Capítulo 15: "Las alcantarillas de la ciudad"

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Me acerqué bastante al monitor al punto de tener a unos cuantos centímetros de mí aquella imagen. Jeff había bajado del automóvil minutos después del incidente, y caminó en el lugar claramente desorientado y sin rumbo fijo hasta que simplemente abrió una puerta y desapareció a través de la negrura.

-¿Puedes seguirlo? –pregunté.

Robert no respondió, pero empezó a presionar algunos botones y los televisores mostraron diferentes imágenes del recorrido que había hecho mi hermano. Había bajado hasta el primer piso del edificio y salió por la puerta principal, la misma que actualmente estaba rodeada por todas esas criaturas.

-La puerta principal apunta hacia el norte –comentó Robert-. Lo siento.

Decidí no decir ninguna palabra. Era claro que posiblemente estuviese muerto, sobre todo por la explosión que se dio justamente en aquella dirección, o que hubiese sucumbido ante aquellas criaturas. A pesar de todas las ideas que tenía en mi mente, aún había una pequeña probabilidad de que estuviese vivo, y eso era suficiente para mí. Fue a esa idea a la que me aferré en ese momento, y la misma me ayudó a no romper en lágrimas.

-Será mejor que nos apresuremos a salir –dijo Robert rompiendo el silencio.

Salimos del cuarto, bajamos por unas escaleras y llegamos hasta el primer piso del edifico. Nunca estuvimos frente a la puerta principal, pues el acceso a las alcantarillas se encontraba en la parte trasera del mismo, en unos cuartos que al parecer eran de mantenimiento y a los que llegamos por unas sucias y descuidadas puertas metálicas. Estos mismos conectaban con una serie de largos e interminables pasillos que a su vez conectaban con el sistema de drenaje de la ciudad.

El lugar se veía bastante abandonado. No eran más que pasillos de piedra con largas tuberías en los costados que en ocasiones desprendían ligeras brisas de vapor. Entre más avanzábamos el pasillo se volvía más húmedo y oscuro. Girábamos a la derecha, caminábamos, dábamos otra vuelta a la izquierda, luego a la derecha y así estuvimos durante interminables minutos.

Ocasionalmente se escuchaban algunos ruidos que al parecer se originaban sobre nosotros, pero eran casi imperceptibles y se veían opacados por el ruido de nuestros pasos. Finalmente, y en una de las tantas vueltas que dimos, vimos al fondo como el pasillo terminaba de golpe. Más allá de eso no había una pared, sino una negrura que consumía el lugar.

-Es ahí –Robert se detuvo, e inmediatamente siguió caminando.

Al llegar al fondo del pasillo, unos metros más abajo, se encontraba el sistema de drenaje de la ciudad. Era mucho más amplio que los pasillos que habíamos recorrido. En el medio fluían aguas negras que emitían un intenso y desagradable olor, y a los costados había unas plataformas de cemento por las que se podía caminar.

Bajamos por unas escaleras que se encontraban al final del pasillo.

-¿Y ahora? –preguntó Sofía llevando sus manos a su nariz, incomoda por el mal olor.

-Hay que ir al sur –respondió-. Tenemos que salir de esta ciudad.

El plan de Robert era simple: salir cuanto antes de la ciudad. Y lo haría dirigiéndose al sur, en dónde empezaba un extenso bosque.

Caminamos a través de los confusos túneles de las alcantarillas, sin otro rumbo más que el sur. Ahí abajo era bastante usual toparnos con cadáveres que flotaban en las aguas negras en un avanzado estado de descomposición y con rastros de violencia. Algunos no tenían la mitad de su cuerpo, a otros le faltaba algún miembro; hombres, mujeres, niños, y por bizarro que suene en más de una ocasión nos encontramos con los cadáveres de bebés flotando sin más. Cada vez que algo así ocurría temía toparme con el pequeño Jeff flotando entre el montón de cadáveres.

En ocasiones había escaleras metálicas pegadas a la pared y que ascendían a la superficie. Algunas dejaban entrar la luz del día, otras estaban cerradas por las tapas de las alcantarillas.

-Tenemos que subir –comentó Robert claramente desorientado-. No tengo idea sobre dónde estamos.

Sofía miró una de las escaleras de la pared y se dispuso a subirla, pero su padre se le adelantó.

-Voy yo primero –dijo Robert apartándola. Sofía puso los ojos en blanco, era claro su molestia.

Yo le seguí el paso a Robert apartando casi de la misma manera a Sofía, quien únicamente me miró con una cara de odio, como si hubiese sabido que hice aquello como una pequeña forma de venganza, y es que al final de cuentas me hacía mucha gracia verla enojada.

Robert llegó a lo más alto y empujó con dificultad la tapa de la alcantarilla moviéndola hacía un lado. Asomó un poco la cabeza, miró a su alrededor y posteriormente subió por completo. Después subí yo y por último Sofía.

La luz natural me cegó por unos cuantos segundos, pero pronto pude observar con detenimiento el panorama que teníamos a nuestro alrededor. Era una calle bastante pequeña, rodeada por edificios habitacionales de no más de cuatro o cinco pisos. A lo lejos podía observa el edificio del que habíamos salido: Andrómeda. Y a los costados otros edificios, algunos con grandes columnas negras, otros aún en llamas. La calle estaba vacía, pero a lo lejos, donde empezaban otras calles, había bastantes de esos seres deambulando sin rumbo fijo. Ninguno nos había visto.

Nos agachamos y nos cubrimos en uno de los carros que estaban en la calle.

-Bien, ¿y ahora? –preguntó Sofía agarrando el bate con fuerza.

-Estamos cerca del monumento a la guerra –respondió apuntando al aire-. Unas calles más abajo terminan las alcantarillas y empieza el lago de Kándria. Tenemos que....

Robert se calló al darse cuenta que Sofía no le prestaba atención, ella se había parado y miraba fijamente a la dirección contraría a dónde su padre había apuntado.

Tanto Robert como yo hicimos lo mismo para saber qué era lo que tanto miraba, y fue cuando vimos una densa y profunda neblina oscura acercándose lentamente por los cielos, cubriendo en su totalidad el edifico Andrómeda.

Un ruido capturó mi atención y me hizo voltear a mi derecha. Una horda de esos seres enfurecidos se acercaba a toda velocidad hacia nosotros.

-¡Maldita sea! –gritó Robert al percatarse-. ¡Tenemos que volver!

Las criaturas estaban cada vez más cerca. Robert se movió rápidamente hacia la alcantarilla y Sofía le siguió.

-Lo siento, pero tengo que decirles adiós –respondí sin seguirlos.

-¡¿De qué demonios estás hablando, Alexander?! –preguntó Sofía volteando a verme.

-No puedo ir con ustedes. Tengo que buscar a mi hermano.

-¿Estás loco? ¿No escuchaste a mi padre? Él puede que ya esté muerto.

Los seres estaban a escasos metros de nosotros. Caminaban con dificultad, pero era claro que lo hacían de forma apresurada.

-Lo sé, pero tengo que verlo con mis propios ojos. Lo siento.

-¡MALDITA SEA, SOFÍA! –Gritó Robert desesperado-. ¡TENEMOS QUE VOLVER!

Sofía me miró de una forma que nunca antes lo había hecho. Me lanzó el bate de béisbol que tenía en sus manos, y sin decir ninguna palabra se volteó, siguió a su padre y bajó por la escalera de la alcantarilla. Inmediatamente corrí sin mirar atrás y me dirigí hacía el norte, adentrándome en la fría y oscura neblina.

Supervivencia en el Mundo de los MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora