Un Acto De Fe

2.4K 100 80
                                    

Nathalie se intentaba recuperar de su creciente ansiedad en la entrada de la mansión, cuando Gabriel se pegó sin previo aviso a su cuerpo desde atrás, deslizando suavemente sus manos por él hasta abrazarla por completo. Posó sus labios en el cuello de ella, repartiendo rudos besos y tiernos mordiscos por donde la piel se veía expuesta a las inclemencias de su jefe, mientras una de sus manos viajaba hasta su vientre y la otra acampaba en uno de sus pechos. Ella gimió al notar las demandantes caricias del dueño de su maltrecho corazón, y tembló cuando le escuchó hablar en su oído.
-Sólo yo puedo tocarte. Sólo yo puedo poseerte. Eres sólo mía.
Nathalie notó que su alma abandonaba su cuerpo una vez más, para volver a la cajita de madera en la que él parecía guardarla siempre que quería. Sintió que las manos de Gabriel abandonaban su cuerpo dejándola acalorada y con ganas de más, cuando un tortazo en el trasero la hizo terminar de arder por completo desde dentro.
-Sube...
La voz ronca y cargada de intenciones de su jefe la hizo reaccionar y empezar a caminar hacia su cuarto, donde sabía que le esperaba un encuentro con él tan deseado como temido. Subió las escaleras corriendo mientras escuchaba los fuertes pasos masculinos perseguirla comiéndose los escalones de dos en dos. Su ansia creció considerablemente. Apenas quedaba espacio para el miedo o el dolor en su cuerpo, el deseo lo había acaparado todo. Entró en la habitación de Gabriel y enseguida escuchó la puerta cerrarse tras ella de golpe, pero no sé atrevió a girarse. Se quedó de pie junto a la cama esperando órdenes, como siempre. Las manos de su jefe volvieron a recorrerla sin cuidado, entrando por debajo de la ropa esta vez mientras pegaba su cuerpo a la espalda de ella, haciéndola suspirar en su bajo vientre. Su boca volvió a tomarla con el cuello de la mujer, pero esta vez de una forma que la hizo jadear, mientras recorría con la lengua su mandíbula hasta llegar a deborar sus labios necesitados de él. Sus dedos se introdujeron bajo el encaje que cubría su intimidad y buscaron aquella húmeda zona que sería sólo para él. Comenzó a estimularla, bebiendose sus deliciosos gemidos a la vez que atacaba con saña los montes superiores, el uno tras el otro. Pero el diseñador no pudo aguantar la espectativa que esa mujer le ofrecía, y sacó las manos de debajo de su ropa para empezar a desvertirla con rapidez. Cuando la tuvo en ropa interior se detuvo a observarla, aún de espaldas a él, tan frágil y a la vez tan fuerte, tan inalcanzable y a la vez tan expuesta. Su entrepierna gritó de angustia encerrada en sus caros calzoncillos, y su pecho de repente pareció arder ante aquella angelical visión del mismísimo demonio. Con manos temblorosas se acercó a sus hombros, acariciandolos y besandolos con una ternura que no había utilizado antes con nadie excepto...
El trémulo jadeo que escapó de labios de su ayudante le hizo volver a la tierra, a ese momento y al exquisito cuerpo que tenía delante suyo, perdiendo de repente la razón y empujandola hacia la cama para ponerla de rodillas en ella y hacerla clavar los codos hacia delante.
Oh dios... Deseaba tanto ver esa imagen para él... Ese perfecto trasero totalmente expuesto, esas preciosas caderas esperando a ser agarradas, esas bonitas piernas temblando por el placer que le iba a dar en un momento. Agarró la delicada prenda que le separaba de su anhelo y la arrancó de un tirón, dejándola totalmente preparada para cualquiera de los ataques que tenía pensados para ese momento. El primero vino por parte de su juguetona boca, que se introdujo sin permiso en aquella palpitante abertura que le llamaba. Los gemidos de Nathalie eran música para sus oídos. Deseaba hacerla disfrutar más, deseaba darle todo el placer que estuviera en su mano. Necesitaba escucharla decir que jamás se rendiría a otro hombre. Repasó con su lengua los pliegues que se presentaban ante él, húmedos y espectantes, sintiendo cómo se estremecía ante su tortura, hasta que posó sus hambrientos labios en esa caliente zona que le daba justo lo que necesitaba en ese momento. Ella gritó al sentirse absorbida por ese pasional hombre que tan loca la tenía, y a punto estuvo de alcanzar el clímax con tan poco. Movió sus caderas en pequeños círculos sobre su boca, instandole a profundizar con sus arremetidas. Y así lo hizo. Introdujo la lengua en su intimidad buscando hacer que perdiera la razón y se rindiera a él, de la forma más erótica que jamás había sufrido. Nathalie se sintió desfallecer en el sitio, y sin que pudiera evitarlo, rogó por más.
Le deseaba con toda su alma, y ahora también con cada centímetro de su cuerpo. No había absolutamente nada en este mundo que no estuviera dispuesta a hacer por él. Cuando cruzó ese pensamiento por su cabeza, la imagen de la asistente del señor D'Etoile se le presentó de golpe, haciendo que se tensara un momento. Gabriel lo notó y se detuvo. ¿Tal vez estaría haciendo algo que no le gustara? ¿Se habría arrepentido justo en ese momento de lo que hacía? ¿O tal vez... Sí que había otra persona que ocupaba sus pensamientos? Con un arrebato posesivo se encaramó sobre ella, sacando su dura erección y conduciendola directa hacia esa suculenta entrada que no permitiría tocar a nadie más. Agarró las caderas de la mujer con fuerza y la penetró con desesperación, escuchando su grito de placer mientras lo hacía.
-Sí... -murmuró él al borde del éxtasis- Grita para mí.
Su orden no se hizo esperar. Ella gritó con cada arrolladora embestida que recibía de su jefe, moviendo las caderas hacia atrás para sentirse aún más llena de él.
-Joder... -jadeaba mientras disfrutaba de lo que aquel tenía para darle- No voy a... Aguantar demasiado.
-Dámelo, Nathalie -dijo Gabriel, borracho de poder-. Dámelo sólo a mí.
-Sí...
-Quiero todos tus orgasmos.
-Sí... Todos.
-¡Te quiero entera a mi disposición!
-¡SÍ!
Y tras esa desesperada afirmación, se dejó ir en lo que pudo comprobar que fue el viaje más intenso que había vivido hasta el momento. El gruñido de su hombre tras de sí le hizo saber que acababa de llegar a su clímax también, derramandose irresponsablemente dentro de ella, causándole una sensación nueva en ese corazón harto de sufrir. ¿Y si...?
Gabriel salió de su interior con rapidez y se alejó de la cama para limpiarse y volver a recolocarse la ropa que se había apartado para el caso. Cuando Natalie se movió para levantarse y notó caer por entre sus piernas la semilla de su jefe se sintió enferma. Ni una mirada, ni una palabra, nada que afianzara lo que acababan de vivir juntos. Simplemente había desaparecido de escena. Con la dignidad que le quedaba y los recuerdos de su nombre saliendo de labios de su amado, recompuso esa máscara, cada vez más pesada, y se vistió lo más rápido que pudo. No esperó más, salió de la habitación con la cabeza alta y la prisa por desaparecer azotandola en el trasero. Ni siquiera se dio cuenta de unos ojos curiosos que observaban escondidos desde el otro lado del pasillo.
-¿Esa era Nathalie? -preguntó Marinette sin salir de su asombro.
-Nathalie acaba de salir de la habitación de mi padre... -concluía Adrien con el gesto desencajado.
-Bueno, tranquilo. Puede... Que no estuvieran haciendo lo que nos estamos pensando...
El chico se giró hacia la muchacha.
-Marinette, acabo de escuchar a mi padre decir que quería todos sus orgasmos.
-Ya... Bueno. Eso nos pasa por acercarnos a escuchar...
-Oímos gritos, ¿qué íbamos a hacer si no? ¿Y si había alguien en peligro?
Ella rió entre dientes.
-Perdón, me callo el comentario.
Volvieron al cuarto del chaval mientras seguían haciendo balance del momento, intentando evitar que sus mentes dibujara las imágenes de lo que acababan de escuchar.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora