A la izquierda, Robert y Sofía llegaron hasta unos pequeños escalones que daban con una puerta de madera decorada con varios vidrios de colores y un enorme arco encima de esta. La puerta tenía marcado los números 027. Con desesperación, Robert tumbó la puerta con una poderosa patada reventando las bisagras que cayeron al suelo.
Entramos a un cuarto levemente iluminado por un par de velas que se encontraban en diferentes mesitas de lo que parecía un cuarto de estar. El fuego que producía la luz de la habitación se movió bruscamente por el aire que se originó ante la caída estrepitosa de la puerta, pero no se apagaron. Las paredes, adornadas con un tapiz rosa lleno de flores, estaban cubiertas por un montón de cuadros con fotografías bastante viejas y descuidadas.
En la parte izquierda había una entrada sin puerta a lo que parecía ser la cocina. Pegada a la pared enfrente de nosotros, había una escalera de madera que ascendía más allá de lo que la luz de las velas nos permitía ver.
-¡La puerta! –gritó Robert sin dirigirse a nadie en particular.
Rápidamente levanté la puerta de madera que estaba tirada en el piso. El hielo, que se había empezado a colar dentro de aquel lugar, tenía un aspecto rojizo muy diferente al color negro que había visto hace unos momentos.
Sofía se había tumbado en uno de los sillones de cuero que se encontraban en la sala, apretando la parte superior de su cabeza mientras Robert buscaba en su mochila. Sacó un par de vendas y una botella de lo que parecía ser alcohol etílico. Sin miramientos, vació parte del contenido de esta en su rubia cabellera e inmediatamente Sofía gritó de dolor y forcejeó con su padre tratando de quitárselo de encima.
-¡Ayúdame! –gritó nuevamente sujetando a su hija de los brazos mientras la sangre seguía escurriéndole por el rostro.
Me acerqué con dificultad pues Sofía empezó a dar patas al aire. Tomé un poco de algodón y lo apreté en la parte dónde la dura y enorme gota de hielo del tamaño de una pelota de béisbol había impactado. Ante los gritos que no paraban de escucharse en el lugar, Robert sujetó una de sus manos con su rodilla mientras que con la otra tapaba la boca de Sofía para que no siguiera gritando.
Únicamente podía ver el rostro de Sofía cubierto con su sangre mientras un par de lágrimas se le escurrían de los ojos. Podía escuchar sus gritos ahogados a través de la mano de Robert. Finalmente tomé la venda y, después de limpiar la sangre de su cabello, la presioné para que la hemorragia parase justo como ella había hecho con mi herida.
Me sentí culpable por todo el dolor que le habíamos provocado. Un dolor que aunque sabía era necesario, estaba seguro que se pudo haber evitado. Sofía fijó su mirada de odio y de súplica al mismo tiempo sobre mí. Sus ojos estaban vidriosos e inyectados en sangre. Su forcejeo cada vez era más débil y finalmente cerró los ojos y dejó que sus pensamientos y la oscuridad se apoderaran de ella.
Robert la soltó y se alejó de ella, sentándose en el otro sofá que estaba frente a Sofía. Me acerqué a ella sin saber que le había pasado, pero pronto cualquier pensamiento negativo se esfumó al comprobar que su estómago se movía al mismo tiempo que salía aire de su nariz. Di un fuerte suspiro y me arrodille ante ella. Sujeté su nuca y la levante un poco mientras con mi camisa le limpiaba la sangre y las lágrimas que aún tenía en su rostro.
-¿Eres tú, Fenrir? –preguntó una voz calmada desde lo alto de la escalera en donde la luz de una vela se asomaba.
Robert se levantó del sillón y apuntó con su escopeta hacia dónde provenía aquella voz. Con un movimiento de manos le indiqué que bajara la pesada arma al mismo tiempo que me levantaba. Caminé hasta el inicio de la escalera.
-Sí, soy yo –mentí.
-¡Oh, cuanto me alegro! –Dijo la voz de una mujer-. ¡Hace días que te fuiste! ¿Dónde estabas?
La luz de la vela bajó al tiempo que las sombras de los barandales de la escalera se proyectaban en la pared que estaba a espaldas de Robert. Iluminada por las llamas, una mujer mayor, con los ojos entreabiertos, llena de arrugas por todas partes y un camisón rosado, se asomó entre la oscuridad.
-¿Tienes hambre querido? –Preguntó mientras pasaba a mi lado-. Veo que trajiste amigos -observó a Robert y a Sofía, tendida en el sofá-. Voy a prepararles algo.
La anciana caminó hasta la cocina ubicada en la entrada izquierda. La situación, de no ser por lo que ocurría afuera, hubiera sido de lo más raro. Era como si en aquella casa no hubiera pasado ninguno de los horrores de allá afuera.
Al cabo de unos minutos, la mujer salió con una charola llena con tres cuencos de sopa y tres tazas llenas de té. Se acercó primero a Robert, quién había ocultado su enorme escopeta detrás del sillón. Tomó un cuenco y una taza.
-Gracias –dijo sin creer lo que pasaba.
-No es nada, no es nada –respondió acercándome la charola-. Me gusta tener visitas, aunque claro, no recibo muchas.
La mujer dejó la charola en una mesa que estaba pegada a la pared y se sentó en el sillón al lado de Robert.
-¿Cuánto tiempo lleva aquí? –preguntó Robert.
-Toda mi vida –la mujer observó a su alrededor, pero era obvio que apenas podía distinguir más que sombras-. Pensé que ya no volverías, Fenrir.
-¿Por qué pensaste eso? –pregunté fingiendo ser Fenrir.
-Veras, hace días llegaste bastante asustado a buscarme. No entendí lo que tratabas de decirme, pero te fuiste no sin antes prometerme que volverías. Y aquí estas, hijo mío –la mujer esbozó una sonrisa-. ¿Te quedarás a dormir?
-Si nos permites quedarnos, estaré bastante agradecido –respondí.
-¡Pero por supuesto! –respondió-. Siéntete como en casa. Pero en fin, no los interrumpo más. Hay cuartos para cada uno en la parte de arriba. ¡Buenas Noches!
La mujer se levantó, y subió nuevamente las escaleras, aparentemente estaba confundida, pero no lo notó, desapareciendo más allá de un profundo pasillo iluminado por la luz de la vela. Miré nuevamente a Sofía quien seguía durmiendo.
-Lo mejor será que la llevemos a un lugar más cómodo –dije al cabo de unos segundos.
Robert no respondió, se acercó a ella y pasó las manos por debajo y la levantó con un solo movimiento. Sus manos cayeron a su lado al igual que su rubio y largo pelo. Tomé una de las velas que estaba en un rincón y caminé detrás de él subiendo la escalera. Abrimos la primera puerta que estaba al inicio del pasillo del segundo piso y vimos una enorme cama en la que Robert dejó a Sofía e inmediatamente bajó.
Me seguía sintiendo culpable con ella, así que abrí la cama y, con dificultad, metí a Sofía debajo de estas. Pase una de mis manos en una de sus mejillas y la contemplé por un segundo. Caminé hasta la puerta y dejé a Sofía descansar.
Al llegar a la sala vi a Robert cubriéndose en una de las paredes mientras observaba expectante detrás de una cortina que cubría una ventana. Me acerqué con cuidado al otro lado de la ventana y miré hacía la misma dirección; la lluvia de enormes gotas negras caían sobre una horrible criatura amorfa que salía de la densa niebla. El corazón me dio un vuelco al comprobar que se dirigía hacia nosotros.
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Supervivencia en el Mundo de los Muertos
Terror"Cuando no haya más espacio en el infierno, los muertos caminarán sobre la tierra". ¿Qué tanto estas dispuesto a sacrificar con tal de sobrevivir en el mundo de los muertos? El caos se ha propagado por todas las calles de la ciudad de Kándria. Alex...