Dudas Que No Son Dudas

1.6K 81 75
                                    

Nathalie jugaba con sus dedos nerviosa mientras miraba por la ventanilla del coche. Lucía un sol espléndido, perfecto para saborear la libertad que le acababan de conceder en el hospital.
Al otro lado del asiento, Gabriel no dejaba de lanzar preocupadas miradas a la mujer, esperando que no dijera en cualquier momento que se arrepentía y que la dejaran bajar.
Llevaban todo el camino en silencio, y las conversaciones no habían sido demasiado animadas desde la tarde anterior, desde que ella le había pedido que entregara los prodigios. Se recriminaba no haber sabido contestar en ese mismo momento, haber enmudeció por completo en el instante que ella más necesitaba comprobar su seguridad sobre sus sentimientos. ¿Por qué no había respondido que sí? Ni siquiera lo sabía. Lo que sí sabía es que esa hubiese sido la respuesta correcta, y él la había cagado una vez más. No se había negado a ello pero había puesto excusas, y para Nathalie había sido lo mismo. Había accedido a quedarse en la mansión unos días bajo unas condiciones, y la primera era no verle ni cruzarse con él en ningún momento. La segunda era seguir manteniendo ella el prodigio de Mayura. Y la tercera era poder hablar con Remi cuando a ella le apeteciera. Las tres condiciones habían hecho bastante daño a Gabriel, quien no se podía negar a ninguna de ellas si quería al menos recoger las migajas que ella ahora le estaba tirando.
Cuando llegaron a la mansión, Nathalie sintió un escalofrío por todo el cuerpo. De nuevo allí... Es como si su vida se negara a desvincularse del apellido Agreste, unas veces por unas cosas y otras veces por otras. Se bajó del coche y se encaminó directa hacia el cuarto de invitados, el que ocuparía durante los próximos días. No llevaba equipaje, Gabriel no le había permitido pasar por casa de Remi para recoger nada, así que no tardó en llegar y acomodarse. Se acercó al armario y abrió las puertas con una mezcla de rabia e ilusión. Como ya se imaginaba, estaba lleno de ropa de la línea de su ex jefe, y toda de su talla. Era increíble lo que era capaz de hacer ese hombre para salirse con la suya.
—Espero que te guste —dijo él con seriedad desde la puerta—, la mandé traer para ti.
—Gracias, Gabriel. Ya puedes marcharte.
Esa indiferencia en la voz de la mujer le mató. Empezaba a pensar que ya estaba sufriendo demasiado por sus pecados. Se giró molesto para marcharse, pero cuando se dirigía a la puerta jugó su último as.
—Si abres la otra puerta del armario encontrarás parte de una nueva colección. No está comercializada. He encargado que la hicieran para ti.
Se marchó cerrando tras de sí la puerta y apoyándose un momento en ella con el dolor instaurado en el pecho, esperando que en algún momento le volviera a dejar respirar.
Nathalie suspiró dejando caer sus defensas y volviendo a temblar como una niña. No podía ceder ante él. Ya no. Por mucho que necesitara sentirle, abrazarle, besarle... No cambiaría, nunca lo haría. Abrió distraída la puerta que le había dicho y encontró un montón de prendas en tonos azules y morados. Los ojeó por encima, y entonces algo le llamó la atención. Era una pluma de pavo real, incrustada en la manga de una chaqueta. La observó con los ojos como platos sin querer darse cuenta de cuál había sido la inspiración del diseñador para crear esta línea. O más bien, quién. Sacó las prendas una por una y las fue dejando sobre la cama estiradas para poder verlas mejor. Todas tenían algo de Mayura. Una chaqueta, un sombrero, una falda, un vestido... Duusu salió de su bolsillo y las contempló emocionada.
—¡Ay madre! ¡Es lo más bonito que han hecho por mí nunca!
Nathalie miró de soslayo a su kwami, sin querer romper la burbujita en la que se encontraba en ese momento.
—Ya está bien. No me pienso poner nada de lo que hay aquí.
La pequeña criatura la miró sorprendida recoger la ropa con urgencia y meterla en el armario de golpe.
—Eso no ha sido muy gentil de tu parte.
—¿Acaso él es gentil conmigo? —preguntó enervada. Duusu la miró inquisitivamente— Ésto no cuenta. Y todo lo que está haciendo tampoco. Y... —se detuvo dándose cuenta de que sus argumentos no tenían peso— Está bien. Él es gentil conmigo. Y detallista. Y tierno. Y... —se abrazó a sí misma y se dirigió a la ventana.
La kwami voló detrás de ella y se sentó en su cabeza.
—¿Estás dispuesta a aceptar lo que sientes?
Nathalie no respondió. Se mantuvo en silencio, sin moverse, mirando por la ventana al solitario patio de la mansión. No, aún no estaba dispuesta. Se llevó una mano a los ojos y se los rascó por debajo de las gafas. Resopló y cuando se vio vencida por la culpa, volvió al armario y sacó de nuevo las prendas para volver a colocarlas estiradas y cada una en su sitio.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora