Capítulo 4: El interrogatorio

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* Meliodas *

He visto a Liz de reojo mientras entrenaba y me ha parecido que estaba muy entretenida con Caín. Caín es un tipo bastante amable y muy listo. Hay que ser precavido con él, porque lo que parece ser un bollito de paciencia y ternura puede convertirse en el mejor luchador del Reino, incluso por delante de mí. Siempre mantiene la cabeza fría cuando se trata de combatir. Parece como si no le costara nada defenderse. Sus movimientos son rápidos y precisos, como los de una gacela.

La verdad es que es admirable verlo luchar...y también beber. Es un espectáculo bastante gracioso. Todas las noches se va a la taberna más famosa del Reino y yo no sé cómo se levanta por las mañanas después de semejante desabastecimiento de alcohol que hace siempre. Hasta en eso me gana. Pero es buen tipo. Como un padre, si hablamos claro.

Me acerco a esos dos y entonces Liz se da cuenta, dejando de hablar de sopetón.

Meliodas: Ey, veo que te lo estás pasando de miedo Caín.
Caín: Bueno, la hermosura de esta mujer ayuda, así como su inteligencia. Sólo le estaba contando alguna que otra anécdota.
Meliodas: Ya veo. Pues creo que te toca levantar tu trasero y ponerte a trabajar.
Caín: Oye, no me trates así, ¿No ves lo pequeño que soy? Mis huesos son muy frágiles, podrían...
Meliodas: No cuela amigo, yo soy igual de enano que tú. Anda, levanta y muévete un poco. Luego te invito a una cerveza.
Caín: En ese caso... tú deberías llevar a esta jovencita a comer, está muerta de hambre desde hace un rato.
Liz: Sir Caín...no...es...cierto...
Caín: Te ruge la tripa niña, a mí no me engañas. Tienes que alimentarte bien.
Meliodas: Yo me encargo. Le haré el plato más deli...
Caín: Me refería a que la llevases a un restaurante...¿O quieres asesinarla?
Meliodas: 😒😑
Liz: No es para tanto...el desayuno estaba decente...
Caín: Ajá! ¿Lo ves? Ha dicho decente, no ha dicho rico. Tienes dinero, llévala por ahí, que se infle.
Meliodas: Pues nada, mi sueldo a la mierda.
Liz: Oye, que tampoco vas a gastarlo todo, no seas así. Sabes que me lo merezco.
Meliodas: Sí, por guapa, no te fastidia.

El puñetazo que me dió después de eso aún me duele mientras caminamos al restaurante. Ella va delante, las dos manos en la cabeza, en silencio. Ahora mismo me voy a llevar otro puñetazo, pero me importa poco. Tengo que tocar una cosa...o más bien...dos cosas de su anatomía. Me pongo detrás y le manoseo los pechos.

Meliodas: Uyyyyyyy, qué blanditos...
Liz: Idiotaaaa!

PAM!!

No ha sido un puñetazo, ha sido un tortazo. Pero eh, se los he tocado, lo he conseguido. Me pongo al lado de ella y la miro de refilón. Está mirando hacia el otro lado. Parece... colorada. Mi Elizabeth está ahí dentro aún. Hay cosas que no cambian. Aunque claro, a mi Diosa no se me ocurría tocarla, merecía un total respeto. Ahora todo me da igual, sinceramente. Sé que estoy siendo un imbécil, pero necesito hacer estas payasadas para sentirme vivo. Porque realmente me estoy muriendo por dentro. Del sufrimiento que llevo acumulado. Y como no puedo acabar con mi vida pues...la tolero.

Meliodas: Oye Liz, ¿Qué hablabas con Caín?
Liz: ¿Qué, tienes miedo de que le saque información?
Meliodas: Caín no te la daría, no es tan tonto.
Liz: Ya sé...nada importante, sólo eran anécdotas.
Meliodas: ¿De qué?
Liz: Pues sobre las batallas...y sobre tí.
Meliodas: No soy tan interesante.
Liz: Pues parecía lo contrario en esas anécdotas. Has llegado lejos en poco tiempo, ¿Cómo es posible?
Meliodas: Soy muy persistente.
Liz: Venga ya, ¿Cómo lo has hecho? ¿A quién has sobornado?
Meliodas: A nadie. Lo he hecho con mis propios medios.
Liz: Ya sé, ¿Hay alguna princesa implicada?

Si yo te contara...

Meliodas: No es lo que piensas. Y ya basta, me estoy enfadando. ¿Crees que no he podido hacer todo esto sólo? Llevo así 3000 años...

Me tapo la boca. Mierda, se me ha escapado esa tontería de nada.

Liz: ¿Qué has dicho?
Meliodas: No me hagas caso...es el hambre, que me fríe las neuronas.

Me mira y suspira. Llegamos al restaurante y comemos. Y Caín tenía razón, la chica estaba muerta de hambre. Otra faceta de Elizabeth que me encantaba. Se ponía a engullir comida como una loca y no engordaba ni un gramo. Bueno, entrenaba mucho, así que era comprensible. Y bueno, alguna noche de pasión que teníamos ella y yo algo también tenía que bajar...ejem...sigamos.

Ha cogido un montón de platos y los está comiendo como si se acabase el mundo. El dueño la invitó a tomar una copa y... cayó redonda. Mi preciosa Diosa, pecando. Eso no me lo esperaba. Porque sí, Elizabeth no bebía. Prefería probar los zumos raros esos de Gloxinia. Estaban asquerosos, pero igual es porque yo soy un Demonio y necesito cosas fuertes en la sangre.
La cojo en brazos y la llevo hasta casa, echándola tiernamente en el sofá y cubriéndola con una manta. Wandle aún no ha vuelto, así que la casa está en silencio. Aprovecho el momento para ducharme. Mientras el agua corre por mi cuerpo no puedo evitar pensar en mí Diosa y en todo lo que estaríamos haciendo ahora. Charlando, riendo...o haciendo otras cosas inapropiadas.
Me seco y me visto de nuevo. Cuando bajó, Liz sigue durmiendo a pierna suelta. Verás tú la resaca.

Al día siguiente, Liz se levanta como una lechuga. Guau, menudo organismo, si soy yo, no me recupero en tres días...bueno, no es para tanto.

Liz: Meliodas, siento mucho lo de ayer. Has tenido que cargarme hasta casa. Perdón. No estoy acostumbrada a beber.
Meliodas: No hace falta que lo jures.
Liz: Me preguntaba si...por un casual...¿Podría unirme a tú ejército?

El plato que llevaba entre mis manos se cae estrepitosamente. Se rompe en mil pedazos. Mi cara es como una pared ahora mismo.

Liz: Meliodas, ¿Estas bien?
Meliodas: ...¿Quieres...luchar?
Liz: Pues... sí. Quiero aprender a defenderme. Caín me dió la idea.
Meliodas: Enano bocazas...lo siento, pero no se aceptan mujeres en mis filas.
Liz: Eso te lo has inventado.
Meliodas: Es cierto. Simplemente no quiero que te unas. Punto.
Liz: ¿Y qué quieres que haga? Quedarme aquí todo el día?
Meliodas: Hay más profesiones. Además, no me fío de que luego nos traiciones...

Oh, oh. Ya está, Meliodas hablando de más. Bocazas de mierda es lo que soy.
Su cara refleja el cabreo y se va hacia la habitación, encerrándose en ella.

Pero si no digo lo que digo, la pondré en peligro, así que esto es lo mejor, al menos de momento. Perdóname mi dulce Diosa. No puedo perderte otra vez. Escribo una nota y me voy.

Wandle: Meliodas...¿Quieres que la vigile?
Meliodas: Si no te importa...
Wandle: Bueno, pero eso tiene una tarifa especial.
Meliodas: ¿Qué tarifa ni que cuartos, pajarraco estúpido?
Wandle: Los insultos van en el lote.
Meliodas: Decidido. Este fin de semana te aso al horno.
Wandle: Llevas diciendo eso semanas...
Meliodas: De eso se trata, de mantener la tensión. En una de estas bola de plumas, me voy a quedar agusto.
Wandle: Me aburres...y llegas tarde, vas a tener que correr.
Meliodas: Maldición!!!

Salgo corriendo de casa y me da por mirar hacia la ventana de mi cuarto. Y ahí está Liz, mirándome. Me despido con la mano y ella me saca la lengua. Parece que estoy más tranquila, eso me alivia. Le dedicó una sonrisa burlona y me voy hacia el castillo, dónde me espera un Rey un tanto cabreado.

*Nanatsu No Taizai : Reencarnación* (Libro II). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora