De tal palo tal astilla

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Cuando eres hija única y te das cuenta de que tu madre le es infiel a tu papá, sientes que el mundo se cae en pedazos. Te sientes vacía y no sabes a quien odiar o a quien amar.

En ese tiempo yo tenía como unos catorce años. Estaba cursando séptimo año, porque me había quedado en el último grado de la escuela. Jodido año de mierda.

Eran las tres de la tarde cuando me encontraba jugando con Eva, ambas jugábamos en el pequeño parque que tenía un trampolín y un inflable de colores con un gigante toban.

Eramos chicas felices.

 Corrí hasta llegar a mi casa; en ese tiempo Kira aun no existía, por eso nadie se enteró que yo estaba llegando.

Abrí la puerta corriendo, pero algo me hizo detenerme justo en la entrada del cuarto de mi madre. Había mucho silencio, a decir verdad.

Aquello me pareció extraño, pero continúe con mi destino.

—¡Shh! Federico. Puede venir la niña y te puede escuchar. —el suave susurro de mi madre hizo que mis ojos se abrieran alarmados.

Me devolví enseguida para poner atención.

El cuchicheo era incomprensible. Era solo "Blash, sasshda, djadf, dsskdjf" Algo así, no recuerdo.

—Tú muy bien sabes que te amo. Y que por ti me llevaría hasta a Tara. Los tres seriamos felices...

Esa voz obviamente no era de mi padre.

Mi respiración se volvió acelerada, ese maldito dolor en mi pecho y cabeza siempre se hacían presente cuando estaba teniendo un ataque. Mis manos sudaban y mis pies no tenían fuerza de voluntad. Tenía muchas ganas de golpear a alguien, y ese alguien seria a Federico.

Me acerqué más a la puerta y di un puñetazo con rabia, mi madre se sobresaltó y Federico soltó el agarre de mi madre. Mientras tanto  mi mano se empezaba a hinchar y a enrojecer.

Recordar eso siempre me causaba repulsión. Para nosotros nuestros padres no tienen sexo y menos con desconocidos.

Ahora en la actualidad prefiero no recordarlo.

***

Ojos con pequeñas arrugas, labios delgados y estirados, brazos cruzados y cejas levantadas era lo que tenía justo al enfrente mío que me miraban con ganas de insultarme, y sí que lo merecía.

—No creo que sea muy bien visto que una chiquilla como tú ande saliendo a las nueve de la noche de la casa de un hombre casado. —el tono de voz de la morena era frívolo.

—Pensé que mi tía Megan estaba allí por eso la fui a buscar. —"mentirosa" eso decían los ojos verdes de mi madre.

—Deberías de decir la verdad, Tara. —señala Emilia que me miraba con desconfianza. —la señora viene a que le des una razón. —mira a Alexandra que no paraba de subir y bajar su ceja tatuada derecha.

El que calla otorga, sí que eso es real. Porque cuando más haces silencio más evidente es lo que piensas.

Baje mi mirada, estaba lista para que me señalaran como una gorda zorra. La hija gorda de la flaca que es zorra.

La mujer de tez blanca y mejillas rosadas habló de nuevo pero esta vez con más fuerza y seguridad.

—Ok. Veo que Tara no quiere hablar, —me regala una mirada cómplice. —seguro debe de ser porque le da vergüenza—me mira nuevamente. —¿No es así, bebé? —detesto que me llame así.

Asiento sin atreverme a mirar los ojos a Alexandra. Mis manos no paran de sudar y mis axilas traspiran más de lo normal.

No puedo parar de mover mis pies de un lado a otro. En serio estaba nerviosa. Me había convertido en lo que era Emilia y en Federico. Una persona destruye matrimonios.

No Me Llames GordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora