Capítulo 27: "Nacida para matar"

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Por un momento todo el circo se iluminó. La carpa vibró al mismo tiempo en que todo el público gritaba de la emoción. Aquella escena parecía ocurrir en cámara lenta. Cientos de restos de carne, materia encefálica, huesos y sangre volaron por todas partes. El cuerpo sin vida de Robert cayó sin mayor esfuerzo. Incluso ante tan sangriento espectáculo, el público no dejaba de reír.

Su vida se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Sofía no podía creer lo que estaba viendo. Su padre había quedado tendido en el suelo. El payaso arrojó la escopeta sobre el cuerpo de Robert y nuevamente empezó a bailar tap alrededor de Sofía quien no dejaba de llorar. Por primera vez, desde el poco tiempo que llevaba conociéndola, la vi llorando con tanto dolor. La chica que siempre se había esforzado por demostrar lo fuerte que era, ahora estaba de rodillas, con el alma destrozada y con el mundo entero cayendo a sus pies.

Nuevamente un destello iluminó por completo el circo. Una peluca blanca voló por los aires acompañada de un montón de restos de carne triturada. El cuerpo del payaso cayó sobre el escenario sin vida. Hubo otro destello y los dos corpulentos payasos cayeron al piso mientras el público gritaba, pero esta vez horrorizados.

Robert, aún con la cabeza destrozada, había tenido un último suspiro de vida. Tomó la escopeta que el payaso le había arrojado y disparó contra su asesino. Sofía se levantó y se acercó al cuerpo de su padre. Colocó un oído en su pecho y se quedó ahí, llorándole.

Me levanté del suelo y corrí hasta llegar a su lado.

-Vámonos, Sofía -le dije.

-¡No! -Contestó sollozando-. No podemos... dejarlo aquí.

-No podemos hacer nada. Vámonos -le insistí.

-Vete tú.

-No seas tonta, Sofía. No te dejaré aquí.

-Ya nada importa, ¿no? -preguntó.

-Claro que sí -le respondí-. Tu padre quería que te pusieras a salvo.

-¡Nunca estaremos a salvo en esta maldita ciudad! -Sofía seguía llorando, levantó su mirada y me miró-. ¡Y lo sabes!

La verdad llegó a mí como una fría brisa de invierno. Sofía tenía razón; no importa el lugar en el que nos ocultemos, nunca estaremos del todo seguros.

El público seguía horrorizado.

-Vámonos, por favor -le insistí una vez más.

-¡No lo haré, no me iré!

-No dejes que muera en vano, Sofía. Por favor.

Ante estas últimas palabras, Sofía se puso de pie; tenía los ojos empapados en lágrimas.

-Tienes razón -su mirada y sus facciones pronto se consumieron en furia-. No morirá en vano. Date la vuelta -me dijo.

¿Qué? -pregunté-. ¿Para qué?

-¡Date la maldita vuelta! -dijo gritando.

-Está bien, está bien -respondí mientras giraba.

Ella también había girado y estaba de espaldas. En ese momento pude sentir las manos de Sofía quien con un movimiento brusco me desamarró las manos. Sin decir ninguna palabra le ayudé a quitarse el lazo con el que también tenía las manos atadas a su espalda.

-Esos bastardos querían un show ¿no? -Dijo Sofía mientras miraba el cuerpo de su padre y se agachaba para tomar la escopeta-. Entonces démosle un show de verdad.

Sofía se puso de frente al público que miraba con horror el cuerpo de los payasos en el escenario. Hasta ese momento pude darme cuenta del desastre que había sobre nuestros pies.

-Espero que esto les resulte igualmente de gracioso -Sofía alzó la escopeta y apuntó al público.

Acto seguido, la carpa nuevamente se iluminó por breves segundos y todo vibró. Pero así como la oscuridad se volvía a posar sobre nosotros, un nuevo destelló salía de la escopeta. El público gritaba horrorizado y pronto empezaron a correr entre los espacios que había entre las butacas. Otro destello. Varios espectadores del público cayeron fulminado. Otros, aun sangrando, trataban desesperadamente de salir de la mira del tirador.

Sofía no dejó de disparar hasta que las balas se acabaron. Su mirada era una combinación de emociones: furia, tristeza, felicidad, e incluso podría jurar que placer. Una mirada que nunca había visto en ninguna otra persona, y era raro verla en alguien como ella. Porque una cosa era matar a un ser sin alma, y otra muy diferente matar a una persona, pero en ese momento Sofía no parecía distinguir la diferencia entre uno y otro; aquella mirada era la de una autentica asesina, una nacida para matar.

Cuando los destellos dejaron de surgir de la punta de la escopeta, únicamente se podía ver varios cuerpos tirados entre las butacas; algunos aún sentados, otros con alguna extremidad amputada. Pero no había ningún sobreviviente. Sofía había acertado cada disparo yparecía orgullosa de eso. Era el mismo orgullo de alguien que acaba de terminaruna obra de arte.


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