La Dura Realidad

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Gabriel y Adrien llegaron al hospital que les había dicho Ladybug y enseguida buscaron la planta en la que estaba ingresada Nathalie. Cuando se registraron, Gabriel aprovechó para reclamar la responsabilidad sobre la mujer, como su persona de contacto en cualquier caso. Les dejaron entrar en la habitación y les informaron de que el médico se pasaría a hablar con ellos en un momento.
La imagen de Nathalie tumbada en la aséptica cama con un gotero puesto era totalmente desoladora. Sus largos y oscuros mechones contrastaban con la blanca sábana que la rodeaba, y su lenta respiración era preocupante. A Gabriel casi se le saltan las lágrimas al verla así, tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantenerse sereno. Su hijo le apretó el hombro en señal de apoyo, cosa que agradeció sobremanera. Se acercó al cuerpo inmóvil de su antigua compañera y tomo su fría mano, acariciándola con el pulgar para hacerla saber que estaba ahí con ella, y así permanecieron unos minutos hasta que el doctor hizo acto de presencia en la habitación.
-Señor Agreste, me gustaría hacerle unas preguntas sobre la señorita Sancoeur.
-Intentaré responder a todo lo que sepa.
Adrien imaginó que la conversación sería dura para su padre, así que salió de allí para darles privacidad.
-¿Podría explicarme qué es lo que ha pasado?
-Yo... no, creo que no. He supuesto que ha debido ser un sobre esfuerzo, hace un par de semanas que no trabaja conmigo. Hoy había venido a casa de visita...
El médico alzó una ceja.
-Pero usted sí era consciente de su estado, ¿no?
-Bueno, no del todo. No hemos tenido demasiado contacto este tiempo, pero tenía entendido que estaba bien.
-No me refiero a eso. ¿La señorita Sancoeur tiene pareja?
A Gabriel no le dio tiempo a pensar cuando su boca contestó.
-Yo. Yo soy su pareja.
-Entonces debo suponer que usted que usted era el padre, ¿no es así?
El diseñador sintió que su alma abandonaba su cuerpo. No podía ser cierto lo que estaba entendiendo. Sacudió levemente la cabeza mareado y tartamudeó sin poder frenar las palabras en su boca.
-¿El... padre?
-Señor Agreste, la señorita Sancoeur estaba embarazada, de unas siete semanas. Desafortunadamente, el episodio de hoy ha sido demasiado para la criatura. Ha perdido el bebé. Lo siento mucho. Hemos tenido que...
Las palabras del doctor se fueron apagando. Gabriel trastabilló hasta dejarse caer sobre el incómodo sillón destinado a las visitas, llevándose una mano a la cabeza y tratando de atar cabos y digerir la información. ¿Embarazada? No podía ser, no le había dicho nada. ¿Acaso sería D'Etoile el padre de la criatura? ¿O acaso era eso lo que venía a decirle esa mañana? Las ideas chocaban entre ellas en su mente, sin darle descanso a su resentido corazón. Alzó la vista para observar a la mujer tendida en la cama. El doctor ya no estaba en la habitación, ¿cuándo se había marchado? Se acercó a Nathalie sin poder evitar bañar su rostro en amargas lágrimas, y con sumo dolor besó su frente. Las gotas saladas caían directamente desde sus ojos hasta el rostro de ella, salpicándolo de agonía y desazón.
-¿Un hijo? ¿Ibas a ser madre? -tragó con dificultad y siguió- ¿Íbamos... a ser padres? Joder... ¿cómo he podido ser tan irresponsable? No he pensado en las posibles consecuencias de mis actos, pero eso es algo con lo que llevas luchando mucho tiempo, ¿verdad? -sonrió con sinceridad mientras se apartaba de ella para mirarla a la cara- Siempre has estado ahí. Siempre has cuidado de mí -su gesto se agrió-. Y así te lo pago. Siendo egoísta y... Comportándome como un animal -se sentó en el borde de la cama con ella y empezó a acariciar su mejilla con el dorso de los dedos-. No sé si a ti te hacía ilusión tener ese bebé, pero... A mí me está matando saber que ya no está. Ojalá pudiera hacer algo por recuperarlo, por tener la oportunidad de conocer algo creado por ti y por mí. ¿Sabes, Nath? Me habría encantado vivir esa experiencia contigo -se puso totalmente serio y rígido a su lado-. Y voy a hacer todo lo posible por arreglar todo lo que he hecho mal. Te de mostraré que eres lo más importante en mi vida, y si al final me aceptas, si quieres volver conmigo, prometo darte lo que hoy te he quitado... Si tú quieres, claro.
La puerta se abrió tras él. Adrien entró con Marinette en la habitación, y encontraron a Gabriel sentado sobre la cama, sin poder soltar la mano de Nathalie.
-¿Cómo está? -preguntó la joven acercándose a darle un abrazo a su suegro.
-Estable, por el momento. Nos queda esperar.
-¿Y tú?
-¿Yo? -en realidad Gabriel no sabía cómo se encontraba. Lo único que tenía claro es que en ese momento se odiaba por ser quien era, y por haber hecho lo que hizo- Creo que yo estoy menos estable que ella.
Intentó reír, pero sólo consiguió que unas lágrimas se le saltaran. Marinette volvió a abrazarle y Adrien se unió para dar más fuerza a su apoyo.
-Padre, si necesitas cualquier cosa, sólo tienes que decírnoslo.
Gabriel se separó de los chicos y miró a su hijo con cariño.
-Gracias, de verdad. Pero estoy bien. Id a casa a descansar. Os avisaré si algo cambia.
-De acuerdo -contestó el chico.
Los dos le dieron sendos besos en sus mejillas y se dirigieron a la puerta para volver a dejarle solo con su pena.
-Por cierto, Adrien -dijo antes de que salieran-. Dile a... Alisson...
-Alice.
-A quien sea. Dile que mande limpiar mi cuarto. No quiero que Nathalie lo vea así cuando volvamos a casa.
La sonrisa del muchacho se ensanchó. Viendo la determinación de su padre era imposible pensar que no fuera a conseguir lo que se propusiera.
Cuando se quedó de nuevo a solas con ella, se inclinó para darle un casto beso en los labios y se retiró de la cama para acomodarse en el duro sillón para visitas, tratando de despejar su cabeza mientras contemplaba la efímera belleza de su ángel de la guarda, ahora a las puertas del cielo.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora