Capítulo 14: "El piso 28"

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Ante las palabras que Sofía acababa de pronuncia, pude sentir como el miedo me invadía lenta y cruelmente. Nunca me había puesto a pensar en la cantidad de pisos que tenía el edificio, ni siquiera cuando me dijeron que tenía que saltar. Ahí, de pie, mirando al vacío que estaba frente a mis ojos, pude sentir una ligera brisa viniendo desde las profundidades de la oscuridad.

Tomé el arnés y lo coloqué en las cuerdas del elevador, sujete firmemente la correa alrededor de mi cintura, y sin dejar de mirar aquella profunda negrura, salté. La brisa se intensificaba a medida que los segundos pasaban. No podía ver absolutamente nada y eso me preocupó. ¿Cuándo se supone que debía parar? ¿En qué piso estaba el elevador? ¿Cómo se supone que frenaría? De ratos podía vislumbrar los pisos en los que pasaba a gran velocidad en cuestión de segundos. En más de una ocasión pude observar siluetas en algunos de estos pisos. Seguía cayendo en aquella interminable negrura.

Traté de sujetar el cable para intentar frenar, pero la velocidad era tal que agarrar el cable con mi mano resultaría en una quemadura grave. Rápidamente el pánico me invadió. Cerré los ojos esperando lo peor, pero ante lo que consideraba era mi inevitable final pude sentir como la cuerda que tenía en mi cintura se tensaba hasta el punto en que dejé de sentir el aire en mi rostro. Me detuve de golpe dejando caer el machete al vació. La fuerza de inercia me seguía empujando hacia adelante pero sin caer.

Abrí los ojos, aunque tenerlos abierto o cerrados daba igual ante aquella oscuridad. Miré hacia arriba y pude ver la luz de una linterna unos seis pisos encima de mí. Algo tiró de mí y empecé a ascender.

-Toma mi mano –dijo Robert después de unos minutos mientras extendía su brazo.

De un solo movimiento me sujetó firmemente y me subió al piso de dónde provenía la luz de la linterna. Sofía estaba detrás de él, y por la cara que tenía no podía evitar pensar en el regaño que recibió por parte de su padre al desobedecerla.

Miré a mí alrededor. Todo estaba sumergido en una oscuridad casi total a la que mis ojos se habían empezado a acostumbrar, dejándome ver un montón de cubículos vacíos, papeles tirados, unas cuantas manchas de sangre esparcidas por el suelo, y un montón de siluetas fantasmagóricas moviéndose en la lejanía del lugar. Aquel piso tenía un parecido casi aterrador con la planta en la que el carro de Emily, mi madre, había llegado a parar después de que saliéramos expulsados de forma violenta de la carretera principal de la ciudad de Kándria.

-¿En qué piso estamos? –pregunté quitándome la cuerda de mi adolorida cintura.

-En el piso 28 –respondió Robert-. Aquí se encuentra el sistema de seguridad del edificio.

-¿Y qué hacemos aquí? –preguntó Sofía con intriga.

-He trabajado en este edifico incluso antes de que nacieras, Sofía. –respondió en tono molesto ante la pregunta de su hija-. Y sé mucho sobre él.

-¿A qué te refieres?

-Todos los elevadores están programados para bajar hasta el primer piso en caso de que el generador eléctrico llegue a fallar. Y no solo eso –prosiguió-. El edificio cuenta con un sistema de cerrado. En pocas palabras...

-En pocas palabras estamos encerrados en este edificio –le interrumpió Sofía.

-No del todo, aún hay una manera de salir.

Robert señaló una puerta que se encontraba puesta en una de las paredes del lugar y se dirigió a ella. Hurgó en su bolsillo y sacó una llave plateada con un curioso llavero de un arma de fuego. Abrió la puerta dejando ver una oscuridad mucho más intensa que la que había en aquel piso, y con un movimiento de manos nos indicó que entráramos. Robert entró al último cerrando tras de él la puerta de madera, tomó la linterna nuevamente y la encendió. Aquel cuarto era amplio, tenía varias puertas en los costados similares a la que habíamos atravesado. Nuevamente nos encontramos con un montón de cubículos, y un caos en el lugar producto del abrupto abandono de aquel edificio. Al fondo de todo eso, había una enorme puerta metálica. Robert usó nuevamente sus llaves y la abrió.

Era un cuarto mucho más grande, con un montón de televisores encima de una aparatosa mesa. Era, al parecer, el cuarto en donde se podían manipular y monitorear todas las cámaras de seguridad del edifico. Robert se acercó y apretó uno de los tantos botones que tenía aquella mesa. Inmediatamente todo el cuarto se iluminó, y los televisores prendieron.

-¿Pero cómo? –preguntamos casi al mismo tiempo Sofía y yo.

-Generadores de emergencia –respondió Robert-. Si todo el edifico se queda sin luz, es importante que este cuarto no lo haga.

Robert siguió manipulando los botones. Los televisores mostraban imágenes del interior del edificio, todos con escenarios bastante similares.

-Esto nos ayudará de gran manera para saber por dónde ir sin toparnos con alguna de esas criaturas.

-¿Cuantas opciones hay? –pregunté.

-Tres: la puerta principal, el área de carga y las alcantarillas.

-¿Son todas las salidas?

-Para nosotros, sí.

Tras un par de segundos, los televisores mostraron imágenes de las diferentes cámaras de seguridad ubicadas en la entrada principal; todo el lugar estaba lleno de esas criaturas. Lo mismo ocurrió con el área de carga, y a decir por aquellas imágenes, todo el edifico estaba rodeado por todos esos seres sin alma. La única opción era salir por debajo de ellos; por la alcantarilla.

Fue entonces cuando una idea recorrió mi cabeza cual si fuera un destello fugaz en medio de toda esa oscuridad.

-¿Puedes ver grabaciones anteriores? –pregunté.

-Las cámaras dejaron de grabar después de que cayera la maldita bomba, pero sí –respondió-. ¿Por qué?

-¿Puedes poner el momento en el que tuve el accidente de carro?

-Claro, espera.

El televisor mostraba el momento exacto en el que el carro de Emily se salía de la carretera e impactaba a toda velocidad con los vidrios del edificio, posteriormente terminaba estrellándose contra una columna de concreto. Media hora más tarde del siniestro, una pequeña silueta salía del automóvil. Mis ojos se abrieron inmediatamente tratando de ver un poco mejor. No había duda alguna. Era el pequeño Jeff.


Supervivencia en el Mundo de los MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora