De princesas y declaraciones

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Bajé las escaleras, con una Lizzie mucho más que feliz y entretenida agarrada de mi mano, más bien tiraba de ella, insistiendo en que casi corriera, mientras me hablaba sobre algo de princesas y príncipes, reyes y reinas, hablando sobre lo bonita que eran las princesas o lo fuerte y serios que se veían los príncipes, de lo altos y bonitos que eran. Sonreí y pensé en el trabajo que tendría al regresar, pero ella estaba muy emocionada, diciendo que tenía que ver ya esos cuadros que le habían gustado tanto, y ver esa sonrisa bien valía la pena el trabajo de arriba. Era por eso por lo que estaba luchando, luchaba para verla así todo el tiempo, con esos ojitos preciosos brillantes de alegría y no de lágrimas, por esa boca parlanchina y no solloza, por ese rostro feliz y no derrumbado.

Ya sabía de qué cuadros me hablaba, eran unos traídos desde España para el día de Merlín que se celebraría dentro de dos semanas, así que las cosas en el museo estaban algo aceleradas, pero era sábado y a pesar de todo, saldría temprano y en vez de llevar a Lizzie a la mansión Malfoy, preferí traerla al museo, sabiendo que le encantaría ver los nuevos tesoros del museo y que iban colgar aquel mismo día. Eran pinturas representativas de la gran historia del Rey Arturo de Camelot, junto a su esposa Ginebra y aquel hijo que tuvo con Morgana, Mordred. La historia del Rey Arturo era apasionante, la leyenda artúrica, un pupilo del mago que se había hecho rey al sostener una espada sagrada. Habían llegado cuadros de aquella historia, así como de Sir Lancelot, Morgana, Merlín, y todos aquellos caballeros de la mesa redonda, como una réplica de aquella fantástica espada, que estaba en exhibición fuera de protecciones de cristal, colocada de manera que pareciera que aún estaba enterrada en una enorme piedra caliza, en medio de un salón circular con todos los cuadros rodeándolo.

—Es hermosa la reina y aquella mujer —dijo Lizzie girando otro pasillo— Tienen vestidos largos y esponjados y peinados muy altos, mami.

—Sí, Lizzie, pero con calma, sino tropezaras con algo y te lastimaras —dije intentando pararla un poco, pero, aunque disminuyó el paso, siguió caminando más rápido que de costumbre.

Al fin llegamos aquel salón y debía admitir que era mejor ver los cuadros ya exhibidos que en aquella recamara donde descansaban antes de ser colgados. Cada cuadro tenía su propia iluminación, haciendo parecer aquellos personajes como gigantes preciosos y eternos, pero encerrados dentro de un marco de oro, pero algunos sonreían con suavidad y los otros te veían con apacibilidad.

—Mira —insistió mi hija, señalándome la imagen de la esposa del Rey Arturo, la reina Ginebra.

—Es bella —dije admirándola también.

—Y ella también —señaló el cuadro a la derecha.

—Es la hermana de la reina Ginebra —dije sin añadir que era Morgana, con quien el Rey Arturo había engañado a su reina. Una mujer muy hermosa, pero maliciosa.

—¡Una princesa! —gritó con emoción, dando un aplauso y saltando para acercarse más. La inocencia de Lizzie no tenía limites, al nombrar la palabra reina de inmediato dedujo que su hermana sería una princesa— Es muy bonita. Quisiera ser una princesa, mami.

—Tú eres más bonita que ella, mi amor —dije poniéndome a su altura.

—Pero no soy una princesa —negó haciendo un pucherito.

—Yo cre...

—Yo creo que ya lo eres, Lizzie —una voz fuerte interrumpió lo que iba a decir.

Miré hacía el pasillo que daba a la entrada, viendo que Harry Potter se acercaba a pasos tranquilos y seguros, sonriendo con mucha suavidad. Me erguí y elevé una ceja por su presencia, pero delante de mi hija no me atrevería a reclamarle, Lizzie no tenía por qué escuchar las divagaciones de ese hombre.

La promesa | HansyWhere stories live. Discover now