Capítulo 20: "Sofía Jane Grace"

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El día se había convertido en una eterna noche en la que, a falta de luz, era imposible saber la hora exacta. En ocasiones una ligera brisa proveniente de las afueras de la Morgue entraba por el pasillo y pegaba en la madera de la puerta produciendo un leve sonido como si alguien silbara dentro de nuestros oídos.

Fijé la mirada en el sucio rostro de Sofía. Tenía la mitad cubierto por su descuidado pelo, y en la otra mitad dejaba ver una expresión de cansancio y paz al mismo tiempo. No podía creer que la tuviera frente a mí, aún incluso después que pensé que no la volvería ver. Ella había vuelto, así como vuelven aquellos que no se quieren ir. Sofía abrió los ojos y notó que la miraba.

-¿Qué me ves? –dijo mientras se quitaba el cabello del rostro.

-Yo... estaba... –mi mente estaba en blanco. Incluso decir un pretexto ante aquella situación me era difícil, pero antes de que pudiera decir algo, Sofía se adelantó a hablar.

-Ven, siéntate –señaló con su mano el frío piso que estaba a su lado mientras volvía a cerraba los ojos.

Caminé y me senté en donde me había indicado. Recargué la cabeza en la pared y miré el techo. Podía notar como la brisa del pasillo se intensifica por momentos y golpeaba ligeramente la puerta.

-Dime algo –dije interrumpiendo la calma del momento. Sofía giró la cabeza y pude notar su mirada puesta fijamente en mí-. ¿Por qué?

-¿A qué te refieres?

-¿Qué hacen aquí? –giré mi cabeza y me encontré con sus enormes pupilas café

-¡Ah, sí! –Sofía regresó su mirada al frente y cerró nuevamente los ojos-. ¡También me alegro mucho de verte!

-No hablo de eso.

-¿Entonces? –Sofía volvió a mirarme, pero esta vez con curiosidad.

-¿Por qué no siguieron su plan? ¿Por qué me buscaron? ¿Por qué....?

-Porque no somos malas personas, Alexander –respondió de forma tajante. Una vez más, Sofía regresó su mirada al frente pero esta vez sin cerrar los ojos-. Le hice ver a mi padre que su plan no era del todo seguro. Y que lo mejor era ayudarte a encontrar a tu hermano.

-¿Y cómo me encontraron?

-Te escuché gritar.

El estómago se me revolvió al recordar a la horrible criatura que me había provocado la herida del hombro. Nuevamente una punzada de dolor se originó en donde las vendas apretaban y retenían la sangre, y se extendió por el cuello y llegó hasta la cabeza. El dolor se incrementó hasta convertirse en martillazos. Solté un quejido y llevé mis manos al rostro.

-Tomate una de las pastillas que te di –dijo Sofía al percatarse de mi situación-. Las pastillas blancas son aspirinas.

Busqué en mis bolsillos hasta encontrar la píldora blanca e inmediatamente la ingerí. El dolor no bajó hasta un par de minutos después que me parecieron horas. Podía notar como la brisa pegaba con más intensidad en la puerta, como si alguien del otro lado le diera golpes. Nuevamente interrumpí el silencio del cuarto.

-¿Cómo llegaron hasta aquí? –pregunté sin quitarme las manos de la cabeza, como si de esta forma pudiera retener el dolor.

-Como te dije –respondió-. Te escuché gritar. Miramos rápidamente en algunas casas hasta que nos topamos con la entrada de esta morgue; mi padre sabía que era una de las tantas entradas al hospital, y podríamos encontrar medicamentos aquí adentro. Después de inspeccionar el lugar seguiríamos buscándote. No pensé que aquí estarías. Simple suerte, creo.

Fijé la mirada en el otro lado del cuarto que tenía frente a mí. Ahí, en la parte más alta de la pared, había un reloj de manecillas detenido a las 6:38 a.m. Igual que el reloj que había en el edificio Andrómeda.

-¿Qué hora es? –pregunté ante la duda que había estado en mi cabeza mucho más tiempo que el dolor como de martillazos que, aunque en menor medida, aún punzaba dentro de mi cerebro.

-No lo sé –respondió soltando un gran suspiro, como de cansancio-. Perdí la noción del tiempo en cuanto entramos a la densa neblina.

-Quieres callarte, Sofía –interrumpió Robert, a quién había despertado la voz de su hija-. Trato de descansar.

Sofía lo miró con desdén, y regresó su mirada hacia mí como si esperase que dijera algo. Me limité a encogerme de hombros y le eché una mirada furtiva a la enorme escopeta que Robert había cambiado de posición en cuanto despertó.

-¿De dónde la sacó? –pregunté en un susurro.

-Se la quitó al cadáver putrefacto y ennegrecido de un oficial dentro de su patrulla –Sofía notó que la miraba con incredibilidad-. ¿Qué?

-¿Dijiste ennegrecido?

-Sí, el cadáver no era más que un montón de huesos negros con carne colgando en algunas partes y un destruido uniforme. Como si lo hubieran quemado –dijo tratando de explicar el motivo del color de los huesos.

-¿No se te hace raro? –pregunté sin creer las palabras que salían de sus labios.

-¿Y qué no? Todo en esta maldita ciudad es un caos llenó de improbabilidades. Cada cosa más rara que la otra, y lo peor de todo es que pareciera que va a empeorar.

Ante las palabras que acababa de pronunciar Sofía, un remolino de pensamientos acompañado con un dolor todavía peor al de hace un momento se hizo presente. Era como si la escopeta de Robert detonara dentro de mi cabeza.

-Será mejor que duermas –dijo Sofía acomodándose en la pared y dándome la espalda. Dejándome ver su largo pelo rubio el cuál reflejaba la poca luz de la habitación.

Imitando a Sofía, me acomodé en la pared dándole la espalda y cerré los ojos sintiendo nada más que el intenso dolor de cabeza. Aquella tranquilidad era contagiosa, y pronto mis pensamientos fueron invadidos por una oscuridad y un profundo sueño.

Supervivencia en el Mundo de los MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora