Punto y aparte

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Gabriel dejó caer el móvil al suelo. Los ojos se le cargaban de lágrimas a medida que los segundos iban pasando, y su cuerpo dejó de responder a sus órdenes. Enseguida empezó a temblar cuando el llanto ganó terreno, y se llevó las manos a la cara ocultando su desdicha. Nathalie, su Nathalie, estaba feliz con D'Etoile y no quería saber nada más de él. Lo más sensato sería pasar página, dejarlo correr y volver a su plan principal de resucitar a Emilie.
Emilie...
Ya no se sentía tan enamorado de ella como antes. Ya no creía ser capaz de hacerlo todo por ella, de pelear contra esos mocosos día tras día por sus prodigios, de jugarse el pellejo de esa manera... No, ahora su esposa había pasado a un segundo plano dentro de su vida sentimental.
Respiró hondo tratando de calmar los hipos que le estaba causando ese nervioso estado, se limpió la cara y se recompuso como pudo. Debía salir de allí y evadirse con algo o su mente colapsaría. Caminó un par de veces por su despacho tratando de calmarse y cuando notó que su corazón dejaba de intentar salirse por su garganta, abrió la puerta y salió en busca de los chicos para comer. Se dirigió con rapidez a la habitación de Adrien dispuesto a entrar sin contemplaciones, cuando algo le alertó. Oía gemidos al otro lado de la puerta.
-¿Es en serio? -preguntó al aire, desesperado- ¿Estos muchachos no pueden aguantarse las ganas ni un minuto?
Nooroo salió de su escondite para volar frente a la cara de Gabriel.
-Maestro, debería salir de casa y despejarse.
-¿Crees que no lo sé? -contestó con irritación en la voz. Cuando se dio cuenta suavizó el tono. El kwami no tenía la culpa de lo que estaba sufriendo- Gracias, Nooroo. Haré lo que esté en mi mano.
Los gemidos dentro del cuarto cesaron, alertando al diseñador. Entonces escuchó la voz de Adrien que le hablaba desde dentro.
-¿Padre?
"Joder..."
-Hijo, ya está la comida lista para cuando queráis bajar. Os espero en el comedor.
Un silencio incómodo se instauró en el pasillo, roto por el eco de un gemido especialmente agónico.
-De acuerdo, en un momento bajamos.
-Bien...
No había terminado de responder a su hijo cuando los gemidos de la chica empezaron de nuevo, cada vez más fuertes. Mientras se alejaba le pareció escuchar a Adrien decir algo así como "eres mía, ahora y siempre", y no pudo evitar ruborizarse por completo ante aquella tesitura. Lo peor de todo es que le recordaba dolorosamente a sus comienzos con Nathalie, cuando podía hacer que él fuera el único que la tocara, que la saboreara, que la disfrutara. Sacudió la cabeza y volvió a dirigirse al comedor para esperar a que los chicos acabaran con su encuentro íntimo y bajaran a sacarle del pozo en el que se estaba ahogando por su propia idiotez.

-Nathalie, por favor -rogaba Remi tras la puerta del dormitorio-. Perdóname, ha sido un impulso.
Ella le ignoraba con calma mientras preparaba su ropa para meterse en el aseo y darse un largo baño, mientras canturreaba ajena al resto del mundo. Los golpes en la puerta se sucedían constantemente, y ella pasaba de ellos con la misma cadencia con la que sonaban. Se encerró dentro del baño de la habitación, abrió el grifo y puso el tapón. Derramó gel y esperó a que se hicieran las burbujas. Cogió su móvil y lo desbloqueó para poner música de ambiente, cuando vio la pantalla del navegador abierta en el historial y sintió cómo empezaba a hervirle la sangre. Eso significaba que Remi había estado cotilleando sus últimas búsquedas. Cerró la ventana intentando acallar esa sensación de desconfianza hacia aquel al que consideraba su pareja en esos momentos. Tal vez aquella no había sido la elección más adecuada al fin y al cabo...
Cuando la bañera estuvo llena y la música de piano inundó la habitación, se desnudó despacio apreciando cada una de las curvas de su cuerpo, y pensando que pronto cambiarían considerablemente. Se miró en el espejo concienzudamente y pasó los ojos por las marcas moradas que aún le quedaban en el hombro. Después de dos semanas y aún se negaban a desaparecer por completo, aunque ahora tenía una teoría de porqué su cuerpo no las había podido reparar antes.
Se metió despacio en la bañera caliente y se dejó llevar por el dulce olor a vainilla mientras notaba cómo su cuerpo se relajaba por momentos. Era justo lo que necesitaba, y después del desplante que le acababa de hacer su pareja se iba a aprovechar de su hospitalidad y sus ansias de perdón. Las notas de la sonata "Claro de Luna" de Beethoven se sucedían al igual que sus pensamientos, rápidos, siguiendo una línea ascendente y repitiéndose una y otra vez, causando un efecto más tranquilizador cada vez que el bucle comenzaba. Parecía que sus ideas se esclarecían poco a poco y la llevaban a la única conclusión de todo, a Gabriel. Había jurado que era él con quien estaba hablando Remi cuando le había pillado con su teléfono en la mesa hacía un rato, y aunque no había querido comprobarlo, el hecho de que le llamara desde su propio número para regodearse en su victoria le había sabido fatal a ella. Su ex jefe sería un capullo, un arrogante, un excéntrico, y probablemente su corazón hubiera muerto con su esposa hace años. Pero ella seguía sintiendo algo por él. Intentaba negarlo, pasar página, pero en el fondo sabía que esos sentimientos seguían ahí. Y desde que había descubierto su reciente estado, esas brasas que aún daban calor a su cuerpo se habían acrecentado sin control.
Empezó a hacer cuentas. Hacía dos semanas que había mantenido relaciones con Gabriel sin ningún tipo de protección. No pudo evitar recordar aquella increíble tarde, y se ruborizó sin remedio. Volviendo al tema. Si no se equivocaba en la fecha de su última menstruación, ahora mismo llevaba dos semanas de retraso, lo cual era inviable en prácticamente todos los sentidos. Entonces, si no había sido en ese momento con su ex jefe, ¿cuándo se había quedado encinta? No recordaba ningún preservativo roto, ningún juego fuera de lugar, nada, con ninguno de los dos hombres que durante esos días calentaban su cama. Fue en ese momento en el que un flash la hizo recordar la situación, el sentimiento, todo. Había sido hacia alrededor de un mes, y fue la primera vez que Gabriel la buscó como ella misma y no fingiendo que era su esposa. Se estremeció de pies a cabeza recordando la dulce sensación de aquel orgasmo, sensación de poder y de libertad que no se habían vuelto a reproducir exactamente de la misma manera. ¿Tendría algo que ver? Lo que sí sabía era que necesitaba decírselo al padre de su criatura, cuando ella misma se recuperara de la impresión de la noticia, y lograra digerirla y pensar en cómo abordar el tema con él. Además, debía pensar en qué hacer con Remi y su actual relación.
No, era demasiado pronto para decidir nada, se limitaría a mantenerse tranquila por el momento, hasta encontrar una buena solución.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora