veintiuno

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La semana siguiente desaparecí de la faz de la tierra. Podría decirse que caí en un pozo depresivo, pero no era tan drástico. Simplemente no salí de mi casa y lloré desconsoladamente todas las noches hasta dormirme. Nada muy grave.

Solo tuve contacto con otros seres humanos un par de veces, cuando Allison me llamó preocupada. No entendía porque se asustaba a estas alturas, cuando desaparecer era algo común en mí basado en los últimos sucesos que me ocurrieron. Recordé que la diferencia de ahora estaba en que, para ella, aún tenía un feto desarrollándose en mi interior.

Le expliqué todo (exceptuando el sueño, claramente) y ella vino en seguida con intención de hacerme sentir mejor. Trajo helado, así que en parte lo logró. Hasta que se fue y la soledad volvió a consumirme sumergiéndome en la culpa. Basta, suficiente Pasión de Gavilanes.

Tuve que darle una pausa a mi sufrimiento para estudiar y no reprobar todas mis materias. En eso, Liam volvió a hacer su aparición en mi piso, esta vez no traía un pote de azúcar.

—La abuela volvió a hacerlo. Encontré a la maldita vieja entrometida probando el azúcar de mi habitación. Por suerte esta vez se murió.

Miré al chico horrorizada.

—Mentira, no se murió —se rió de mi expresión y luego de echarse sobre mi sofá, agregó:—. Está en coma, pero oye, al menos no volverá a tocar mis cosas.

La normalidad con la que el niño soltaba las cosas era increíble a los oídos humanos.

—Sí, suena justo —murmuré, recogiendo los paquetes de papas fritas y las envolturas de chocolate que dejé tiradas durante mi crisis emocional.

—Me preocupé por ti. Ya sabes, desapareciste y pensé que te moriste abortando. No me atrevía a venir porque me daba miedo encontrar una chica muerta de nuevo. Hoy tomé coraje y por suerte, estás viva. Hecha un desastre, pero viva.

—Sí, ya lo sé, muchas gracias —suspiré, barriendo como pude. Qué esperaban de mí, no había nacido para tocar escobas. No este tipo de escobas.

Fue entonces, en medio del fenómeno natural que sucedía allí mismo (yo barriendo), que el timbre sonó. Liam se levantó violentamente a atender antes de que yo lo alcanzara.

—¿Sí, quién es? —miró fijo al techo—. ¿Quién soy yo? Más bien, ¿Quién eres tú? O mejor dicho, ¿quiénes somos?

Le arranqué el teléfono y le dí un empujón.

—Lo siento, ¿quién es?

—Stiles. ¿Quién era ese?

La vida me odiaba, así que ni siquiera me quejé de la visita inesperada del progenitor de mi feto abortado y sin contestarle su pregunta, apreté el botón para que pudiese ingresar al pasillo. Tras colgar, tuve que soportar un interrogatorio de Liam.

—¿Quién es? ¿Es el que lloraba el otro día? ¿O el que te embarazó? —tras no recibir respuestas, decidió sacar sus propias conclusiones—. ¡No puede ser, es el doctor, yo sabía que le querías succionar el aparato reproductor!

—¡Cállate por dos minutos, niño! —lo corté, perdiendo la paciencia—. ¿Te golpearon la cabeza de chiquito?

—Sí, y no es motivo de burla, cabeza de fósforo.

—Vete a tu piso. Solo será un rato.

—Diez dólares.

—Espero que estés bromeando, porque no pienso darte diez dólares para que te vayas de mi propio departamento.

—Ahora son once dólares. La moneda va devaluando, así funciona la economía, Lydia.

—¿Qué te parece si te vas y a cambio no te meto el palo de escoba por el trasero?

—Me parece que eres muy justa y te respeto —hizo una reverencia y fue hacia la puerta.

Cuando abrió, del otro lado estaba Stiles, a punto de tocar. Ambos se miraron con el ceño fruncido y ocurrió lo inesperado, o más bien, esperado. Liam lo olfateó sin dejar de hacer contacto visual y se volvió para asentirme.

—Huele a vainilla y papel cuadriculado, está aprobado —se hizo a un lado dejándolo pasar y Stiles lo señaló, mirándome sin entender una sola cosa de lo que ocurría.

—¿Qué está pasando?

—Es mi vecino, Liam, y ya se va —expliqué, aclarando al rubio con énfasis que lo estaba echando.

Al ver que no se movía, tomé la escoba y efectivamente, se largó. Stiles me observó confundido y no tuvo más opción que fingir que todo eso no había ocurrido. Se rascó la nuca y mis ojos se clavaron inmediatamente en su brazo, que con el entrenamiento de la academia llenaba más la camisa. Que me ahorque. No, Lydia, la última vez terminaste embarazada.

—Creí que te había pasado algo, no respondías a los mensajes.

—Sí, estuve ocupada con los exámenes —mentí—. Además conseguí las pastillas y no estaba de humor para hablar.

—¿Las pastillas?

—Abortivas. Como me dijo la enfermera, ya no tenemos que preocuparnos por comprar pañales —me encogí de hombros, sentándome en el sofá.

—Oh, ¿ya está? —preguntó, con el mismo tono que alguien preguntaría "¿eso es todo? ¿así de fácil?".

Asentí, apretando los labios. Deseaba tanto volver a ser una perra fría sin corazón, tal como antes, pero por mucho que fingiera... el Stiles modo padre con barba me perseguiría por siempre. Bueno, hablando en serio, me sentía mal por Fettucine y de verdad debería ir con un terapeuta.

Stiles notó mi inestabilidad emocional. Tal vez porque los ojos son la entrada al alma o tal vez porque tenía el aspecto de un moribundo, como Liam dijo. Sea como sea, se dio cuenta y tomó asiento junto a mí.

Al menos me ahorraría la sesión de terapia.

malia va a matarme | stydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora