izan

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Izan estrujó mis huesos con fuerza en un abrazo que se sintió como un manto tibio. Y nos mantuvo así, cerca, tan cerca que los poros de su piel eran visibles ante mis ojos, y las grietas de mis labios ante los suyos.

Supongo que así es como se siente un abrazo sincero, necesitado. Cómo si estuviesen aplastando tus huesos y encajando al mismo tiempo cada pieza en su lugar.

Izan era el único capaz de reparar el desastre que padecía mi alma, pero, al mismo tiempo, también era el causante de que necesitara ese abrazo en primer lugar.

Él era la cura, y la enfermedad.

Encrucijada MentalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora