TREINTA Y SEIS: Siempre sale el sol

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"Y regálame un beso, solo por eso vale la pena, vale la pena estar

                                                                                                             junto a ti".

                                                                                         Loca – Álvaro Soler.


Agustín soltó una carcajada.

—¡Es cierto!— gritó indignada— Te juro que pasó de verdad.

Pero Agustín no podía parar de reír y Celeste quiso enojarse, pero terminó riendo junto a él.

Era tan bonito escuchar su risa. Celeste sabía que los últimos meses habían sido muy difíciles para el de rulos, no solo por el divorcio de sus padres sino también por todos los desplantes de Moira, que a pesar que él no dijera nada, ella sabía que sufría.

Por eso, escucharlo y verlo tan contento siempre era algo bueno y mucho más, ser la causante de eso.

—No puede ser— apenas pudo decirlo al intentar dejar de reír y volver a respirar.

— ¡Yo no miento!— y él volvió a llorar de alegría, literalmente.

Luego de unos minutos y de las protestas de Celeste por no creerle su anécdota, Agustín estaba casi recuperado mientras se secaba las últimas lágrimas que caían de sus ojos por haber llorado tanto.

—Tengo una novia increíble— dijo con una suave sonrisa.

Y era verdad. Celeste, su compañera de colegio, esa chica tímida y callada, que se ponía colorada con cada pequeño halago que recibía; era la mujer más increíble, sincera y leal que había conocido.

Siempre intentaba ayudar a todos a mejorar, a salir de su pozo de tristeza y a ver lo bonito de la vida. Que te acompañaba y consolaba, a veces solo con una sonrisa, un abrazo o un simple apretón de manos.

Era la chica que se había ganado su confianza a base de dulzura y alegría, y también se había ganado su corazón pero sin darse cuenta.

Era el sol en sus días nublados.

Celeste parpadeó sorprendida por las palabras de Agustín, pero luego sonrió como si ella supiera algo que él no.

—No somos novios— y Agustín la miró como si le hubiera salido otra cabeza, luego comenzó a asustarse por si él había malinterpretado las cosas y Celeste no lo quería realmente para algo serio. No, no lo soportaría— Nunca me lo pediste— soltó chistosa al ver crecer la alarma en la cara del otro.

Agustín sintió que la tensión lo abandonaba, mientras escuchaba la risa de Celeste al haberlo engañado y él cayó como un tonto.

— ¿Así que te crees graciosa? ¿Eh?— quiso que su voz saliera enojada, pero intentaba ocultar su sonrisa. Sin éxito.

Se acercó a ella para besarla, pero ella se apartó.

—No beso a chicos al azar. Lo siento— se mordió el labio para no reír.

—¿Me harás decirlo, no?— Celeste se encogió de hombros.

—No sé de qué hablas— y apartó la vista de él para mirar a los niños que jugaban en las hamacas.

Agustín tomó aire exageradamente y se puso bien derecho, cuadró los hombros y trató que su voz saliera como la de un adulto serio.

—Mi querida Celeste, aire que ingresa a mis pulmones y me da vida,— Celeste intentaba no reír cuando Agustín se arrodilló frente a ella y agarró sus manos— mi sol de cada mañana que ilumina mis días, me concedería el mayor honor de ser mi novia.

Posó sus manos a ambos lados de la cara, justo sobre sus mejillas mientras acercó su rostro solo a unos centímetros de distancia del contrario.

—Solo si tú aceptas ser el mío, mi noble caballero.

Agustín esbozó una sonrisa suave al escucharla y sentirla.

—He sido suyo desde aquel beso torpe en la cocina de Bruno— y era verdad y Celeste lo sabía.

Ambos lo sabían.

Varios curiosos miraban la simple, tonta y cursi declaración, y se alegraban por los extraños adolescentes. Pero no Moira.

Intentó contener las lágrimas cuando salía corriendo del parque después de presenciar tan dolorosa escena.

No perdió el tiempo y se subió a un cole de línea.

—Debe pagar, señorita— le dijo el chofer de mal humor.

—Lo siento— susurró Moira al percatarse que no había pasado la tarjeta.

Solo podía pensar en Agustín y Celeste y la palabra novios.

Miraba por la ventana como iban avanzando por las transitadas calles de la ciudad y casi se pasa de su parada por estar aún perdida en Celeste y Agustín.

Caminó una cuadra y tocó con urgencia el timbre del departamento.

Nicanor abrió la puerta un poco molesto, aún con una toalla alrededor de su cintura y con gotas de agua corriendo desde su cabello y pasando por su torso desnudo hasta perderse en la prenda.

—Has que me olvidé de todo— susurró con demanda para luego besarlo apasionadamente.


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Maratón 4/5

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