—¡Ay, hermano! Pareces idiota.
Reí ante las palabras de Ron y de aquel golpe dado por Hermione en su estómago, haciendo que se doblara hacia adelante y su rostro se pusiera rojo, casi pegando la frente al frío metal de la mesa.
—Hermione —reclamó él, con voz ahogada.
—No le digas así.
—Pero si hasta tú lo has hecho —se defendió y quedé viendo a mi amiga, elevando una ceja. Ella se sonrojó y desvió la mirada, reacomodándose en su asiento.
—Bueno, sí, pero no en su cara, Ron, además, yo sólo dije que desde que regresó de París parecía estar en una nube. Es una suerte que no haya recibido un hechizo o un golpe en los entrenamientos por distraído —corrigió ella a su esposo.
Reí y seguí sonriendo a pesar de aquellas miradas resignadas, pero felices, que tenían mis amigos. Era verdad lo que decían, desde que había regresado de París, hace ya tres meses, había estado en una clase de fantasía, donde la única con poder de destruirlo sería Pansy, pero no lo había hecho, y eso era lo que me tenía eufórico.
No éramos nada y sabía que existía aun la posibilidad de que ella me mandara al demonio de un momento a otro, por eso iba con cuidado, recalcando cada día lo mucho que la quería, mandándole flores para que siempre me tuviera en su mente y procurando no hablar de más o de menos. Sólo quería que todo estuviera como hasta ahorita, con ella tranquila y dispuesta a seguir dándome oportunidades. Sabía que la mujer de mi vida no era precisamente una florecita delicada, no, para nada, era una fiera, una serpiente, como una tormenta en verano, podía arrasar con todo en cualquier momento, pero ahora se había mantenido como un día fresco y soleado, y eso me alegraba, me daba entender que iba por buen camino.
Aún seguía con mi rutina de ir al museo saliendo apenas del ministerio, a veces me daba tiempo de pasar a cambiarme de ropa, pero en otras ocasiones, cuando algo me detenía en la oficina, me aparecía uniformado, pues como ya le había dicho, no perdería la oportunidad de verla a la hora que salía. Aunque igual no cambiarme me convenía, pues parecía gustarle verme vestido así, aunque claramente jamás lo aceptaría mi bella serpiente.
—¿No te molesta el uniforme? —le pregunté una vez, cuando sus dedos no dejaban de tocar los botones.
Había descubierto que le gustaba tocar mi ropa, siempre tenía su mano apretando la tela de mi camisa, sus dedos jugando con los adornos de mi uniforme o sólo poniendo su mano sobre mi pecho, y no es que me estuviera quejando, para nada, jamás lo haría, era una verdad solemne que disfrutaba de aquella cercanía que ella propiciaba, pues normalmente era yo en dar el primer paso. Me encantaba su tacto y poder sentir el aroma de su perfume, así como sentir el fluido de su magia jugando con la mía, pues ella la dejaba libre para mí. Y lo mejor, si veía que se alejaba, podía abrazarla rápidamente para que no lo hiciera.
—No es algo que me disguste —dijo con una sonrisa de lado— Te luce bien.
—Entonces te gusto así —alegué con una sonrisa.
—¡Oh, no! No te emociones, Potter, sólo dije que no me disgustaba —aclaró ella, soltando el botón de mi túnica y alejándose un paso de mí. Pero antes de que se fuera más lejos, abracé su cintura y la pegué a mi pecho, como ya era normal.
Era feliz teniéndola así de cerca y más por el hecho de que ella ya no se pusiera tensa o se enojara, simplemente parecía cómoda, y si su sonrisa no me mentía, ella también era feliz. Al principio no le gustaba que estuviéramos tan cerca por si alguien se aparecía en ese salón y nos viera, pero había dejado de importarle poco a poco, además de que a esa hora eran muy pocos los visitantes y los trabajadores que salían apenas nos miraban, era una ventaja que ella fuera la directora general de los museos Goldstein.
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La promesa | Hansy
RomanceLas promesas son valiosas, aunque existen algunas que no se pueden cumplir, simplemente porque no sería correcto hacerlo. Pero existen otras qué a pesar del tiempo transcurrido y las circunstancias, merecen una oportunidad de hacerse realidad.