La oscuridad se cernía sobre Nathalie, en más de una manera. La falta de luz en la habitación hacía que sus sentidos se agudizaran, y escuchar a su jefe dar vueltas alrededor de ella, observándola cuál depredador, la hacía sentir calambres en su vientre. ¿Por qué no podía alejarse de él? ¿Por qué le tenía que necesitar tanto? No estaba bien, no le venía nada bien a su lastimado corazón. A su alma trastocada. Pero no podía evitarlo. En cuanto él la llamaba, ella acudía sin remedio. Le dolía saberse tan débil ante él, pero ahora mismo no podía hacer nada. No con él prométiendole el cielo.
Las manos de su jefe se posaron en sus caderas, subiendo por su cintura con suavidad hasta llegar al botón de su chaqueta. Lo desabrochó con cuidado mientras ella tragaba en seco y cerraba los ojos. Gabriel fue deslizando poco a poco la prenda por sus brazos, haciendo que se le pusiera toda la piel de gallina. No hablaron, no tenían nada que decirse. Al menos, no si no querían estropear ese momento que sería sólo de los dos, nacido de la más pura dependencia del uno al otro.
Poco a poco, él colocó los dedos en la cinturilla del pantalón del traje, introduciéndolos juguetón para sacar la blusa de dentro y poder empezar a tirar de ella hacia arriba. Nathalie subió los brazos por inercia. Lo último que quería en ese momento era importunar sus movimientos. Quizá esa fuera su última oportunidad para disfrutar de él... Y cuando al fin se hubo librado de la tela, las calientes manos del diseñador empezaron a recorrer su torso semi desnudo, queriendo ver entre las sombras el cuerpo de la mujer a la que adoraba. Ella dejó escapar un jadeo que consiguió transportarle a una dimensión de placer diferente, un lugar que por el momento no quería abandonar. Subió por su espalda con delicadeza hasta llegar al cierre del sujetador, el cual abrió con un diestro movimiento. Ella se exaltó.
-No sabía que supieras hacer eso... -comentó excitada.
-Ni yo... -contestó él cerniéndose sobre su hombro y besándolo- Contigo todo es una sorpresa para mí.
¿A qué se refería con eso?
No tuvo tiempo de analizar la frase de su jefe, pues éste colocó las manos sobre su cintura y la acarició con mimo, hasta llevarlas a sus pechos expuestos para él. Nathalie se dejó llevar por sus caricias, inclinando la cabeza hacia atrás mientras respiraba con fuerza. Siguió acariciando la suave piel de la mujer hasta llegar a su cara, acercandola hasta él para devorarla con deleite infinito.
Ella quiso tocarle, pero sus brazos no respondían. Su cuerpo no era suyo, en ese momento pertenecía a Gabriel Agreste por completo. Él se dirigió al botón del pantalón y lo desabrochó con cuidado mientras no dejaba de besarla, la había añorado tanto que le dolía el pecho sólo de pensar que la tenía ahí por fin. No quería esperar para hacerla suya, para llevarla al cielo, para hacerla disfrutar más que nadie en su vida. Para borrar a Remi D'Etoile de su cabeza de una vez por todas. Se obligó a tener paciencia y fuerzas para cumplir su promesa...
Con suma lentitud, fue bajando los pantalones de la mujer por sus caderas, y luego por sus piernas hasta llegar a sus delicados tobillos. Ella alzó primero un pie y luego otro, ayudando en la ardua tarea que estaba siendo para el diseñador desvestirla. Y allí estaba ella, con sus tacones y esa braguita de corte tan sexy que sus dedos notaban revistiendo su precioso trasero. Se alejó un momento para intentar contemplar esa deliciosa imagen, a pesar de la escasa luz. Pero la penumbra era aún más sugerente que la iluminación, y lo que él veía le hacía subir la temperatura hasta cotas insospechadas. Nathalie no se movía. Se sentía observada lascivamente por su jefe, y eso la excitaba. Sabía que su cuerpo le gustaba y lo estaba aprovechando, dejándole recrearse en su visión un momento más. Ella misma fue quien desató el moño en el que llevaba recogido su pelo y lo dejó caer libre sobre sus hombros. Él gruñó ante aquella deseable imagen, y sin perder más tiempo se puso delante de ella.
-Desnúdame -ordenó sin pudor.
Quería sentir sus manos deshaciéndose de su ropa, quería saber lo que era ser devorado con los dedos a medida que la ropa iba desapareciendo. Quería ser el centro de atención de su asistente.
Nathalie no se hizo de rogar, y saboreando cada segundo de ese improvisado encuentro, se colocó detrás de él y le dijo con serenidad y fuerza en la voz:
-Arrodíllate.
No dudó. Lo hizo sin pestañear y con el corazón acelerándose por momentos. Al notar las manos de su asistente pasar por sus hombros hacia su pecho, su respiración se volvió errática, y cuando ella apoyó sus libres y bamboleantes pechos en su cabeza al inclinarse hacia delante, se vio tentado de girar la cara para atrapar uno con la boca. El pañuelo que llevaba al cuello cubriendo su prodigio desapareció, y los botones de su camisa fueron abriéndose uno por uno hasta dejar todo su pecho al descubierto y a merced de las tentadoras caricias de la mujer. Cuando le tuvo tal como ella quería, dio la vuelta para colocarse delante de él, apoyando su peso en una de sus piernas mientras que con la otra rodilla le abría ligeramente la camisa rozándole los pectorales. Gabriel alzó las manos y las colocó en las caderas de su asistente, atrayéndola hacia sí para regar su vientre de húmedos besos bajo la respiración entrecortada de la mujer. La imagen de Nathalie sólo vestida de esa forma era algo tan erótico que no podía controlarse. Ella teniendo completo control sobre él, sin esconder nada, sin buscar nada, era uno de los más recurrentes sueños que había tenido desde que empezaron a verse íntimamente. Y ahora podía disfrutar de él en vivo. Sencillamente delicioso.
Nathalie le apartó las manos para que dejara de tocarla y empezó a deslizar la ropa por sus hombros con cuidado de tocar su piel en el proceso, notando cómo se erizaba a cada centímetro que ella recorría. Abrió las piernas delante de él y se acercó más a su cuerpo con picardía. Gabriel sólo quería hundir la cara en ese perfecto arco que ahora formaban sus piernas con su empapada intimidad, preparada para él. Pero ella empezó a bajar hasta sentarse sobre sus rodillas, colocando sus caras a la misma altura y utilizándo esa posición como estrategia para inmiscuirse en su cuello mientras recorría su torso y su espalda con manos hambrientas.
Calor, mucho calor. La tensión entre los dos se palpaba mientras ellos se resistían a ceder ante el otro.
-Nath... -gimió mientras su erección la buscaba con insistencia.
Ella empezó a frotarse descaradamente contra aquella enorme abultación que la estaba haciendo suspirar, arrancando trémulos jadeos en su jefe.
-¿Tenías algo que decirme, Gabriel?
-Joder... Me vas a volver loco.
Nathalie sonrió satisfecha. Detuvo su tortura para ponerse en pie y observar al hombre, deseoso de ella, suspirando por ella. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa en ese momento. Nunca antes le había tenido de esa manera, tan dispuesto para lo que ella quisiera, tan sumiso. Y la verdad es que la sensación le gustaba sobremanera.
-Levanta.
Con la orden se levantó también la excitación más absoluta en él, poniéndose de pie a duras penas por el dolor que empezaba a sentir en su entrepierna. Ella le miraba espectante, orgullosa, con los brazos lánguidos a sus costados y su pecho hinchado, mostrando bien aquellos dos montes que el diseñador no dejaba de mirar con ansiedad. Era tan bella... No sabía cómo la había dejado escapar, cómo se le había ocurrido perderla de esa manera. De repente, esas dos palabras que hacía un rato querían salir de su boca volvieron a acudir a su garganta, pinchando y arañando por ser liberadas, y así dejar respirar a su corazón de una vez. Pero antes de poder decir nada, Nathalie se arrodilló frente a él para encargarse de desabrocharle el pantalón y jugar un poco con él antes de empezar a bajarlo, recreándose en aquella deliciosa parte de su anatomía, preparada para ella. Gabriel soltaba jadeos mientras temblaba por esos roces que pretendían ser casuales, y cuando al fin le bajó los pantalones se retorció para ayudar a quitárselos del todo.
Su asistente alzó la vista desde el suelo y fijó los ojos en los suyos, clavando su alma en esa mirada enamorada que le enviaba. Él se deshizo ante ella. Estaba de pie, completamente desnudo en más de un sentido; su alma, su cuerpo, su corazón, cada sentimiento que alojaba dentro de su pecho, en ese momento estaban expuestos de tal forma que no le pertenecían, que no podía hacer nada por controlarlos. Y ella era la que tenía todo el poder. El poder de hacerle subir a lo más alto del cielo, o de hacerle caer al mismo infierno. Y lo sabía. Se sentía poderosa, fuerte, y eso le hacía desearla aún más. La admiraba, la necesitaba, la amaba.
Nathalie se sintió sobrecogida por la fuerza de los sentimientos que evocaba en ella con tan sólo una mirada, una respiración. No podría sacarse a ese hombre de la cabeza nunca, eso lo sabía, pero tenía claro que tampoco lograría entrar en su corazón de la forma que esperaba. Así que, sin querer darle más importancia a lo que sentía en ese momento, quiso disfrutar de una buena sesión de sexo, como le había prometido un momento antes. Colocó las manos sobre sus piernas y empezó a subirlas hasta el punto en el que ambas se encuentran, acariciando sus recios muslos mientras iba acercando la boca a su miembro, lentamente, sosteniendo su mirada.
Sus manos tomaron el duro tronco mientras su boca empezaba a introducirse la punta, tan suave, tan dulce y salada al mismo tiempo. Tan deliciosa. Empezó a trabajar con toda su extensión por ambas partes, alternando juegos con su lengua y maravillosas succiones que le hacían temblar. Ella sabía justo lo que hacer con él. Sabía dónde chupar, dónde morder, y sabía que lo que estaba haciendo le iba a llevar a un inequívoco final muy pronto. Con una mano le acariciaba toda su erección mientras que la otra la dejó libre para poder masajear sus testículos, estimulando el orgasmo que llegaría en breve gracias a las atenciones de su exigente boca. Él la miró desde arriba. La sensual imagen de la mujer de rodillas atendiendo con fervor su miembro, sentada sobre sus tacones y con el encaje de su braguita negra resaltando en su blanca piel, le hizo perder el poco control que tenía, y gritando su nombre a la vez que posaba las manos en su cabeza, se dejó ir dentro de ella. Nathalie siguió lamiendo hasta que todo el jugo que salía de aquel delicioso juguete se acabó, y pudo notar cómo su jefe se dejaba caer hacia atrás para tumbarse en la cama jadeando sofocado. Ella se puso en pie limpiandose los restos que le habían salpicado alrededor de la boca y se acercó a la cama para subirse a horcajadas sobre él, poniendo las manos en su pecho para acariciarlo muy despacio.
-¿Qué tal?
Él trató de recomponerse y abrió los ojos para ver la suculenta imagen de la mujer encima suyo, ligeramente inclinada hacia delante y exponiendo aún más si podía sus flamantes pechos.
-Eres una diosa... -murmuró con adoración.
Ella sonrió ladinamente.
-Pues tu diosa aún quiere su plato fuerte -dijo empezando a frotar su intimidad contra aquel miembro que yacía en reposo bajo ella-. ¿Me darás ese placer?
Clavó las uñas en sus pectorales y las bajó muy despacio por todo su torso, dejando unas largas líneas marcadas tras ellas. Gabriel se arqueó gimiendo ante tal acción, cerrando los ojos para disfrutarlo al máximo. Cuando terminó, cogió a su asistente de la cintura y giró sobre la cama con ella, dejándola atrapada bajo su demandante cuerpo.
-A ti te doy todo lo que tú quieras -comentó mirándola a los ojos para que pudiera ver la completa verdad en ellos.
Un escalofrío pasó por su cuerpo al oír las palabras de su jefe, y de nuevo esa llamita de esperanza volvió a lucir dentro de su pecho. Pero no podía dejarse llevar por su interpretación. No otra vez...
Gabriel hundió la cara en el cuello de la mujer, colmándola de besos mientras pasaba una mano por su costado para buscar su cadera, levantarla lo justo y meter la mano hacia su maravilloso trasero. Era algo que le volvía loco, verla caminar y moverlo de un lado a otro le encantaba, y después de tantos días, poder tenerlo a su disposición y apretarlo de nuevo le recargaba las pilas enseguida. Ella seguía frotando su pelvis contra la de él, notando cómo poco a poco volvía a estar dispuesto para ella tras un rato de mimos.
-Eres preciosa... -susurraba contra su cuello entre besos- Eres única... Eres maravillosa...
Nathalie sentía resquebrajarse su coraza ante esas palabras, pero no podía dejarse llevar, se lo había prometido a ella misma y a su amor propio. En cuanto terminaran con ese encuentro improvisado, saldría de su vida para siempre.
Gabriel empezó a descender por su cuerpo hasta llegar de nuevo a su vientre. Le encantaba besarlo y notar cómo la piel se le erizaba bajo sus caricias. Mientras lo hacía comenzó a bajarle la última prenda que le quedaba sobre el cuerpo, llevándose los tacones cuando pasó por los pies. Ahora la tenía completamente desnuda, solos ella y él. Piel contra piel, besándose, acariciándose, deseandose cada vez más. Sus sexos bailaban entre ellos una adictiva danza que pronto necesitaron profundizar, y sin soltar sus bocas ni sus cuerpos, el diseñador se colocó en la húmeda abertura para terminar entrando muy despacio. Ambos gemian con cada movimiento que les unía más y más, sintiéndose plenos cuando estuvieron fusionados por completo.
Nathalie colocó las manos sobre los glúteos de Gabriel, apretándolos contra ella para hacerle llegar aún más adentro a la vez que movía las caderas buscando lo mismo. El nivel de excitación subía por momentos, al igual que los decibelios de sus gemidos. Entonces, él empezó a moverse cada vez con más fuerza, haciéndola gritar de placer con cada acometida.
-¡Sí, joder! -decía ella fuera de sí- ¡Dame lo que quiero!
Oírla exigirle más era música para sus oídos, y cuando creyó que estaba a punto de desfallecer, logró sacar fuerzas de algún sitio para embestirla con más brutalidad mientras mordía cada parte de su cuerpo a la que alcanzaba.
-Nath... -gemía entre mordiscos sintiendo los dulces movimientos de su pelvis bajo él.
-Gabriel... -correspondió ella a sabiendas de que le encantaba que gimiera su nombre.
No tardó en notar la vibración en su miembro que le advertía que el final estaba cerca. Mordió fuertemente la base de su cuello murmurando.
-Dios, Nath, cómo te quiero...
-Gab... ¡Ah!
Una tremenda explosión en el vientre de la mujer hizo que todo pareciera facil, maravilloso, idílico. Que el universo se colocara en el sitio en el que tenía que estar, al menos por un momento. Sintió los espasmos que la habían llevado hasta el cielo y que acababan de arrastrar con ella a su compañero, quien gritaba arrasado por el tremendo orgasmo que acababan de compartir. Juntos, de nuevo. Como si llevasen toda la vida así. Complementándose el uno al otro como nadie nunca más lo haría.
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Sin Remedio
RomanceCuando Gabriel Agreste toca fondo, Nathalie está ahí para ayudarle. Una historia diferente, de una pareja sin remedio. Drama, lemon y algunas risas. La portada corre a cargo de la magnífica @Bacitakarla que me la ha hecho especialmente para esta his...