Sorbí un poco más de mi té. Admiré la pequeña tacita de porcelana que había traído de París en mi último viaje, eran un juego precioso de porcelana blanca y delicadas flores melocotón, así como las orillas y la agarradera en color dorado. Un juego un encantador sin duda, que estaba siendo deliberadamente ignorado por aquel hombre que se paseaba sobre la alfombra de mi oficina.
Suspiré y levanté nuevamente la mirada. Ladeé un poco el rostro, hace mucho que no veía un enojo tan bien expresado por parte de él. Pocas veces lo vi furioso cuando mantuvimos nuestra relación en Hogwarts, ciertamente ya no se enojaba conmigo, al menos no como antes: podía llegar a molestarse por mis comentarios a veces sin pensar, defendiendo mi casa o nuestro actuar, o peor para él, defendiendo a Draco; podía irritarle las bromas crueles que le hacía, a él y a sus amigos, pero nada que un par de abrazos o besos no arreglaran. Y desde que manteníamos esta relación, no se había mostrado de esta manera a pesar de mis rechazos, gritos y desprecio. Entonces verlo ahora así, era... encantador, aunque bien pueden llamarme loca por gustarme su enojo. Siempre me había fascinado eso de él, su falta de consciencia para explotar sus emociones, su poca preocupación para que alguien más lo viera perder la compostura. Era totalmente mi contraparte, por más enojada, furiosa, triste, o extasiada que estuviera, no podía demostrarlo totalmente, siempre debía tener una compostura sobria, elegante, educada, eso era lo que me habían enseñado.
Potter era fascinante. Era expresivo hasta lo saciedad, sí, podía llegar a ser tímido, reservado, pero cuando algo lo hacía feliz lo demostraba y si algo lo hacía enojar, no había persona o magia que pudiera detenerlo.
—Potter —llamé por tercera vez.
Había intentado llamar su atención desde que había iniciado, pero al ver el poco caso que me hacía, había decidido que manejara su temperamento a su gusto.
—¡No puedo creerlo! ¡Le dije, le exigí, la obligué a jamás acercarse a ti, o que hablara mal de ti! —gritó de nuevo, haciéndome agradecer por milesima vez haber puesto un hechizo silenciador a mi oficina.
—Eso no iba a detenerla, Potter —bufé, pues era claro que ella no haría caso de eso.
—¡Y amenazar a Lizzie! ¡Merlín sabe que si llega acercarse a ella...! ¡No puedo creer en lo que sea convertido! —exclamó.
La mención de mi hija a lado de la palabra amenaza encendió la chica de ira que me consumió hace tres días cuando me la encontré aquí. No había podido ocultar aquello de Potter, en otras circunstancias jamás lo hubiera hecho, pero era una amenaza para él también y sólo quería que estuviera prevenido, no que se pusiera como loco. Aunque era hasta cierto punto lindo.
Él había regresado justamente ayer en la noche y era hasta hoy que había venido. Lo primero que había hecho al hacerlo había sido abrazarlo, después de verificar que no tuviera ni un solo rasguño, pues aquella misión de máximo cinco días se había convertido en diez y estaba a punto de enloquecer.
—¡Me hizo la vida insostenible e insoportable durante nuestro matrimonio, y ahora pretende arruinar mi felicidad!
—Quizá porque ella no fue feliz.
—Intenté hacerla feliz, intenté olvidarme de cuanto te amaba, pero no era posible, Pansy, jamás lo fue, pero luché para ser lo mejor para ella —dijo ya sin gritos, como si se estuviera culpando por no lograrlo. Pero no podía permitirlo, si él sintió una milésima de lo que sentí yo, si mi amó casi como lo amé yo, era obvio que jamás podría olvidarme— Jamás dejare que las toque a ustedes.
—¡Potter! —llamé nuevamente y el por fin dejó de caminar y gritar.
Dejé la tacita casi vacía de mi té en la mesita del centro y me levanté para caminar hacia él. Coloqué mis manos en sus brazos y apreté mis dedos en su piel, intentado que dejara toda en tensión que parecía querer matarlo. Le sonreí y luego me alcé un poco, rodeando su cuello con mis brazos y acercándolo completamente a mi cuerpo. Sentí cada músculo en tensión, la respiración forzada y luego el agarre casi doloroso de sus brazos al corresponder mi abrazo.
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La promesa | Hansy
RomanceLas promesas son valiosas, aunque existen algunas que no se pueden cumplir, simplemente porque no sería correcto hacerlo. Pero existen otras qué a pesar del tiempo transcurrido y las circunstancias, merecen una oportunidad de hacerse realidad.