Capítulo 47

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Me quedo callada durante unos segundos mirando el vestido de tul que cuelga de la viga del techo. Acaricio la suave tela de tul malva y me acerco el taburete de madera para sentarme. Escucho el trajín de los organizadores de la boda, que vuelan por la finca ultimando los detalles para que el gran día de mis dos mejores amigos sea un sueño hecho realidad.

Acaricio con la yema de los dedos la pequeña palabra tatuada en mi antebrazo, la cual todavía sigue un tanto hinchada y enrojecida por lo reciente que es. Efímero, escrito con la caligrafía de mi padre me recuerda lo coja que me siento ahora mismo y un par de lágrimas rebeldes amenazan con fastidiar el maquillaje que tanto trabajo le ha dado a Fabio.

-No, nada de llorar –me riño mentalmente.

Sin dificultad alguna me enfundo en el precioso vestido con transparencias que elegí allá por junio y me recoloco algún que otro mechón que ha querido escapar de la trenza desenfadada que es mi peinado. Con parsimonia todavía, abrocho el precioso cinturón dorado de hojas que acompaña a mi traje y una vez me doy el visto bueno me calzo con rapidez esas sandalias doradas incomodísimas lista para ir a calmar los nervios de la novia.

Cuando llego a su habitación, y eso que tan solo he de cruzar un pasillo, me reciben un par de gritos de exasperación a Margarita, su peluquera, pues el moño bajo no aguanta las flores que lo decoran. La miro a través del espejo aprovechando que ella todavía no me ha visto y me sonrío a mi misma sorprendida de lo maravillosa que está. Su pecho sube y baja a toda velocidad, evidenciando todavía más su notable nerviosismo y decido tomar cartas en el asunto antes de que le clave a su pobre peluquera un peine en la yugular.

-¿Tan complicado es lo que pido? –se me queja cuando al fin nos dejan a solas.

-A ver... -con delicadeza estrujo las florecillas y las coloco en el moño sin orden alguno, como si le hubieran caído al pasear y cuando sus ojos sonríen agradecida entiendo que he aportado mi granito de arena a hacer de este día un poco menos caótico.

Termino de ayudarle a colocarse el velo a la espalda y cuando esta lista ambos nos emocionamos un poquito, siendo conscientes de lo mucho que van a cambiar las cosas a partir de ahora. ¿Debería contarle lo de...? No, hoy no. Hoy es su día.

-¿Cómo estás? No deberías haber venido, pasó hace tan solo un par de semanas...

-Sara, no pienso perderme vuestra boda por nada del mundo. No había nada que hacer... -contesto con la mirada perdida en algún punto fijo.

-¿Y Marco?

Pregunta con cautela algo que me lleva carcomiendo estas dos semanas. Durante toda la despedida estuvo a mi lado, pero no soportó que después me cerrara en banda, que no hablara, ni comiera ni hiciera más que quedarme mirando a un punto fijo, como si se me hubiera ido la cabeza.

-No sé nada de él –respondo con sinceridad. Había tratado de llamarle cuando Gerard me puso los puntos sobre las íes y me abrió los ojos para hacerme ver que no podía seguir así, muerta en vida, pues no era lo que mi padre hubiera querido para mí. Entonces le llamé un par de veces al día, disculpándome por llevar esa actitud tan egoísta, por haberme cerrado en banda y haber querido creer que nadie podía comprender mi dolor cuando él era quien mejor podía entenderme en esos momentos; pero supongo que la espera se le hizo insoportable. No aguantó que le echara de mi vida en silencio, pasando de él cuando Marco estaba arriesgando mucho por no volver a entrenar a Madrid para quedarse conmigo.

Y como es lógico se marchó.

Después, sin previo aviso esta mañana me había escrito un mensaje donde decía que tenía que hablar conmigo y que esperaba que todo me fuera mejor. Que tenía ganas de verme.

-Todo saldrá bien... -la mano suave de mi amiga acaricia la parte baja de mi espalda devolviéndome a una realidad de la que había perdido noción.

Contemplo mi pequeño cuerpo al espejo, ahora mucho más magullado y echo polvo. Supongo que al fin y al cabo dejar de probar bocado durante dos semanas sí que tiene sus consecuencias. El vestido que en su día incluso me apretaba una cintura que no era para nada de avispa ahora me queda un tanto grande. Por suerte la demacración apenas se ve en mi rostro gracias a la magia de Estée Lauder, para qué mentir.

Unos nudillos pican delicadamente a la puerta de roble y en seguida Sara se pone recta como un palo, echa un matojo de nervios. El padre de Sara aparece al otro lado, impecable en un esmoquin negro, contemplando con orgullo a su hija, que lo mira con los ojos anegados en lágrimas.

-Será mejor que vaya a repasar el discurso... -me escabullo para darles intimidad.

De nuevo en mi habitación asignada repaso mentalmente el texto que he reescrito veinte veces hasta reparar en una pequeña cajita rosa que descansa en el centro de la gran cama blanca. ¿Qué narices es eso?

Rasgo el envoltorio de tela y ante mí aparece una cajita aterciopelada negra, la cual abro sin dudarlo, todavía algo nerviosa. Dentro de esta aparece un ramillete de flores blancas para atar a la cintura, como los de las graduaciones norteamericanas y un pequeño papelito escrito a mano por una caligrafía que me conozco demasiado bien.


No puedo no estar a tu lado, espero que no sea demasiado tarde.

Te amo de la Tierra a Marte.


Debajo del ramillete aparece un precioso anillo de Tous dorado también de hojas, a juego con mi cinturón y no dudo ni un segundo en ponérmelo en el dedo corazón, para demostrarle al ideario del detalle que no tengo ningún reparo en esperarle el tiempo que haga falta.

Me sacan del ensoñamiento de estar leyendo la nota una y otra vez sin parar unos golpecitos en el marco de la puerta y para cuando me giro a ver quién es unos labios atrapan los míos y los besan con ferocidad, ansia e incluso una necesidad apabullante.

-Lo siento, pero llevaba demasiados días sin ti.

-Prohibido estar tantos días sin vernos –me pierdo en las arrugitas que se forman alrededor de los ojos marrones más bonitos de la historia de la humanidad antes de volver a besarlo.

There's nothing I won't do [SAGA THINGS #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora