Capítulo 1 "Hola."

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Mi nombre es Samanta Ferrel, tengo doce años, y esta es la historia de mi mejor amigo. No sé cómo empezar, es que tengo tantas cosas que contarte de él, es sin duda la mejor persona que puedes conocer, capaz de saber cuál de tus sonrisas son falsas y de interpretar silencios. El me enseño a callar, me enseño que el silencio dice más que las palabras. El silencio es capaz de hacerte sentir tan bien como lo hace el abrazo de alguien a quien no veías hace mucho tiempo o de derrumbarte en cuestión de segundos, de causar dolor más fuerte que el de una bala. Y cómo usarlo, es un arte, uno que aprendí junto a Lucas. Si, él es el famoso chico del que te hablo.

Pero primero te contare un poco de mi, mis padres se separaron cuando yo tenía siete años, pocos meses después de que mi hermano, Antonio, falleciera a causa del cáncer. El nació con leucemia y a los tres años perdió en su lucha contra ésta. Mis padres no dejaban de culparse por la muerte de mi hermano y aunque no lo expresaban en voz alta, incluso yo, que entonces solo era una pequeña, entendía el tono de desdén que utilizaban al hablarse. Cansado de esta situación que no parecía mejorar, mi padre decidió marcharse llevándose consigo a mi otro hermano, Charly, el solo tenía doce años pero actuó muy maduro, transmitiendo esa falsa calma con la que él enfrentaba la situación.

Recuerdo que antes de irse me dijo: "Oye, todo está bien, Tony no siente dolor, no nos culpa de nada porque sabe que lo ayudamos todo lo que pudimos y yo siempre te voy a querer. Quizá solo sea temporal pequeña pero si no te vuelvo a ver, recuerda que siempre te trate con cariño— a lo que yo lo mire con ironía pues peleábamos casi todo el tiempo— bueno, recuerda que te amo. Ten, ya conseguiré otro, cuídate Samy." Me dejo su reproductor de música, el primer "gran tesoro" que conserve, tenía casi 300 canciones y aunque ahora me suene poco en ese entonces me parecía que nunca iba a terminar de escucharlas. La música se convirtió en mi refugió, y no me separaba de ese pequeño aparato ni siquiera al ir a dormir, me hacía sentir cerca de mi hermano, me daba seguridad, me hacía sentir que todo estaba bien.

Mi madre comenzó a trabajar día y noche para mantenernos a ambas, se aseguro de nunca me faltará nada, yo volví a la escuela dos meses después de que papá y Charly se fueran. Ella me compró todo lo que necesite, incluso me compro cosas que no necesitaba pero nunca se dio cuenta de que lo que a mí me hacía falta era tenerla a ella cerca. Me fue realmente difícil asimilar que mis hermanos no estaban pero era fuerte como Charly, si, le tengo un gran aprecio a mi hermano, él era el valiente y en esos momentos, yo necesitaba ser como él. Poco a poco me fui cerrando, no decía como me sentía ni lo que me angustiaba para no preocupar a mi mamá y funcionó, ella nunca se dio cuenta de todo por lo que yo estaba pasando. Me independice a muy temprana edad, al pasar a cuarto grado de primaria prácticamente ya no me hacía falta mi madre, aunque claro, era ella la que me brindaba efectivo, pero aparte de eso las tareas del hogar, el alimentarme, vestirme, entre otras cosas, todo lo hacía sola y me pasaba la mitad del día en la calle. Con el viejo mp3 de mi hermano, un cuaderno, pluma y mis fieles converse, no me faltaba nada, o eso creía.

Fue durante el receso de mi primer día de clases del cuarto año que conocí a Lucas, en ese momento no me paso por la mente que aquél joven egocéntrico, presumido, coqueto y de ojos verdes aceituna se convertiría en mi mejor amigo.

>>>Tres años atrás...

¡Al fin!

¡Samanta! No grites dentro del salón.

Ups, lo siento profe. —Después de tres largas horas por fin suena  el timbre y podré salir de esta pequeña cárcel que los adultos osan llamar institución educativa, al menos los 30 minutos que dure el descanso. Ya todo el grupo  ha abandonado el salón cuando escucho que el profesor me llama.

Memorias de una adolescente.♚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora