Un adiós

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Nunca había experimentado la pérdida de un ser amado,de estar frente a frente de la muerte. El vacío que deja esa ser.

Había perdido a mi papá cuando se fue de casa, pero este no estaba muerto. La verdad, es que este dolor no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo.

Con ella siempre me sentí yo, con ella nunca tuve que aparentar mis apariencias. Ella conocía mis secretos, mis sueños e incluso hasta mis amores platonicos. Pero ahora que ya no estaba ya no tendría a nadie quien me escuchara como lo hacia ella.

Mis vecinos pasaron por mi casa para darme el pésame. Matt y Emilia me había ayudado a enterrarla. No quería que la enterraran lejos de casa, por eso pedí que la dejaran en el patio. No saben lo doloroso que es que te digan que a tu perrita la han envenenado.

-Deberías de entrar, Tara. Está haciendo frío y puede darte dolor en el pie-susurró la mujer que estaba a mis espaldas recostada en el marco de la puerta, mirando hacia el patio donde yo estaba sentada.

-Ya casi voy, ma. Solo déjame despedirme de ella-respondí mirando a ningún punto en específico.

En estos momentos no tenía cabeza para nada. Solo pensaba en mi cachorrita y en Miranda. ¿Cómo estaría ella?. Yo ya tenía dos días de haber salido del hospital pero aun así tenía que tomar antibióticos para los dolores en la noche. Quién hubiera dicho que un treinta uno de diciembre estaría tan cabizbaja.

Para estas fechas yo ni pasaba en casa; comiendo con mis amigos -que ya no son amigos- o en alguna fiesta tonta.

Me levanté de aquella banca y caminé en las muletas hasta entrar a casa. Puede disfrutar del calorcito que me daba estar adentro. Hasta ahora caía en cuenta que a fuera estábamos casi a 18 grados.

La señora de pelo corto levantó la mirada cuando me escuchó cerrar la puerta del patio. Ella me sonrió con dulzura y se hizo a un lado de la silla antes de dar dos golpecitos sobre la madera. Me estaba invitando a sentarme. No estaba segura si ir pero de igual manera me senté junto a ella.

Emilia levantó su mano derecha y la posó sobre mis mejillas para después darme un beso en la frente. Yo estiré mi mano y tomé la contaría para dejarlas encima de la mesa de comer.

-¿Cómo te sientes?-preguntó la mujer sin soltar de la mano. Suspiré tan pesadamente que mis hombros se levantaron un poco-. Sé que últimamente no he estado para ti, Tara-Apretó mi mano con más fuerza-...pero quiero que ahora estemos juntas de nuevo ¿si?-Se giró para tomarme del rostro y sonreírme débilmente-. Quiero que confíes en mí como cuando estabas pequeña.

Los ojos claros de la mujer reflejaban dolor, amor y arrepentimiento. De verdad mi mamita estaba siendo sincera conmigo.

Eso me hizo sonreír y quise llorar pero no lo hice, en vez de eso estiré mis brazos y la abrace con fuerza. No quería separarme de ella, de su calor, de su olor a lavanda y de su cabello corto que hacía cosquillas en mi nariz.

-Creo que me hubiera muerto si te hubiese pasado algo peor, mi amor. De verdad perdoname, por no cuidarte como debía. -agregó separándose de mí para verme a los ojos-. Perdoname por haber sido una mamá de mentiras.

Negué con la cabeza varias veces. Emelia no solo tenía la culpa de todo; esto también implicaba a Matt y a mi misma por haber actuado de manera tan tonta todo este tiempo.

-Ya mami-gimotee, acariciandole el cabello-. Esto también es mi culpa. Fui yo la que pensé que no me querían.

-¡Mi amor!-se quejó-. Como vas a pensar que no te amamos.-Ladeó la cabeza como una niña regañada-. Si cuando tú naciste fue el día más hermoso de nuestras vidas.Y desde hace 18 años estamos enamorados de ti, Tara-finalizó antes de darme un beso en la frente-. Prometeme que nunca más lo vas a dudar.

-Y ustedes por favor no me vuelvan a juzgar y si ven que hago algo mal-afirmé -... por favor haganmelo de saber de forma amable y no como si fuera un maldito estorbo.

-Prometo ser comprensible-aceptó la mujer levantando su mano derecha para ponerse la en el pecho. Las dos empezamos a reír hasta mi celular comenzó a sonar.

Desbloquee el móvil y vi que era una llamada de Francis. Mi corazón se detuvo un segundo sin saber qué estaba pasando con la morena, y yo temía lo peor.

-¿Francis?

-*¡Tara, Tara! Miranda ya ha abierto los ojos. Aún no habla pero los doctores dicen que esto es un milagro. ¡Mi hermanita estará bien!* -gritó eufórico el chico al otro lado del teléfono.

La pelinegra me miró extrañada, viendo mis ojos brillar y mi sonrisa hacerse cada vez más grande. Llevé mi mano libre para cubrir mi boca y comenzar a reírme. ¡Joder! Miranda está bien. Miranda está bien y no se va a morir.

-¡Mi amiga ha abierto los ojos, ma!-exclamé dando brinquitos sobre la silla. Cosa que fue un error pues el dolor en mi espalda y glúteos fueron como un cuchillo atravesando mi carne gorda.

-Te dije que ella estaría bien, mi amor. Gracias a Dios-alabó la señora que juntaba sus manos, como si rezara-. ¿Viste?

-Quiero ir a verla. ¿Me llevas?

Sabía que Emilia me iba a decir que no. Al contrario, la mujer se levantó rápidamente y caminó hasta agarrar mi abrigo que colgaba en la entrada de la casa, su bufanda y sus guantes. Tomando las llaves del carro. Yo estaba impactanda de ver la actitud de mi mamá. Era como si de verdad este accidente la hubiera cambiado por completo.

Volvió a la cocina y me gruñó al ver que yo aun no me levantaba de la silla.

-Vamos Tara. Que tengas ese yeso no significa que tienes que ser tan pesada.

Olviden lo anterior, Emilia seguía siendo Emilia. Una mujer necia e invivible a la cual yo amaba con todo mi corazón.

*****

Cuando llegamos al hospital no había nadie. Era lógico por ser un día de fiesta. Todos los jodidos doctores tenían que estar con sus cosas, al igual que las enfermeras que tenían que estar bebiendo alcohol. En fin, era un puto desierto.

A continuación, al momento en que nos encontramos a Francis, él se lanzó hacia mí con una sonrisa hermosa; enseñando todos sus dientes blancos. Me abrazó y me sacudió un poco.

-Me han dejado entrar y me ha visto. Pero todavía no puede hablar. Esta con mascarilla y unos tubos raros. Pero el doctor dice que está mejorando muy rápido-informó Francis que movía sus manos cada vez que hablaba. Se notaba mucho que estaba feliz por Miranda.

-¿Y yo puedo ir a verla?-consulté con timidez al pelinegro que tenia el cabello desordenado. "¿Acaso se estaría bañando en estos días?" Pensé cuando vi que aun andaba las misma ropa del jueves.

-Le iré a preguntar a la enfermera.-dijo caminando hacia atrás para correr detrás de la señora que iba a hacia un pasillo.

-Es muy guapo, ese chico. ¿Tiene novia?-indagó Emilia.

Miré hacía lo lejos al muchacho alto que suplicaba a la mujer.

Era bello.

-Está enamorado de Eva-contesté, encogiendome de hombros. Restándole importancia al asunto-. Y ahora ella está embarazada.

-¿Y es de él?-El tono alarmante de mi madre me hizo reír y negar con la cabeza-. Ah, bueno. Que susto.

Así mismo, cuando Francis volvió con nosotras, venía casi brincando como un conejito.

-Solo te dejan entrar 15 minutos. No más.

Asentí, mirando a la izquierda para ver que la enfermera me llamaba. Me despedí de mi madre y camine junto a Fracis hasta llegar a la puerta donde yacía Miranda conectada con tubos en su naricita respingada.


No Me Llames GordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora