Capítulo 11: "El caballo pálido"

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El reloj seguía marcando las 6:38 a.m. mucho más tiempo del que debería, lo cual me llevó a intuir que por alguna razón este se había detenido justo en aquella hora. El cielo estaba despejado. Poco a poco el sol se iba asomando cada vez más por el lado este, hasta que los primeros rayos del sol nos alcanzaron.

Robert decidió bajar, así que me quedé con Sofía contemplando aquella escena surrealista.

-Ojala estén muertos todos esos bastardos –dijo Sofía con un tono casi de furia-. No importa realmente si eran sobrevivientes o aquellas criaturas, finalmente se trata de un problema menos al que enfrentarnos más tarde.

-¿A qué te refieres? –pregunté.

Sofía me miró fijamente.

-El peligro allá afuera es demasiado, no solo por las criaturas, sino por los sobrevivientes.

-¿Qué tienen los sobrevivientes? Son como nosotros, ¿no?

-¿Eso crees? –Sofía se acercó mucho más a mí, hasta el punto en que podía notar el enojo en su mirada-. Esas personas no dudarían en pegarte un tiro entre los ojos con tal de conseguir un poco de comida. Si no fuera por nosotros tú no estarías vivo.

-Pero no todos son así, ustedes no son así, ni yo –le dije alejándome un poco de ella.

-Eso no lo sé, pero en lo que lo descubres ya les diste el tiempo suficiente para matarte, así que será mejor que no confíes en nadie.

-¿Ni en ustedes? ¿Ni en ti?

-Interpretalo como quieras –Sofía se alejó de mí y se dirigió a las escaleras-. No me interesa.

En aquel momento, y al igual que Sofía, pensé en todas las criaturas que tuvieron que haber desaparecido ante tan brutal explosión, también pensé en aquellas personas que, como nosotros, únicamente querían sobrevivir, pero sin éxito alguno. Tal vez ella tenía razón, tal vez la única forma de poder sobrevivir en el mundo que ahora le pertenece a los muertos es matando por igual, tanto a vivos como a esas malditas criaturas. Aunque claro, como matar algo que se supone ya está muerto. Pensar en aquella dualidad me desconectó de mi realidad por unos segundos, hasta que escuché la voz de Robert llamándome desde abajo.

Bajé las escaleras y me dirigí a la cocina. Ahí estaba Sofía y Robert sentados con un extraño aparato sobre la mesa.

-¿Qué es eso? –pregunté mientras caminaba hacia ellos.

-Es uno de los radios que utilizaba para el trabajo –dijo mientras movía los botones del aparato-. Es algo viejo, pero espero funcione.

Robert seguía moviendo los botones que estaban al frente del aparato, pero lo único que se escuchaba era estática.

-No creo que escuches nada –le dije mientras recordaba el viaje en carretera-. Todas las emisoras dejaron de transmitir antes de que todo esto ocurriera.

-No estoy buscando emisoras –me respondió sin dejar de manipular el aparato-. Estoy buscando transmisiones de otros sobrevivientes, tal vez puedan ayudarnos.

Ante las palabras que acababa de decir Robert, miré a Sofía recordando lo que me había dicho hace minutos. Ella se limitó a suspirar, sabía que su padre la estaba contradiciendo.

-¿Ayuda? –Pregunté con incredibilidad-. ¿Para qué?

-Para bajar sin morir en el intento.

-Espera... ¿qué? ¿Bajar? A que te refieres con bajar.

Robert dejó la radio sobre la mesa y me miró fijamente.

-Bajar solo nosotros tres es un suicidio, todo el lugar está lleno de esas cosas. Créeme que tuviste suerte de que te encontráramos antes que esas criaturas llegaran al piso donde estabas.

En aquel momento entendí la gravedad del asunto mientras la cruel realidad se hacía presente. No estábamos del todo seguros en aquel lugar. En cualquier momento la comida se iba a acabar, o peor aún, en cualquier momento podrían encontrarnos aquellas criaturas y darnos una muerte más que horrible. Mi mente, como es costumbre, empezó a divagar en un mundo de ideas, unas peores que otras, hasta que la voz de un hombre a través de la radio me hizo regresar.

En un principio era difícil entender lo que trataba de decir, pero Robert empezó a mover los botones del radio intentando escuchar las palabras del hombre.

-Necesitamos... criaturas... por todas partes... explosión... refuerzos.

Robert siguió manipulando el aparato hasta que finalmente consiguió escuchar con claridad la voz del hombre.

-¡Necesitamos ayuda! Esas malditas criaturas cambiaron y ahora están por todas partes. La maldita explosión no funcionó. ¡Necesitamos refuerzos!

Estaba claro que aquel mensaje no era para nosotros. Pero era inevitable sentir una enorme curiosidad por las palabras de aquel hombre. ¿A qué se refería con que cambiaron? ¿Cómo que la explosión no funcionó? ¿A quién le pedía ayuda? Antes de tan si quiera poder decir una palabra al respecto, el hombre habló de nuevo, esta vez describiendo su situación.

-Nos encontramos en la zona segura, hace un par de horas se detonó la primera bomba a las afueras de la ciudad con la esperanza de acabar con aquellas criaturas, para posteriormente detonar una bomba similar en Kándria. Pero no resultó como esperábamos. ¡Mutaron! ¡Han mutado! ¡Y no podemos hacer nada, necesitamos ayuda inmediatamente!

Las palabras del hombre únicamente reflejaban preocupación, seguíamos sin entender a lo que se refería cuando decía que habían mutado.

Un profundo silencio se apoderó de la radio hasta que nuevamente escuchamos al hombre, pero esta vez se limitó a respirar profundamente, y  posteriormente dijo unas palabras que jamás olvidaré.

-Escuché la gran explosión, vi la gran llamarada subir hasta los cielos, vi a esos seres desintegrarse, y en medio de todo ese caos, vi un caballo pálido acercarse mientras el infierno venía detrás de él.


Supervivencia en el Mundo de los MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora