Despojos

328 19 5
                                    

—¡Harry, Harry, por favor! ¡No puedes hacerme esto! —la escuché gritar.

Había ya dejado de lado su histeria, su desdén y su aparente odio. Ahora era suplica, reclamo, dolor. ¿Quién podría entenderla?

Cuando había salido de la chimenea, vi la escena que siempre me recibía al volver del trabajo cuando aún estábamos casado. Ginevra acostada en un sofá, con las piernas cruzadas y acomodada entre almohadones, mientras en sus manos le daba vuelta una revista ya sea de Quidditch o de chismes. Al principio de nuestro matrimonio aquello se me hacía adorable, siempre verla, esperándome para comer, con el tiempo lo empecé a ver como vagancia en ella. Había abandonado su equipo y su puesto como guardiana para, según sus palabras, dedicarle más tiempo a nuestro matrimonio, para estar más tiempo conmigo y disfrutar más de nosotros. Eso sinceramente me había alegrado pues tenía que admitir que la extrañaba demasiado durante esos largos meses de gira, aunque siempre encontraba tiempo para ir a verla a cada juego, pero, sobre todo, me alegraba su empeño para que lo nuestro se mantuviera bien, que ambos nos esforzáramos en esto.

Con el pasar de los meses y ver las cantidades de gastos en ropas, zapatos, joyería y perfumería, fue un motivo de pelea entre los dos y más que alegrarme empezaba sentir frustración cuando terminaba mi trabajo. No, no le pedía que no saliera a comprar o que no consiguiera cualquier gusto que tuviera, sólo le pedía que tuviera algo de conciencia para hacerlo, pues el closet todos los días se llenaba con cosas nuevas que pronto no cabrían allí.

—¡Por favor, Harry! Hay más closets en la casa —fue lo dijo con una sonrisa, antes de abrazarme por el cuello. Creo que fue la primera vez que no devolví su gesto, algo mosqueado por su respuesta.

—No es eso, Ginny, sólo que estás despilfarrando en cosas que pocas veces te veo usar.

—Las usare, lo prometo —intentó besarme. Dejé que lo hiciera, pero no correspondí, de hecho, quité sus brazos y me alejé de ella. Su gesto de dolor y desconcierto por eso me hizo sentir incomodo de inmediato.

—Las cuentas son kilométricas, Ginny, y soy un simple auror...

—No me salgas con eso, Harry —negó con voz enfadada— Eres el Niño que vivió, eres el heredero de los Potter, Black y hasta Dumblendore, no puedes decir que te estás quedando sin galeones por mis pequeñas compras.

—Pues si sigues haciendo tus pequeñas compras, así será —atajé de golpe— Y sabes bien que no hago uso de lo de Sirius y Albus, al menos no de manera personal.

Eso fue lo menos que empecé a soportar. Su alarde a aquel dinero que pocas veces he tocado y si lo hice alguna vez fue para donaciones, para los orfanatos que ya no tenían la capacidad suficiente para después de la guerra, para los hospitales que no se daban abasto, para la reconstrucción del colegio. Para eso sirvieron las herencias de Sirius y de Albus Dumblendore, para levantar el mundo por el que tanto lucharon, no para que mi esposa se lo gastara en sus caprichosos que lo único que conseguían era enaltecerse delante de los demás, presumiendo de todo lo que podía obtener la esposa del Salvador del Mundo mágico.

—¡Vaya! —fue su palabra al verme apenas dándome una mirada cuando salí de la chimenea, antes de regresar a la revista que estaba en sus manos, para girar la hoja— Supongo que la idiota de Parkinson fue acusarme, ¿no?

Ella no pudo verlo, pero sonreí ante su recibimiento. Sinceramente iba a cumplir con lo que Pansy me había pedido, no iba a reclamarle nada de eso, ni hacerle mención de lo que hizo, pero ella misma se había delatado sin que yo moviera un sólo músculo. Claramente no se me había pasado el enojo que sentía contra ella, pero ciertamente lo que había sucedido con Pansy en su oficina hace menos de una hora, había calmado demasiado mi enojo. Y era también seguro que Ron y Hermione dijeran que ahora sí quedé idiota para siempre, y yo no podría negarlo.

La promesa | HansyWhere stories live. Discover now