Entre brisas y promesas.

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Entre brisas y promesas.

Sentí una brisa en mi mejilla. Era una brisa suave, dulce, de esas que dejan una sensación de hormigueo en la piel. Fue una brisa efímera que aceleró latidos y paró corazones, todo al mismo tiempo.

Como si eso no fuese lo suficientemente difícil de comprender.

Sentí una brisa en mi mejilla, de esas que equivalen a una caricia. Torturosamente lenta, tan fantasiosa como ese día caluroso que aparece en medio del invierno más helado. Como una promesa de algo mejor.

Sentí una brisa en mi mejilla, y todo a mi alrededor se detuvo. El pánico aumentó el ritmo de mi respiración y llevó mis pulmones al ardor más intenso jamás vivido, en busca de un poco de aire para calmar la ansiedad producida por aquello desconocido que poco a poco se iba volviendo rutina.

Sentí una brisa en mi mejilla y levanté mi bufanda aún más alto, porque no estaba dispuesta a soportar brisas, porque el miedo era lo suficientemente grande como para usar pañuelo, bufanda y un cuello de invierno con total de no volver a experimentar semejante momento una vez más.

Las brisas efímeras son como un día caluroso en el invierno más helado. Una promesa de algo mejor, que se termina convirtiendo en el mayor augurio del dolor eterno, porque las brisas solamente son capaces de causar dolor.

Y mi mejilla ya tuvo suficientes inviernos como para aceptar que las brisas son hermosas, pero dolorosamente no vale la pena arriesgarse a pasar por semejante dolor.

Otra vez no.

Encrucijada MentalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora