Ni siquiera sabía cómo había terminado sentada en aquella silla de frío metal, que se movía más de lo que recordaba, delante de una mesita igual de tambaleante, comiendo un helado junto a Potter. Lizzie sonreía, sumergiendo una y otra vez su pequeña cuchara blanca en el helado de fresa con chispita de colores y chocolate rayado, haciéndole preguntas a Potter, que éste respondía con una sonrisa, con la voz suave y llena de amabilidad.
Se me hacía tan extraño estar delante de él y no sentir nada, ni siquiera nostalgia o remordimiento por cómo habían terminado las cosas entre los dos. Sí, había pasado un par de años enteros pensando en él, anhelándolo y queriéndolo aun en contra de mi voluntad, recriminando mis esperanzas de que él aparecería para que pudiéramos estar juntos al fin; pero desde que Lizzie había aparecido en los planes de mi vida, fue completamente olvidable para mí, hasta a aquella noche que Anthony lo mencionó, aquella última noche donde hablamos del divorcio, donde nos habíamos perdonado, antes de que se fuera a otra gira de quidditch del que nunca regresó.
Cerré los ojos al recordarlo. Todo sucedió tan rápido, fue tan acelerado el momento que estaba segura de que no se hubiera podido evitar, que ni siquiera una vidente hubiera podido preverlo. Tres semanas después de hablar y dormir juntos por última vez, en un partido de quidditch que Lizzie y yo fuimos a ver, una buggler golpeó su cabeza y la escoba se desplomó directo al pasto. Varios hechizos fueron lanzados para aligerar su caída, y aunque no estaba cerca, sabía que ya no había nada que hacer, mi corazón roto lo decía, el llanto incontrolable de Lizzie me lo confirmaba.
Aun así, con una vaga esperanza, grité con todas sus fuerzas su nombre hasta que sentí que mi garganta se desangraría, mientras sostenía contra mi pecho a Lizzie, girando un poco su rostro hacia mi vientre para que no viera todo el caos que había debajo de nosotras, esperando que Anthony se levantara del suelo, que sonriera, que nos mirara para decirnos que todo estaba bien y volviera al juego con nada más que un susto que luego yo reclamaría y que Lizzie consentiría entre besos y abrazos fuertes. Pero todo estaría bien, todo estaría bien y volveríamos a casa para que todos descansáramos.
Los minutos pasaron lentamente en el campo, nadie en las gradas se movía, aunque murmuraban mucho y tan alto que ensordecía. Lizzie lloraba y yo sólo veía abajo para intentar ver algo más que cabezas pegadas unas a otras. Todo su equipo lo rodeaba, al igual que el equipo rival, y su entrenador estaba agachado a su lado, impidiéndome ver el rostro de mi aun esposo. Pero no se movió, no se levantó.
Cinco minutos después, alguien se apareció a mi lado y simplemente negó con la cabeza, haciendo que yo apretara más fuerte a Lizzie, quien lloró con más fuerzas, apretándome la cintura con rabia y desconsuelo.
Apreté los labios más fuertes. Siempre pensar en aquel último juego me dolía, así como sabía que Lizzie tenía pesadilla la mayoría de las noches por lo mismo, repitiendo en su mente una y otra vez el golpe y la caída. Había logrado querer a Anthony, no como uno esperaría, no como una pareja o algo así, pero sí como amigos, como hombre, como esposo y persona. Habíamos tenido peleas, errores, enojos, llegamos al punto de casi odiarnos, pero eso no había quitado el cariño y el respeto que sentía por él, haciendo que perdonara hasta su infidelidad.
Así que ahora, no tenía ni idea de que hacía aquí con Potter, tenía tiempo que no lo pensaba o había escuchado hablar de él. Nadie quien fuera cercano a mí lo había mencionado, ni para bien o para mal. Al igual que la muerte de Anthony, su presencia en la tienda fue algo que no me esperaba y no supe reaccionar, hablando y contestado a su saludo y preguntas como si alguien más hubiera tomado el control de mi cuerpo y decidiera que era bueno contestarle. Y luego él, diciéndome que ya estaba divorciado, algo que ni siquiera me había hecho parpadear.
YOU ARE READING
La promesa | Hansy
Roman d'amourLas promesas son valiosas, aunque existen algunas que no se pueden cumplir, simplemente porque no sería correcto hacerlo. Pero existen otras qué a pesar del tiempo transcurrido y las circunstancias, merecen una oportunidad de hacerse realidad.