Cerré la comunicación de la chimenea, después de explicarle a Lizzie que todas las tardes la llamaría a esta hora, que más tarde no podría porque el hotel era muggle y no tenía una chimenea como tal. Ella suspiró y sonrió estando de acuerdo con eso y luego procedió a contarme todo lo que había hecho con Scorpius, sus tíos y su abuela, haciendo que me tranquilizara, pues ayer al dejarla, lloró un poquito y se refugió en los brazos de Draco, quien me dijo que todo estaría bien, que sólo era por la despedida y que ellos harían todo lo posible para que Lizzie no llorara tanto. Asentí a ello, pero aun así con la idea de que, si para hoy no estaba mejor, regresaría de inmediato. No podría dejar a Lizzie tan triste y desolada, ella aun necesitaba mucho apoyo y no quería retroceder a los días en donde lloraba por todo, afectada profundamente por la muerte de su padre.
Me levanté y me acerqué al bonito escritorio de caoba, y tomé mis cosas de aquella pequeña oficina que me habían asignado, las misma que habían utilizado Aranza y David cuando estaban a cargo. Era más pequeña que la de Inglaterra, pero totalmente funcional para las pocas veces que tendría que venir y con el espacio necesario para que Lizzie no se aburriera cunado viniera conmigo.
Respiré con fuerza, apoyándome en la superficie del escritorio, suspirando con frustración y obligando a mi corazón a dejar de estar tan acelerado solo de recordar que había encontrado a Potter en aquel salón de cuadros a blanco y negro. Me coloqué una mano sobre el pecho, sintiendo contra mis dedos aquel alocado movimiento, y a mis oídos llegaba el sonido que hacía.
—Estúpido, Potter —susurré y empecé a guardar los papeles que tendría que leer y firmar que me habían proporcionado, en el portafolio.
Miré por la ventana de aquel lugar, y me di cuenta de que las estrellas ya brillaban en lo alto. Suspiré una vez más, sintiéndome un poco más controlada.
Tenía que estar tranquila. Tenía que hacerle ver que su aparición aquí no me importaba, como no importaba verlo en el museo de Inglaterra. Tenía que demostrarle que no porque viniera por mí, significaba que yo me arrojaría a sus brazos y aceptaría sus sentimientos. No. Jamás creería en sus sentimientos.
Salí de la oficina y me despedí de las personas que había conocido hoy, miembros de la junta directiva que de igual modo empezaban a retirarse y se despedían de mí con tanta amabilidad. Debía admitir que estaba nerviosa por conocerlos. David no estaría aquí para ser las presentaciones, pero ellos fueron tan amables y Gerald Fiquet, el director del museo fue tan comprensivo y solícito, que fue fácil sentirme cómoda, además de que el ambiente había sido bueno, pude percatarme que la convivencia entre ellos era amena y amistosa, como en Inglaterra, y era consciente de que eso favorecía mucho al desempeño de las actividades.
Giré por el pasillo que me llevaba a la salida de las oficinas, y pasé de nuevo por aquel pasillo, el que llevaba al salón de fotografías a blanco y negro, mirando por si Potter seguía ahí, pero no había rastro de él. Sentí una desazón al no verlo, y me recriminé por eso, pues yo misma le había pedido que no me siguiera, pero no pensé que me haría caso, algo que nunca hace.
Aun no podía con la idea de que había venido hasta París sólo por mí. Había salido de la sala junta después de tomar el almuerzo con ellos, feliz de por fin conocer aquel museo que me había maravillado apenas entré, siendo todo un contraste con el de Inglaterra. Pero al pasar al primer salón, me quedé de piedra al ver aquella ancha espalda, ese cabello negro ligeramente desordenado y ese perfil que jamás podría confundir, pues contenía una nariz recta y ligeramente respingada, unas pestañas tupidas y suavemente caídas, unos labios rosas pálidos, unos ojos maravillosamente verdes. Un encantador perfil que me conocía a centímetros después de muchas noches a su lado o durante el día cuando lo miraba a escondidas, y que a pesar del tiempo no había podido olvidar.
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La promesa | Hansy
RomanceLas promesas son valiosas, aunque existen algunas que no se pueden cumplir, simplemente porque no sería correcto hacerlo. Pero existen otras qué a pesar del tiempo transcurrido y las circunstancias, merecen una oportunidad de hacerse realidad.