Podía verla con la cabeza agachada, mirando hacia el suelo, con los hombros caídos, tan quieta y petrificada. Tenía las manos apretadas en su regazo y el cabello impedía ver su rostro por completo. Parecía no respirar, pues ni un solo músculo de su cuerpo de movía o contraía y que ni el mínimo aire de su alrededor le traspasaba los cabellos.
No podía dejar de verla, no podía dejar de sentir como la tristeza, la rabia y la amargura se entremezclaban en mi interior, haciendo que me ardiera el estómago y que la saliva se me agriara contra el paladar. ¿Cómo fue que llegamos a esto? ¿Cómo fue que terminamos en esto? ¿Dónde había quedado la chica por la que había renunciado a lo que más quería, a lo que más amaba? ¿Dónde estaba la mujer que fue lo más correcto según yo, según todos?
Bajé la mirada, conteniéndome de negar con la cabeza y miré a mi derecha, donde Pansy sentada a mí lado miraba casi congelada hacia al frente, sus gestos no habían cambiado desde que llegamos y nos sentamos en este sitio. La había mirado varias veces ya, y en todas esas veces me encontraba con su misma postura, con sus ojos apenas parpadeando y respirando pausadamente, como una fiera al acecho, acorralando a su víctima. Sí no la conociera pensaría que estaba tranquila, pero sabía que no era del todo así, la fuerza que su mano tenía en la mía la delataban y sus hombros tensos hacían evidente lo mucho que se estaba conteniendo, ¿para qué? Para lo peor, para matarla seguramente.
Pero era una serpiente, la mejor de todas, la más fría, hermética, soberbia, la que bien podría iniciar un incendio y quedarse calmadamente viendo como todo se consumiría, como todos se consumirían. Sí, pueden llamarme loco, decir que he perdido la cabeza, que estoy hechizado e idiota por ella, pero es que así era, porque a pesar de que sabía que podía mancharse las manos de sangre, que podía levantar la varita sin titubear contra alguien y matar con ella, también sabía que lo haría solamente por alguien a quien de verdad amara, y Lizzie lo era todo para ella y mataría Ginevra por ella.
Y yo también, por ambas.
Yo jamás podría odiarla o dejarla de amar por eso. La salvaría, se la quitaría a la justicia, a la ley, la protegería contra todo sin importarme nada, me convertiría en la pesadilla de todos si me la arrebataban. Y creo que eso ahora ya todos lo sabían, ya eran conscientes de cuanta era mi lealtad y devoción por ella, porque estaba aquí, sentando al lado de Pansy, sosteniendo su mano y declarando en contra de la mujer que alguna vez fue mi esposa, mi familia, mi consuelo.
Miré una vez más toda aquella sala, donde una vez estuve sentado y Dumblendore abogó por mí, viendo como todos aquellos hombres del Wizengamot y el resto de los presentes, se acercaban unos a otros para hablar en voz baja o hablarse directamente en los oídos. No sabía cómo Ginevra podía mantenerse en esa postura, cómo podía estar repentinamente tan calmada, tan quieta, mientras los abogados de los Goldstein seguían hablaban contra ella, cuando los amigos de Pansy Parkinson, aquellos que ella odiaba y despreciaba, declaraban en su contra.
O era demasiado cínica para estar segura que nada de lo que dijeran le afectaba, o ya estaba cansada de pelear, o estaba totalmente resignada a lo que pasaría.
Seguí vagando mis ojos por toda aquella sala y mi mirada terminó sobre la mirada de Molly Weasley al otro lado de la sala, viendo como sus ojos se endurecían en los míos, como con sus gestos y la firmeza de sus labios me daba a entender que me culpaba de esto. Quería que eso se me resbalará y tuve que repetirme unas veinte veces que no era verdad, que no era mi culpa, que nada de esto lo era. Nunca fue toda mi culpa.
Era jodidamente malo que aún no lo entendieran o que ni siquiera quisieran recordar que yo estaba dispuesto a quedarme con ella, porque, aunque nunca dejé de amar a Pansy, había llegado a querer a mi esposa y quería estar con ella y tener hijos cuando de verdad lograra amarla más que a nadie, más que a Pansy y más que a mí. Pero ella lo hizo difícil, empezó a odiarme y despreciarme desde antes, ahora lo sabía, ahora sabía que me odiaba ya, aunque dijera amarme, que me despreció desde un inicio por no amarla como quería.
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La promesa | Hansy
Roman d'amourLas promesas son valiosas, aunque existen algunas que no se pueden cumplir, simplemente porque no sería correcto hacerlo. Pero existen otras qué a pesar del tiempo transcurrido y las circunstancias, merecen una oportunidad de hacerse realidad.