Una nueva salida

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La mariposa, ahora blanca, salió volando del yoyo de Ladybug.
-¡Bien hecho! -gritaron los héroes de París mientras chocaban sus puños y sonreían alegremente.
-Nada nos puede parar, gatito.
-Mientras estemos juntos, seremos invencibles, bichito. Y... hablando de estar juntos... -Ladybug puso los ojos en blanco sin dejar de sonreír. Ya sabía lo que venía a continuación- ¿No has pensado que quizá lo mejor sería afianzar ya nuestra relación?
Sorpresa para la Catarina, que miró divertida a su compañero.
-¿Afianzar el qué? No seas presuntuoso.
-Vamos, sabes que en el fondo te mueres por mis huesos.
Una preciosa risa salió de labios de la chica mientras lanzaba su yoyo y se marchaba del lugar, seguida de cerca por el terco muchacho.
-No vas a parar nunca, ¿verdad?
-No hasta que caigas rendida a mis pies.
-Gato tonto...
La pareja se separó en un punto y cada uno se marchó por su lado, mientras saltaban por los tejados de París con la permanente sonrisa.

-¡Joder! -gritaba desesperada una voz no muy lejos de allí.- Esos malditos niños... ¿Qué tengo que hacer para conseguir vuestros prodigios? -Lepidóptero se acercó al ataúd de su esposa y la ira en sus ojos se fue convirtiendo en una amenaza de llanto. Colocó una mano temblorosa sobre el cristal conteniendo las lágrimas, y apretó su bastón con rabia.- Te prometo que lo lograré. Conseguiré traerte de vuelta aunque sea lo último que haga en esta vida. Ya tenga que sacrificar mi propia existencia, juro que te rescataré, Emilie...
Sus palabras se fueron tornando susurros, y con la última cerró el puño ante el inmóvil cuerpo de la mujer. Tomó aire para relajarse y al fin deshizo su transformación. Ni siquiera se había dado cuenta de que aún no lo había hecho. Con cada derrota ante esos mocosos se sentía más desesperado, más hundido. La luz al final de ese túnel se oscurecía con los días, y su amada esposa parecía estar cada vez más lejos de volver a sus brazos. Se secó las lágrimas que tenía a punto de salir y volvió al interior de la mansión, donde su fiel ayudante esperaba firme en su despacho. Al verle llegar con la tristeza pintada en su rostro, Nathalie sintió que se le quebraba el corazón. Su cuerpo se movió solo hacia su jefe, pero pronto recuperó el autocontrol y volvió a su estática y sumisa posición, esperando, como siempre.
-Al final lo logrará, señor. -intentó animarle.
Gabriel levantó la vista y clavó sus hinchados ojos en ella. Estaba echo polvo. Se dejó caer en su sillón, se quitó las gafas y presionó sus ojos para recomponerse.
-Empiezo a no estar tan seguro...
-No diga eso, -contestó con su monótona voz- yo confío en usted. Estoy segura de que puede conseguirlo. Un amor tan puro debería tener su recompensa.
El hombre se quitó los dedos de los ojos para mirar a su ayudante con sorpresa y agradecimiento. Realmente no sabía qué haría sin ella, incluso en momentos en los que no era capaz de ver ninguna salida, ella le mostraba una ventana abierta. Ese don también le tenía su esposa, y era una de las cosas que le ayudó a triunfar cuando estaba empezando su carrera. Tener a Emilie al lado había sido su billete para despegar en el mundo de la moda. Suspiró cansado volviendo a su expresión seria de siempre.
-No lo tengo tan claro. El amor no siempre lo puede todo...
La punzada que sintió la mujer en el pecho la hizo quedarse sin respiración unos segundos. ¿Acaso le estaba queriendo decir algo? Abrió la boca para contestar pero los sonidos no salían. Trató de marcharse de allí, pero esas palabras la habían dejado anclada al suelo. Gabriel ya no la miraba. Había vuelto a esconderse tras su fría coraza, y ya no podía ver el daño que le había causado. Cuando el aire comenzó a entrarle de nuevo en sus pulmones, aspiró un par de veces para calmarse y volver a la tierra. Tenía que salir de allí. No podía soportar más tiempo su dolor, le afectaba demasiado.
-Señor, con su permiso, voy a comprobar que el joven Agreste esté haciendo sus ejercicios de piano.
Como única respuesta obtuvo un gesto de asentimiento con la mano, en el que iba implícita la orden de salir de allí y dejarle solo. Ella salió del despacho y se tomó unos momentos para reponerse. Recogió con los dedos las lágrimas que empezaban a salir se dio aire con la mano, estaba acalorada y empezaba a picarle todo el cuerpo.
"Respira... respira... no debes dejar que vea tus sentimientos..."
Se reprochaba a sí misma de camino al cuarto de Adrien.
No le apetecía nada entrar. Gorila estaba en la puerta, y con un gesto de cabeza ella le preguntó por el estado del muchacho. Con otro gesto como respuesta, le dio a entender que todo estaba bien, y tras esa animada charla pegó la oreja a la puerta para escuchar la sonata "Claro de luna" en el interior. Cerró los ojos y se dejó llevar por la melancolía de esa canción, la insistente necesidad de alcanzar algo que nunca llega, y la vuelta a empezar para, al final, resignarse con las migajas. Suspiró y se marchó a la cocina. Necesitaba un trago...

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora