Akuma

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Una insistente vibración que no dejaba de molestar hizo que Nathalie apretara los ojos con fuerza. Le dolía todo el cuerpo y no tenía ganas de abrirlos, que además le escocían a rabiar. Los sentía hinchados y pegados, y era normal; había derramado cientos de lágrimas durante la noche. Se puso la almohada sobre la cabeza, tratando de silenciar ese horroroso ruido que empezaba a sacarla de quicio. Entonces, como una respuesta a sus plegarias, el zumbido cesó, y ella suspiró aliviada por fin. Unos cálidos labios empezaron a repartir besos por su hombro desnudo, continuando por su clavícula y llegando a su cuello.
-Buenos días, princesa.
La suave y seductora voz de Remi logró arrancarla del sueño que se negaba a dejarla ir, y de esforzó por abrir al menos un ojo y buscar con la vista al adonis que tenía a su lado en la cama. Cuando le vio con su omnipresente sonrisa y su mirada enamorada, giró la cabeza y se ocultó entre las sábanas como una niña pequeña.
-Cinco minutos más.
El muchacho rió encantado con la broma y se acercó de nuevo a ella para abrazarla.
-Venga, bella durmiente. Que tu jefe va a empezar a echarte de menos pronto.
-Que le follen... -dijo amortiguando el sonido de su mal deseo con la manta.
Remi volvió a reír.
-Sabes que me encanta tenerte en mi cama, y que si tú quisieras, no tendrías ni que salir de aquí. Pero he invertido mucho en el negocio con el hijo de puta de tu jefe, y te necesito allí para que no le de un síncope antes de tiempo y pierda todo mi dinero.
-Sólo te importa tu negocio -bromeó ella con un toque infantil.
Él buscó su cara bajo las sábanas y la obligó a mirarle directamente a los ojos. Estaba serio, muy serio. Y hablaba cargando las palabras de veracidad.
-Dime que lo abandone, y lo haré. Dime que se lo regale al capullo ese, que tire todo el dinero que he invertido, pero que te quedarás conmigo si lo hago, y no me verás dudar. Tú eres más importante que cualquier negocio, que cualquier contrato. Y me importas tú por encima de cualquier cosa.
-Remi... -dijo ella enternecida y triste.
-Nathalie, para mí eres lo más bonito que existe. Ojalá sintieras por mí tan sólo una cuarta parte de lo que sientes por Gabriel. Me conformaría con eso. Sería feliz.
Ella no pudo evitar sonreir y darle un beso en la punta de la nariz, y poco después empezó a moverse para vestirse. No podía llegar tarde al trabajo.

Gabriel no había podido pegar ojo en toda la noche. No sabía muy bien si era porque se había acostumbrado a tener a Nathalie en la cama junto a él y ahora la soledad le parecía extraña, o si el remordimiento de haberla tratado la noche anterior como un auténtico capullo le atacaba el sueño. Aunque empezaba a estar seguro de que eran las dos cosas. ¿Por qué no podía ser mejor persona con ella? ¿Por qué no podía controlar sus celos? ¿Y por qué no se atrevía a poner en su boca lo que le dictaba el corazón desde hacía días? Miró el reloj una vez más, faltaba media hora para que sonara la alarma, pero estaba demasiado harto de sus caóticos pensamientos. Se levantó y se metió en el baño para ver si una ducha conseguía aclararle las ideas.

A las siete en punto de la mañana, como cada día, una servicial Nathalie empezaba con la ronda de despertadores. Adrien soltó un lastimero murmullo que le hizo saber que se había despertado, y ella sonrió al otro lado de la puerta. Después se dirigió al cuarto de su jefe, tensa como la cuerda de un arco, intentando apartar de su cabeza las imágenes y las sensaciones vividas allí. Llamó a la puerta despacio y escuchó la voz de Gabriel desde dentro.
-Buenos días, señor. Hoy a las 11:00 tiene una vídeo conferencia con los directivos de una compañía de publicidad para negociar el contrato para la siguiente campaña. Por la tarde...
-Quiero la tarde libre. Cancela lo que tenga.
Ni siquiera se había girado para verla. Volvían al principio...
-Pero...
-Cancélalo. O si tan importante es, encárgate tú de ello.
Nathalie suspiró. No podía hacer nada contra él cuando se ponía así. Ajustó de nuevo el horario antes de salir de la habitación y cuando lo tuvo listo preguntó.
-¿Alguna cosa más, señor?
Él se quejó en un volumen bastante comedido, pero las palabras llegaron a oídos de la mujer.
-Joder, Nathalie. Deja de llamarme así -y recuperando la compostura, respondió -. Nada más, gracias.
Antes de que su asistente saliera de su habitación pudo escuchar la vibración procedente de su teléfono móvil, y no pudo evitar sentir inquietud pensando en quién podría estar escribiéndola a esas horas de la mañana. Y sólo un nombre se pasó por su mente, quebrando su coraza y parte de su corazón.
-Nath... -preguntó con la voz afectada por el agobio que sentía en ese momento- ¿Dónde has pasado la noche?
Escuchar ese lamento de labios de su jefe la hacía polvo a la vez que se sentía victoriosa. ¿Cómo podía ese hombre causar sentimientos tan intensos y contradictorios en ella? Se agarró al marco de la puerta antes de responder por encima de su hombro.
-Creo que eso no es de su incumbencia, señor.
Y dicho ésto salió con la cabeza erguida cerrando la puerta tras de sí, dejando a un destrozado Gabriel que, por primera vez en mucho tiempo, no sabía qué hacer.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora