Preludio: Isabel.

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* Isabel*

El enano éste no deja de mirarme. Pero es extraño, es como si lo conociese de toda la vida. Me doy la vuelta porque no me contesta, se ha quedado como asustado y a mí no me gusta que se me queden mirando como bobalicones. Tengo cosas que hacer.

Meliodas: Eh, un...momento. Elizabeth, soy yo!

¿Elizabeth? Le he dicho que me llamo Isabel. Me doy la vuelta para reprenderlo, pero de repente, lo tengo abrazado a mí, llorando, como si hubiese perdido a alguien querido. Le doy un golpe en la cabeza con mi onda y le sale un chichón enorme. Aprovecho la confusión para irme lo más rápido posible.

Los siguientes días no lo veo por ninguna parte y me relajo. Menos mal, que tío más raro. Siempre tengo que lidiar con esa clase de gente. Sin embargo, mi tranquilidad se rompe cuando lo veo de lejos intentando cazar un jabalí. Me quedo estupefacta. Tiene una habilidad asombrosa.
Se da cuenta de que lo estoy mirando y me devuelve la mirada. Es una mirada intensa. Sus ojos verdes se clavan en los míos y de alguna manera siento algo de cariño hacia él, como si lo conociese de toda la vida. Pero soy demasiado orgullosa y aparto la vista para ir a mi bola.

Meliodas: No quiero molestarte, perdona.

Me sobresalto. ¿En qué momento ha venido hasta mí? No lo he visto.

Isabel: Eres muy pesado, ¿Lo sabías? Deja de seguirme, parece como si fueras un acosador.

Pone cara seria y parece que va a decir algo, pero se da la vuelta y se va, dejándome sola. Maravilloso, al fin se ha dado cuenta de que me molesta. Me doy la vuelta y me voy a hacer mis labores de caza.

*Meliodas*

Me siento estúpido. Elizabeth siempre ha sido muy buena y apegada, pero resulta que ésta versión de ella, es un tanto bruta. Quizá ni siquiera sea Elizabeth, así que no sé por qué me obsesiono con ello.

Los siguientes días no la veo, pero estoy intentando quitármela de la cabeza. Lo mejor es que la deje en paz y me largue a otro sitio a acabar con mi sufrimiento. Espera, no puedo...ya lo he intentado y no hay forma. ¿Quién me ha castigado de esta manera? ¿Por qué mi ángel y no yo? ¿Qué coño pasa?

Voy caminando por un sendero y de repente, lo noto. Es un poder de luz extraordinario, cálido y dulce. No hay duda. Es mi ángel. Tiro mi bolsa con todas mis cosas y corro hacia la luz. Y cuál es mi sorpresa que me encuentro a Isabel tirada en el suelo, como si se hubiese desmayado. La cojo con suavidad y le acarició la frente.

Meliodas: Isabel, ¿Te encuentras bien?

Parece que me escucha y va abriendo los ojos lentamente. Esperaba encontrarme sus dos lagos azules, pero en lugar de eso, veo que en el ojo izquierdo...no, es imposible que sea Elizabeth. Pero su ojo izquierdo es naranja y tiene el símbolo de las Diosas. No, Meliodas, te lo estás imaginando, seguro. Igual es otra Diosa en el cuerpo de esta chica que se parece curiosamente a tu novia...

Isabel: Meliodas...¿Qué ha pasado?
Meliodas: No lo sé. Cuando he llegado ya estabas en el suelo...
Isabel: Oh...si, creo que me he mareado y me he caído sin darme cuenta. Gracias, supongo.
Meliodas: No hay de qué.

Decidí pasar esto como un anécdota, como si me estuviese volviendo loco. Pero no lo estaba, desgraciadamente.

A los dos días de despertar su poder de Diosa, ya estaba curando a la gente. Sí, curando. Esto ya no es una locura. Es ella, seguro. Pero...¿Por qué no se acuerda de mí? ¿Qué ha pasado todos estos años?

No tendría que esperar mucho para averiguarlo. A los pocos días de curar, su otro ojo también se vio envuelto en el símbolo de la Diosa. Y mi Elizabeth con él.

Isabel: Meliodas...ya me acuerdooo!

Dos lágrimas empezaron a correr por mis mejillas y me abracé a ella. Ella me acariciaba el pelo e intentaba tranquilizarme con su poder. Normalmente no hubiese tenido efecto, sobre todo porque yo era el demonio más poderoso, pero ahora soy un enclenque estúpido.

Isabel: Escúchame Meliodas. No tengo demasiado tiempo. Estamos maldecidos.

¿Malde...cidos? ¿Qué?

Isabel: Nuestros padres nos han puesto una maldición a cada uno. En tu caso, cada vez que mueras, resucitarás y tu padre te quitará partes de ti, haciéndote cada vez más inhumano. En mi caso, cada vez que muera, reencarnare e irremediablemente me encontraré contigo y me enamorare de ti, pero olvidando mi vida pasada. A los tres días de despertar mi poder, moriré delante de tus ojos.

Caray, sí que estaban enfadados esos dos. Seguro que se están riendo en nuestra cara ahora mismo. Los odio...a los dos.

Isabel: Meliodas, prométeme algo. Por favor, encuentra la solución a esto. Seguro que la hay. Rompe nuestras maldiciones.
Meliodas:...de acuerdo, te lo prometo.

Elizabeth me dedica una gran sonrisa y me da un beso en la frente, abrazándome muy fuerte después.

Meliodas: Siento tanto todo esto mi amor. Es mi culpa.
Isabel: Es culpa de los dos. Hemos enfadado a los dioses equivocados.

Los siguientes tres días, fuimos la pareja más feliz de mundo. Dimos paseos, cazamos juntos y hasta tuvimos tiempo de...bueno, disfrutar un poco de nuestro amor. Pero todo sueño feliz se puede romper en cualquier momento. Y eso es lo que pasó el tercer día. Una pelea estúpida, Isabel tratando de calmar los ánimos con fatal resultado y yo cayendo desolado a sus pies. Pensaba que podría superarlo. Pero ver morir a tu amada por segunda vez no es agradable en absoluto. De hecho, me cabrea. Su maldición sí que es una tortura.

La cojo entre mis brazos y la abrazo, dándole un beso en la frente y le busco un sitio bonito para descansar. Y me vuelvo a ir a otro lado. Así hasta 105 veces. No sé cómo no he enloquecido y me he cargado a toda la humanidad. Una pequeña parte de mí se mantiene firme. La parte en la que prometí a Elizabeth romper esto. Como si me lleva otras 105 reencarnaciones, pero juro por lo más sagrado que lo conseguiré.

Y cuando yo me propongo algo, no se me quita de la cabezota que tengo.

*Nanatsu No Taizai : Reencarnación* (Libro II). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora