Epílogo

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Nathalie miraba un escaparate embelesada de esas preciosas zapatillitas rosas del tamaño de la palma de su mano. No necesitaba más cosas, pero llevaba semanas encaprichada con ellas. Sabía que si se las mentaba a Gabriel él no dudaría en enviar a alguien a comprarlas, y se debatía entre llevárselas para darle una sorpresa o dejar que su marido la siguiese mimando como hasta ahora. Se acarició la enorme y redonda barriga distraída mientras se apartaba de la tentadora tienda para volver a retomar su paseo diario hacia la cafetería en la que solía desayunar desde hacía unos meses. Pero antes de que pudiera dar dos pasos, una voz familiar y que hacía mucho tiempo que no escuchaba la hizo detenerse en seco.
—¿Nath?
Ella se dio la vuelta con el corazón encogido para encontrarse de frente con un espléndido D'Etoile sonriendo con su expresión más encantadora.
—¿Remi? —preguntó sobrecogida, sin saber cómo seguir.
Él la miró de hito en hito y marcó aún más su sonrisa.
—Pero mírate... —dijo abstraído— estás preciosa.
Nathalie puso una mano sobre su barriga mientras sonreía con dulzura.
—Gracias... Tú también estás genial, te veo muy bien.
Como respuesta, el chico estiró la mano pidiendo la de ella para obsequiarla con un tierno y caballeroso beso, y después, y sin soltarla, colocó la otra sobre su hinchado vientre.
—¿Niña o niño?
—Niña.
Él suspiró ensoñador.
—Estoy seguro de que será igual de hermosa que tú. Y valiente. Aunque espero que no salga con la cabezonería de su padre...
Eso la hizo romper a reír. Tras su boda con Gabriel, Nathalie recibió una dulce carta del chico deseándole toda la felicidad con aquel "capullo arrogante" que se merecía, remarcando que jamás se compararía a la que él mismo podría haberle proporcionado. No había vuelto a tener noticias en meses, y encontrarle de repente en la calle había hecho que su corazón se resintiera recordando todo lo que había pasado entre ellos.
—Lo que sí tengo claro es que va a ser guerrera, no deja de dar patadas y revolverse aquí dentro. Empieza a ser agotador...
Remi sonrió enternecido, le colocó una mano en la parte baja de la espalda y con la otra le indicó hacia el final de la calle.
—Permíteme que te invite a tomar algo, por favor. ¿Has desayunado?
Ella dudó un momento. La verdad es que le apetecía bastante, pero no sabía cómo se lo tomaría su esposo. Miró al chico a esos chispeantes ojos castaños que siempre sonreían, y al final accedió a pasar el rato con él. Asintió y empezó a caminar hacia la cafetería acostumbrada.
El trayecto se hizo en un cómodo silencio entre los dos, en el que sólo disfrutaron de su mutua compañía con respeto y cariño. Al llegar, la camarera de cada mañana saludó a Nathalie y repasó a su acompañante de arriba a abajo, conteniendo la respiración. Era el efecto que D'Etoile provocaba en las mujeres, estaba acostumbrada a verlo. Pero esta vez, darse cuenta de ello la hizo sonreír.
—¿Y qué es de tu vida? —preguntó ella cuando ya estuvieron sentados.
—Pues lo de siempre, sin muchos cambios. Hay mucho trabajo últimamente, así que no he tenido mucho tiempo de nada. Una posible ampliación de la empresa, muchos viajes... Sigo intentando fichar a la señorita Dupain-Cheng para que trabaje para mí, pero no me da opción.
Mientras Nathalie dejaba escapar una sonora carcajada, él se encogía de hombros y se recostaba en la silla llamando a la chica que les había atendido antes para que les tomara nota.
—Te dije que no serías capaz de llevártela —contestó negando con la cabeza—. Su relación con Adrien es sólida como una roca. Jamás haría nada en contra de él o de su familia.
—Como tú...
Los ojos de Remi se posaron en los de Nathalie y los capturaron con esa dulzura extrema que desprendía con cada gesto. En el fondo de ellos pudo ver el dolor escondido tras la cortesía que en ese momento estaba mostrando.
—Señora Agreste, ¿ya saben lo que van a pedir?
Ambos se giraron hacia la camarera, aún un poco desorientados por aquel momento que acababan de vivir.
—Sí, hoy me apetece zumo de naranja y un croasan mixto a la plancha, gracias. ¿Remi?
El chico no había apartado la vista de ella, y cuando se vio interrogado carraspeó obligándose a mantener la compostura, se giró hacia la empleada de la cafetería y soltó su pedido.
—Lo mismo para mí, por favor. Y un café con leche.
Nathalie escuchó suspirar a la muchacha cuando su acompañante se dirigió a ella, y tuvo que ahogar una risita para no incomodarla. Después de todo pretendía seguir viniendo a desayunar el mes y medio que le quedaba de embarazo, mínimo. Cuando se volvieron a quedar solos, habló con un poco de guasa en la voz.
—Procura no despistar a la camarera o no acertará con la comanda.
La espléndida sonrisa típica del empresario iluminó el local al momento, y fue algo que a Nathalie le encantó volver a ver. Lo que ella no sabía era que la única persona que conseguía hacerle sonreír de esa manera estaba sentada a su lado esperando un bebé de otra persona.
—¿Qué tal la vida de casada con el flamante Gabriel Agreste? —preguntó él para cambiar de tema, mientras veía cómo ella se acariciaba distraída la larga trenza en la que llevaba recogido el pelo.
—Pues no me puedo quejar. Soy mas feliz de lo que esperaba, la verdad.
Remi bufó discretamente mientras jugaba con la servilleta.
—Más le vale no descuidarte. Te lo mereces todo, y ya que yo no puedo dártelo...
—¿Todo bien en la empresa? —interrumpió ella para que no siguiera por ese camino, lanzando su trenza hacia la espalda con energía.
Tras un suspiro, contestó con su mejor máscara.
—Todo bien. Cuando te fuiste contraté a otra chica para ayudar a Hana en sus labores, y tuvo problemas con algunas de las demás secretarias. Al parecer no la querían allí.
—¡Qué raro! —ironizó la mujer mientras ponía los ojos en blanco— Imagino que Hana sigue siendo la reina de su pequeño imperio tras de ti, ¿no?
Él se sorprendió al escuchar la acidez en sus palabras. Nunca antes la había oído hablar así.
—Despedí a Hana hace unos meses.
—¿Cómo? —preguntó ella sin contener su asombro.
—Conspiraba demasiadas veces sin ser yo consciente de ello, y empezaba a ser peligroso. Sobre todo para las chicas a las que contratara para trabajar con ella. Era... Demasiado ambiciosa.
—Demasiado ambiciosa en lo que a ti respecta.
Remi alzó una ceja.
—¿Cómo dices?
La camarera les interrumpió colocando dos vasos de zumo de naranja sobre la mesa, y un puñado de azucarillos al lado del de Nathalie. El chico la observó mientras los iba abriendo uno por uno para volcarlos en su zumo.
—¿Qué? La niña me pide azúcar —y cuando terminó de echarlos todos y empezó a remover con la cucharilla, contestó a la duda de su ex pareja—. Hana estaba obsesionada contigo. Creía que eras su billete de acceso al poder y no permitía que nadie se te acercara, no se lo fueran a estropear. Ese fue el mayor problema que tuve yo con ella y su séquito de arpías sin personalidad.
El empresario, estupefacto, se recostó en la silla mientras ponía las manos sobre la mesa a los lados del vaso. La bomba que le acababa de soltar le había dejado helado, y ella seguía tan fresca, como si nada. Era una mujer excepcional.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
Nathalie dio un gran sorbo a su zumo y suspiró con placer, antes de mirarle para responder con la misma calma ácida con la que había hablado antes.
—Sé solucionar mis problemas. Además, confío en la gente, y esperaba que ella misma se diera cuenta por sus propios medios de que la estaba cagando.
Remi soltó una corta carcajada, aún con cara de asombro.
—Controla esa boca, jovencita. La mini Nathalie que llevas dentro lo está escuchando todo.
—Camille —dijo entonces, sonrojándose—. Se... llamará Camille.
El chico puso una mano sobre la suya y la apretó sin dejar de sonreír.
—Es precioso, Nath. Va a ser una niña maravillosa, porque su madre es absolutamente maravillosa.
El corazón de la futura mamá se ablandó hasta el punto de hacer que saltaran lágrimas de sus ojos, limpiándoselas deprisa sin dejar de sonreír. Lo sentía tanto por él... se merecía a alguien que lo amara de verdad, sin reservas, y sin jefe excéntrico que pudiera hacer que su relación peligrase.
—Gracias, Remi. Gracias por todo. Y por seguir estando ahí. Gracias por quererme como lo haces. Eres una gran persona.
Él apartó la vista de la chica a la que tanto amaba, dio un trago de su zumo y contestó sin volverse hacia ella.
—Así soy yo... —y reponiéndose del momento sufrido volvió a cambiar de tema— Y, cuéntame. ¿Para cuándo nacerá la pequeña Camille?
—Para mediados de Noviembre, esperemos.

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