veinticuatro

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Y llegamos al momento en que comenzaré a echarlos de mi vida porque ya me empiezo a sentir acosada.

Haciendo un resumen de aquel día, Malia me dio unas buenas cachetadas para que no me olvide y sin perder un segundo de su ataque de ira, le metió un puñetazo a Stiles que le reinició el sistema operativo. No terminó ahí, cuando nos íbamos, lo persiguió con un bate por todo el estacionamiento; pero por suerte nadie murió.

Como no, Scott tuvo su merecido también, no de mi mano, sino de la de Allison, que le sacó la borrachera a chancletazos. Todo lo ocurrido fue digno de una película de Tarantino, exceptuando que no hubo muertes ni sangre, claro. Pero la violencia no faltó.

El pobre Isaac se fue traumatizado y confundido aún por todo el drama que presenció y que en cierta forma, él comenzó. No volvimos a verlo en un largo rato.

Un par de semanas más tarde, fui a visitar a Malia e hicimos las pases. Tuve que comprarle dos docenas de churros a cambio de su misericordia pero al final de todo, me perdonó. Además, había comenzado a salir con otro tipo. Estaba bastante bueno, y si no fuera porque estaba chiquito se lo habría robado también. Chiste, chiste.

Nos aliamos y eso le costó a Stiles una tortura de un mes, puesto que Malia me propuso la idea de ignorarlo como forma de castigo y aunque en las reuniones lo llevaba a cabo a la perfección, me descargaba cuando nos veíamos en privado. No de esa forma, pervertidos. Le hablaba sin parar y en algunas ocasiones admito que intenté persuadirlo, pero el bastardo quedó traumado de la última vez y no quiso.

A pesar de que él le había pedido perdón a Malia más de veinticuatro veces, la castaña se negaba a romper su huelga de silencio. Y como yo amaba romper cosas, cuando me envió un mensaje preguntándome si podía ir urgentemente a ayudarlo con un trabajo de matemáticas, no me hice rogar mucho. La Lydia de la adolescencia estaría indignada, pero si veía lo bien que maduró Stiles, lo comprendería.

La cosa venía bien, sin nada de tensión, solo una simple conversación normal entre ex-amante y ex-padre de feto abortado. Hasta que llegamos al último ejercicio, no podía ser tan burro.

—¿Cómo es que no sabes distinguir un triángulo isósceles y uno escaleno? —me quejé, dándole un golpe a la hoja tras hacer ocho intentos seguidos.

—¡Te pedí ayuda para que me expliques, no para que me juzgues por no saber diferenciar dos triángulos!

—¡Esto es algo de primaria, Stiles!

—¡Y nunca lo entendí! —tiró la escuadra en la mesa, rendido—. Ni siquiera sé de que me sirve esto en el FBI. Tú eres la que estudia matemáticas aquí, así que no me discrimines, mujer.

—Los que te discriminarán serán los del FBI cuando se enteren de que no sabes ni cuánto es ocho por siete.

—64 —me apuntó con el lápiz, orgulloso.

—Hay que sacrificarte.

Y sin dejar de negar, volví a explicarle todo de nuevo, pero él ya había echado la cabeza sobre la mesa en señal de que su cerebro rechazaría cualquier tipo de información verbal. Yo, siendo buena en matemáticas, sabía bien como solucionar problemas y entonces, hice lo que tenía que hacer: le dí un librazo en la cabeza.

Eso bastó para que se reincorporase de nuevo y se quejara.

—Vine a explicarte esto, así que no me iré hasta que lo entiendas —le planté la hoja en frente y le señalé el gráfico—. ¿Qué es esto?

—Un triángulo.

—¿Qué tipo de triángulo? Necesitas saberlo para hacer la parte b.

—Equi... —vio como alzaba las cejas y sintió la presión—, sósceles.

—¿Equisósceles?

—Uno de esos dos.

Con fuertes deseos de meterle un disparo en el pecho, volví a explicarle las características de cada uno y durante todo mi esfuerzo, lo único que hacía él era dar golpecitos ansiosos en la mesa. El hijo de perra quería que le hiciera el trabajo yo solita.

Lamentablemente, pedirle eso a una estudiante de matemáticas futura ganadora de la medalla fields era un insulto, y como paga por la ofensa, tuvo que aprenderlo. A las seis llegué a su casa y a las once terminó el trabajo el desgraciado.

Me levanté y mientras recogía mis cosas, recibí un mensaje de Parrish. Era un poco tarde para ofrecerme un paseo, pero entendí su código y saqué mi espejito para retocarme el labial antes de salir a buscar al patrullero hot para que me esposara. Ay, Lydia, eres tan traviesa.

—Oye, Lydia, gracias por ayudarme —terminé de retocarme el labial y lo observé—. Y gracias por no perder la paciencia.

—Está bien. Tú perdóname por el librazo.

—Me lo merecía —se encogió de hombros.

—Sí, es verdad —asentí guardando el labial y el espejo en el bolso.

—¿Qué harás ahora? —preguntó clavando sus ojos en mi boca.

No lo culpaba, mis labios pintados con ese tono rojo merecían ser patrimonio cultural de Beacon Hills. Especialmente porque todo el pueblo los visitaba.

—Dormir —mentirita piadosa—. ¿Tú?

—Dormir.

—Qué coincidencia.

—Ajá.

Y nos quedamos viendo en silencio unos segundos hasta que la agenda de Lydia decidió cambiar de planes y en vez de ir a casa del policía sadomasoquista, terminé sobre la mesa de Stiles, y luego sobre la cocina, y luego sobre la cama, y... bueno, podía confirmar que valió la pena enseñarle los triángulos.

malia va a matarme | stydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora