Epílogo

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—¿Y qué dijeron sobre la posible hemorragia?—le pregunté a Francis mientras guardaba mis cosas en una pequeño recipiente color gris.

Francis se pasó la mano por su rostro demacrado y contestó:

—No había hemorragia, Tara. —explicó el muchacho antes de sentarse en una de las sillas verdes que habían en el pasillos.

Por alguna razón, Francis me miró fijamente a los ojos. Una mirada suave; menos nerviosa que la de días atrás. Sus pupilas ya no estaban tan grandes y sus labios ya no estaban tan secos. Fruncí el ceño sintiéndome algo incómoda "Tengo un moco. Apuesto tengo un moco o una espinilla del tamaño mis tetas"

—Gracias, por estar aquí conmigo—susurró estirando su mano para tocarme con las yemas de sus dedos —. Creo que eres la unica mejor amiga que Caeli haya podido encontrar.

A pesar de que yo quería sonreír no podía, estaba quedándome tiesa y estaba empezando a transpirar. No me gustaba que chicos como Francis me miraran. Me sentía desnuda e insegura. Sin embargo no me quise apartar, de hecho estiré mis dedos para tocar los ajenos.

—Ella es la mejor persona que yo he conocido.— El sonido de la puerta del cuarto donde estaba la morena nos interrumpió. Fran se separó de mí y se levantó, metiéndose las manos en sus pantalones.

—Dile que la necesitamos aquí.—Me guiñó unos segundos antes de marcharse y dejarme sola con un enfermero.

El señor me indicó que no debía de abrazarla ni de hablarle muy alto. También me dijo que no la asustara ni que usara voces raras. Me dio una bata color blanca, unos guantes y un cubre bocas. Amarré mi cabello para ponerme un gorrito que era igual que la bata.

Entré a la sala donde descansaba Miranda.El lugar estaba muy frió. Había una mesita de noche junto a la cama y un sillón color celeste que combinaban con las cortinas que colgaban con gracias. Miranda tenía los ojitos cerrados, su pecho subía y bajaba con calma. Estaba profundamente dormida.

Me acerqué a ella despacio y le sonríe, estando conciente  que ella no me podía mirar. Solté un respiro de alivio al saber que pronto estaría mejor. Pero necesitaba reanimarla y susúrrale lo importante que es para mi.

—Chica...—murmuré inclinandome un poco para estar más cerca de ella—. Soy yo, Tara. —Reí para mis adentros y continué—. Te he extrañado mucho ¿Sabes? Creo que tú has sido  la chica más gentil y desafiante que he conocido...—Mis ojos poco a poco se fueron cristalizando—. Miranda—aclaré mi garganta—... el mundo seria mejor si las personas tuvieran ha alguien como tú en sus vidas —admití—. Eres tan llena de vida, tan honesta, tan fuera de lo normal.

Miré por el aparatito que dejaba ver las pulsaciones del corazón de la jovencita y aprecié como poco a poco estas se fueron llenando de velocidad. "No debes alterarla" recordé las palabras del enfermero bigoton.

—Mir... Tú me enseñaste a que tenía que soñar, que tenía que pensar en grande porque soy grande y merezco lo mejor. Y no solo eso, tú también me dijiste que me aceptara tal y como soy; que reconociera que habían cosas por cambiar. Teniendo en cuenta que conforme vaya creciendo iré viendo las cosas diferentes—Sin darme cuenta mis mejillas estaban empapadas de de mis lágrimas saladas—, y que pensaré de otra manera, pero hare lo posible para tolerarme.

Y de pronto, el dedo índice de Miranda se comenzó a mover muy despacio. Ella me estaba escuchando y yo lo podía notar conforme sus dedito bailaba en la cama. Sonríe a más no poder.

—Señorita. Ya debe salir que el doctor tiene que revisar la evolución de la paciente—Fue la voz de una chica joven la que me hizo voltear. Asentí con la cabeza y salí de aquel lugar con los ojos llenos de lágrimas de alegría.

Que mejor regalo del año 2019 que ver a la chica que me hizo creer en mí despertar de casi una semana en coma.

Al salir del cuarto vi a Julian con una señora que lo abrazaba, seguramente era la mamá o la abuela... no lo sé, pero cuidaba del chico con mucho amor. Esta vez no vi a Francis por ningun lado, queria contarle que Miranda estaba bien y que me había escuchado. Lo busque por el pasillo, caminando con cuidado por el horrible yeso y las malditas muletas. Hasta que lo escuche reír detrás de una columna blanca.

Pero él  estaba acompañando, Francis estaba con Eva mientras esta le tocaba la nariz y jugaba un poco con sus cabellos. Algo en mí se quebró, pero en realidad no supe que había sido. Di la media vuelta y caminé hasta que me tope con Emilia. Ella no dijo nada por mi ceño fruncido, porque seguro ella también los había visto.

—Alégrate por ella, Tara ya veras que Miranda se podrá mejor—Me tomó de las caderas y me ayudó a subir al carro.

Al menos todo estaba volviendo a la normalidad: chicos guapos con chicas guapas, Miranda está mejor y Tara sigue siendo la patética gordita llorona.

******

Un mes después

Apuesto ustedes ahorita dirán: ¿Tara quedaste con Francis? ¿Tara qué pasó con Miranda? Tranquilas. Relajen sus pelvis. La verdad es que... No, no quedé con nadie, no quede con Francis, ni con ningún hombre. A ver, díganme quién necesita un hombre cuando estás en la mejor etapa de tu vida.

Cuando puedes salir con tu familia, con tus amigas, cuando puedes conocer cosas que nunca pensaste conocer ¿Quién  o quiénes son las personas que te dice que debes de tener novio en tu adolescencia? Exacto, la misma sociedad de mierda que le encanta ponernos estereotipos. La puta, la lesbiana, el marico, o la gorda así como yo.

Nadie tiene que decirnos que por ser gordos somos una mierda para el mundo. Ey, no intento romantizar la obesidad, porque ser obeso ¡SÍ! Es malo. Ser obeso no es un estilo de vida, es una enfermedad que mucha gente  quiere hacerle ver normal, pues no. No es normal pesar más de lo que mides.

Verán, Miranda murió hace un mes, no, no. Jamás, esa cabra loca ahora mismo está tomando una foto al atardecer. Lo único que puedo decir es que ahora está más delgada, su pequeño culo ahora es aire porque no tiene con qué rellenar los pantalones. Tiene el cabello más abajo de los hombros, y nunca deja de molestarme con que me gusta la música italiana, sobre todo la que estaba sonando en mi parlante. Quando ho incontrato te- Cosmo

Estaba agradecida con ella. A cada una de sus palabras y sobre todo que me enseñara que no soy difícil de amar. Que me perdonara y creyera en mí, porque es cierto, yo soy mucho más de lo que gente dice que soy; así que:

¡Hey, sociedad! Ya sabes... No me llames gorda.

*Fin *

No Me Llames GordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora