Te esperé en invierno, primavera, verano y otoño.
Te esperé en medio de tormentas y tardes soleadas.
Te esperé hasta que mis hojas cayeron al piso y nuevas salieron al encuentro del viento.
Te esperé tanto, que cuando volviste a aparecer mi árbol ya no tenía flores, ni hojas, ni ramas, ni raíces.
Te esperé hasta que se marchitó mi espíritu y cuándo llegaste ya estaba muerto.
Tomó 365 días acabar con el enorme roble que me costó cuidar veintidós años.