le tomé una foto a los dos para amenazarlos con subirlas en un futuro y me retiré, con un dolor de cabeza increíble.
. . .
Esa semana fue una porquería, olvidé que me tomarían un exámen en unos días y tuve que aprenderme toda la historia de un viejo político estúpido e invasor. Entonces, a eso me dediqué durante cinco días consecutivos, sin pausa alguna.
Mi desaparición preocupó severamente a mi amiga, que no me veía ni oía desde la parranda. Tampoco me despidió a la mañana siguiente, por lo que me llenó de mensajes y tuve que enviarle un audio diciendo mi color favorito para confirmar si era yo y que quien hablaba no era un secuestrador.
Finalmente dí ese examen y le recé al de arriba y al de abajo por si acaso el otro me rechazaba.
De pronto, allí mismo, en la salida de la universidad, sentí la fuerte necesidad de ir a comer unos buenos panqueques. No unos cualquiera, sino los de cierta cafetería hechos por cierta cocinera. Así fue como terminé sentada en esa misma cafetería esperando a que me trajeran los putos panqueques de una buena vez. No era un antojo, era una necesidad.
Y entonces los trajeron, con dulce dentro y caramelo fuera. Esos eran panqueques de verdad. Me lo tragué con los ojos cerrados, como si volviese de un naufragio donde tuve que sobrevivir por veinticinco meses a base de hojas y peces. Por Dios, Marta, qué buenos panqueques.
Qué don bien desperdiciado, cumpliéndole los antojos a una embarazada que en unos días abortaría. Pagué y me dispuse a irme, pero en la barra había un hombre que me vio y me llamó animadamente. Que no sea el de las gradas, que no sea el de ls gradas. Y efectivamente, no era el de las gradas, pero hubiese preferido que fuese él, porque el señor que se me acercó era el doctor.
Sobre el tipo de las gradas, ya su apodo lo decía todo, un tipo que me manoseó (con mi permiso, obviamente) en las gradas del instituto, en mis comienzos con la putería.
—¿Cómo estás? ¿Ya has ido a la clínica?
—Sí, he ido hace unas cuantas semanas —sonreí incómodamente, mirando a mi alrededor.
Mi conciencia inmediatamente lanzó un grito de horror. Malia entró en la cafetería con su amiga Kira, y al verme observándola, saludó con la mano y caminó en mi dirección.
—¿Y qué tal te fue? Sé que puede ser un proceso traumático y quiero que sepas que mis puertas siempre estarán abiertas para ayudarte a enfrentarlo, conozco amigos terapeutas profesionales que tal vez... —continuaba el desgraciado.
—Hey, Lydia, ¿qué onda? —apareció la castaña, interrumpiendo al doctor sin siquiera procesar su existencia.
—Hola, yo estaba... vine a, ya sabes, comer panqueques. ¿Y tú? —sonreí exageradamente con terror.
—Ah, vine con Kira a tomar un batido, aquí son buenos de verdad —miró de reojo al hombre—. Me iré con Kira antes de que pida cualquier cosa, nos vemos luego.
—Sí, adiós.
Y se fue. Saqué una considerable cantidad de aire de mis pulmones y volví la vista al doctor.
—Se te nota tensa, ¿estás bien?
—No. No estoy bien —me acerqué más para hablarle en voz baja—. ¡Esa es la ex-novia del tipo que me embarazó y usted no dejaba de mencionar la terapia y sucesos traumáticos mientras venía, ahora los panqueques me cayeron mal y si me permite, me tengo que ir!
Con los nervios de punta, me retiré del lugar con muchas ganas de que me chocara un auto en el camino. Y efectivamente, ocurrió.
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malia va a matarme | stydia
FanfictionAcostarte con el novio de tu amiga no está bien, mucho menos cuando éste usa la peor marca de condones.