Malas Decisiones

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La última vez que Nathalie había venido a este edificio no le había parecido tan abrumadoramente sobrecogedor como hoy. Se sentía demasiado pequeña parada ante las grandes puertas, con su carpeta en la mano a la que se abrazaba como si le fuera la vida en ello. Aunque en realidad, dentro iba toda su vida. Curriculum, datos personales, referencias... todo lo que necesitaba para buscar un nuevo trabajo. Tomó aire una vez más, pensando en el bichito que crecía en su interior, y sacó fuerzas de él para entrar por fin.
En la entrada, en un amplio mostrador, una preciosa joven atendía llamadas a través de un discreto microauricular. Cuando la vio acercarse clavó sus ojos en ella y silenció el teléfono un momento.
-Buenos días -dijo con una espectacular sonrisa-, ¿en qué puedo ayudarle?
-Buenos días -contestó Nathalie tratando de templar los nervios-, tengo una cita para una entrevista de trabajo.
La recepcionista bajó la mirada y tecleó algo en el ordenador que tenía delante.
-¿Su nombre, por favor?
-Nathalie Sancoeur.
La chica alzó los ojos y la miró con la sorpresa inundando sus facciones. Así que era ella, ¿no?
-Señorita Sancoeur, la están esperando. Piso cinco. Allí mi compañera le indicará.
-Muchas gracias.
Y suspirando aliviada, hizo un gesto con la cabeza y se marchó hacia los ascensores.
Cuando las puertas se abrieron, pudo ver un rostro conocido sentado en una gran mesa de despacho, con esas perfectas piernas al descubierto y ese increíble busto sobresaliendo de su blusa. No tardó mucho en levantar la vista de lo que estaba haciendo y clavarla en ella con una malévola sonrisa.
-¡Nathalie Sancoeur! Un placer verte por aquí.
-Estoy segura de ello -respondió entre dientes.
-¿Qué ha pasado con tu intocable puesto al lado de Gabriel Agreste? Creía que no te iban a echar de allí nunca.
-Decidí cambiar de aires. ¿Acaso te sientes amenazada con mi presencia?
Hana gruñó. Se bajó de la mesa en la que presumía de muslos desnudos y se acercó hasta la puerta de madera oscura tras ella. La abrió y asomó la cabeza con total naturalidad, encargándose de que la otra escuchara su conversación.
-Remi, cielo, tienes visita.
"¿Remi?"
-Un momento, enseguida le atiendo.
-De acuerdo, bombón, le diré que espere -y volviendo al pasillo en el que había dejado a la mujer le dijo con mala sangre-. El señor D'Etoile te atenderá en unos momentos. Puedes sentarte... por allí, si quieres.
Nathalie se mordió la lengua para no saltarle cuatro cosas a aquella bruja coqueta, se dio la vuelta y se dirigió a uno de los sillones para esperar, como le había dicho aquella zorra. Sentía su punzante mirada sobre ella, pero no le importaba; después de trabajar para Gabriel, podía soportar eso y más. Era fácil ignorarla. Pero la otra no estaba del todo de acuerdo con ese plan, y aun desde su mesa, quiso lanzarle algún dardo envenenado a la mujer.
-Entonces, ¿vas a aprovechar que te tiras a Remi para que te de trabajo?
No iba a conseguir sacarla de quicio, hoy no. Compuso una sonrisa de suficiencia y contestó con calma.
-Al menos a mí sí que me sirve de algo.
A Hana no le dio tiempo a contestar, pues justo en ese momento la puerta del despacho se abrió y un casual D'Etoile salió en busca de su ayudante.
-Preciosa, ¿me puedes traer un café? Y haz pasar a la visita cuando quieras.
Nathalie se puso de pie al otro lado del recibidor, y cuando Remi la vio se quedó de piedra, con una preciosa sonrisa en los labios. La secretaria se colocó delante de él exponiendo todo lo posible su busto y tratando de llamar su atención.
-¿El café lo quieres como siempre? ¿Caliente y cargado?
Él le dio una mirada insulsa y la apartó con la mano mientras se dirigía a la mujer de su vida.
-Sí, sí. Como siempre -y al llegar a su lado tomó su mano libre y la besó con dulzura-. Hola, mi amor. ¿Qué te trae por aquí?
Mientras la joven regruñía alejándose de allí a por el café de su jefe, Nathalie ponía los ojos en blanco sin perder la compostura.
-He venido a la entrevista de trabajo. Me dijiste que podía venir cuando quisiera, pero no me esperaba que fueras a ser tú quien me entrevistara.
-Cariño, ya sé cómo trabajas. No te hace falta ninguna entrevista. ¿Cuándo quieres empezar?
-Cuanto antes.
-De acuerdo. Pasa a mi despacho y hablamos de las condiciones.
En ese momento llegaba Hana con el café para su jefe y se lo daba con su mejor sonrisa y pose estudiada para hacer salivar a un hombre. Al ver cómo Remi colocaba la mano al final de su espalda para que entrara con un gesto cariñoso, la sangre le hirvió y decidió que esa mujer no lograría sacarla de allí aunque se lo propusiera.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora